Por Rivelino Rueda
Cualquier funcionario que se meta
con los “muros” debe saber que
se expone a ser desacreditado de inmediato
como “comunista”. (…)
Es gente de ideas planas y cuadradas.
Los militantes de la organización
aplican con extraordinaria soltura
el calificativo de “judío”, “masón”
o “comunista a cualquier persona,
institución, sistema o partido que
de alguna forma se oponga, estorbe
o combata a la organización.
Manuel Buendía/La ultraderecha en México
Don Avelino Jiménez cumple quince años sin encontrar la falla mecánica o eléctrica de su Valiant modelo 1980. En estas últimas semanas ha aprovechado el tiempo de ocio de la cuarentena para hacer talacha en el motor de ese cascarón herrumbroso que alguna vez fue azul.
Hace cuarenta años Don Avelino tenía treintaiún años y una de tantas pandemias en México eran esos grupúsculos de ultraderecha que asolaban con sus histerias diversos centros educativos de enseñanza media y media superior.
Mete las manos en lo más profundo de ese motor quimérico y polvoriento. Gira las aspas oxidadas de un remoto ventilador de enfriación. Nada.
Deposita agua en un radiador disecado por el barro. Nada. El hombre de un metro noventa, calvicie eterna, bigote espeso, lentes de cristales de lupa y olor a salitre viejo recuerda ese año de Juegos Olímpicos de Moscú, de una escalofriante guerra fría, de amnistía a grupos armados tres años atrás, de casas con la leyenda “Cristianismo sí, Comunismo no”.
De una bancada de doce diputados del Partido Comunista Mexicano (PCM), con 5 por ciento de la votación nacional de ese instituto político en las elecciones de 1979, pero también con grupos fascistoides fuera de sí.
“Como hoy, buscando un enemigo que no existe y sólo generando miedo entre las iletradas clases medias”, comenta Don Avelino, quien en ese año impartía clases en la Facultad de Ingeniería de la UNAM.
Cuarenta años después las palabras del ingeniero mutan a un chiste mal contado, a una caricatura de esos grupos de derecha hipnotizados por la esquizofrenia.
Sí. No es broma. Una “marcha de automóviles” en 40 ciudades del país exigiendo la renuncia de un presidente que mutó del priismo, a la incipiente y desdibujada izquierda que representó el PRD a la creación de un partido (Morena) que, hoy por hoy, tiene aspectos mucho más conservadores que el mismísimo PAN. Bueno, y qué decir del propio discurso evangelizador de Andrés Manuel López Obrador.
La pancartas en los autos de lujo hablan por sí mismas: “No al comunismo cubanorusia (sic)”. Sí. A las Rusia comunista actual. Sí. Al raquítico modelo socialista de una Cuba orillada a abrir su mercado por el bloqueo económico de Estados Unidos desde 1961.
“Apoyo a las energías limpias. #AMLOVeteYA”. Sí. La protesta ambientalista desde la comodidad de quemar gasolina con su potente motor. “AMLO farsante. Comunismo fuera!! No mas socialismo siglo XXI (sic)”. Sí. Sin palabras.
Una mujer se desgañita en Monterrey, con el Cerro de la Silla de fondo: “¡Fuera AMLO! ¡Fuera AMLO! ¡Fuera AMLO! ¡Que se largue a su país, de donde es, de donde nació! ¡Que no se haga! (sic)”
Repiten lo que escucharon de su círculo más cercano (porque a alguien se le ocurrió o tuvo la magnífica idea) o vieron en una publicación de redes sociales. Replican con los ojos cerrados lo que dicen sus líderes de opinión. ¿Para qué verificar si lo que dicen ellos es cierto? Pero de las fake news se puede rectificar, de la ignorancia nunca. Ese es el problema, porque de esa desinformación y de esa ignorancia supina se generan peligrosísimos odios.
Si tuvieran un poquito de tiempo y de ganas, esos grupúsculos sabrían que comunismo y socialismo son cosas totalmente distintas, que López Obrador está muy lejos de ser de izquierda, que el partido Morena ni por error maneja la palabra “izquierda” o “socialismo” o “comunismo” en sus documentos básicos. En fin, que al presidente le gusta mucho codearse con los personajes que ellos admiran.
En 1980 faltaban dos años para que José López Portillo nacionalizara la banca y nueve para que iniciaran las concertacesiones de Carlos Salinas de Gortari con la cúpula del PAN para reconocerles triunfos electorales en los estados a cambio de avalar y guardar silencio del fraude en 1988. Ahí no hubo gritos ni pataleos de esa rancia derecha mexicana. Porque sí, en el régimen de partido de Estado la mano dura era para la izquierda y la complacencia fue para esos grupúsculos retrógrados.
En 1980, año de la salida de fábrica del automóvil de Don Avelino, faltaban cinco años para que el historiador Lorenzo Meyer fuera contundente (y harto clarificador) con una frase: “La única opción para que México avance hacia un régimen socialista es cuando veamos al Ejército Rojo marchar en la Plaza de la Constitución”. Así de sencillo.
Son un espejo enorme de lo que aborrecen. Si ganan elecciones “la democracia es perfecta”. Si pierden elecciones “todo es una simulación, la democracia apesta”.
En sus pancartas y en sus consignas denotan que son de los que viven holgadamente al día. Los que sudan sangre cada mes para pagar una interminable hipoteca. Los que se visten y portan autos último modelo a cinco años sin intereses. Los que amueblan sus casas con las ofertas del Buen Fin. Los que tienen a sus hijos en escuelas carísimas que tienen el único valor de contar con curas pederastas.
Los que engañan a la esposa el sábado y van a misa los domingos. Los hipócritas de siempre que creen que esa maldita palabra llamada “socialismo” los va a despojar de bienes que no son suyos, que pertenecen a grandes corporativos que no se van a tentar el corazón para quitárselos si faltan en algún pago. Los que en la campaña presidencial de 2018 aseguraron que se iban del país si ganaba AMLO la elecciones y se dieron cuenta que viven de prestado.
Son los que en una pandemia, como la de ahora, son epidemiólogos, infectólogos y científicos irrefutables. Los que saben de “muertes ocultas”, cifras engañosas, pruebas para confirmar el coronavirus, inmunidad, curvas epidemiológicas, saturación hospitalaria, camas con ventilador, uso de cubrebocas, estrategias de sanitización, fechas para el distanciamiento social, desechos biológicos, agendas presidenciales, vacunas contra la peste, lavado de manos, neumonías atípicas, compatibilidad con exsecretarios de Salud que dejaron un sistema sanitario en ruinas, síntomas de posibles casos positivos, semáforos rojos. Son los que saben todo. Absolutamente todo.
Las bujías del Valiant de Don Avelino desprenden trozos añejos de cisco quebradizo. Mueve la cabeza decepcionado. Todo el motor es un amasijo de fierros lacerados. El malva del crepúsculo lo hace recordar los “métodos” que aplicaban esos muchachos del llamado Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO) en las facultades de la UNAM en el primer año de la década de los ochenta.
“Ya habían aplastado a la guerrilla. Ya incluso muchos de esos ‘comunistas’ estaban en la vía política. La diplomacia mexicana se jactaba de sus lazos de amistad y cooperación con la URSS, con Cuba y con China. Y estos imberbes, manejados por lo más rancio de la derecha, entraban a las aulas con palos, varillas y Biblia en mano a golpear estudiantes que identificaban como ‘comunistas’. Había un espeluznante doble discurso. (Gustavo) Díaz Ordaz se oponía a la guerra de Vietnam, (Luis) Echeverría se comparaba con Salvador Allende y (José) López Portillo decía que uno de sus grandes aliados era la Unión Soviética”.
En 1980, el 20 de octubre, el periodista Manuel Buendía –quien precisamente un 30 de mayo de 1984 fue asesinado por la espalda en la Ciudad de México por agentes de la temible Dirección Federal de Seguridad (DFS), comentó en su columna Red Privada del periódico Excélsior, y que llevaba por título “Pro Vida, pro muerte”, las actividades de estos grupos y la complacencia del gobierno mexicano:
“Ahora mismo, una campaña de terrorismo sicológico –que incluye la difamación, la injuria y la concreta incitación, por medio de carteles y anónimos, al asesinato de personas—se desarrolla en nuestras ciudades.
“Si usted es uno de los pocos ciudadanos que se ha atrevido a alzar la voz para denunciar a estos grupos neofascistas –en cualquier tribuna, llámese periódico, oficina, sindicato o fábrica–, podrá estar seguro que un día de estos su propia casa será atacada por un comando, que actuará bajo alguna sigla o nombre, quizá el de Pro Vida, que es uno de los grupos terroristas más activos en estos momentos
“El ataque asumirá, por lo pronto, la forma de una ‘pinta’ de paredes o de fijación de los inmundos carteles con que estos fanáticos tratan de hacer propaganda contra la despenalización del aborto. (El fruicioso manejo de pedazos de fetos sobre un fondo de sangre, vuelve un abominable sarcasmo el nombre de Pro Vida).
“Pro no se decepcione usted. Estos ‘mensajes’ intimidatorios llevados hasta la puerta de su casa son sólo el principio de una escalada. Del terrorismo sociológico los nazifascistas europeos pasaron a las bombas. En México ocurrirá lo mismo, si el Gobierno Federal continuara creyendo que estas evidencias del terrorismo ultraderechista son parte del pluralismo ideológico y del diálogo ciudadano dentro del nuevo espíritu de la reforma política”. (Manuel Buendía, La ultraderecha en México).
En 1980 recuerdo que mi padre nos llevaba a exposiciones que organizaba la Embajada de la URSS en México, ya sea en el Palacio de los Deportes o en el Auditorio Nacional, en donde se podía conocer el modo de vida, las costumbres, los logros sociales, la cultura, la gastronomía, el programa espacial (mi favorito) de aquel remoto y extraño país de los soviets. Obviamente no incluían las atrocidades del estalinismo, los gulags, los desplazamientos masivos de pueblos enteros, los trabajos forzados, la hambruna, el puño totalitario.
También por aquel año Mónico no dejó pasar el momento histórico para llevar a su familia a la colonia Condesa, sobre el Circuito Interior, para lanzar unas mentadas de madre con el claxon de su LTD negro a la Embajada de la URSS en México, luego de que en los Juegos Olímpicos de Moscú el marchista mexicano Daniel Bautista entró al túnel del Estadio Olímpico con la medalla de oro en la mano y ya nunca salió. Los jueces lo habían descalificado de la prueba. “¡Rateros!” “¡Métanse su medalla por el culo!”, decían algunas pintas afuera de la sede diplomática rusa.
“Aquí el problema es la ignorancia. Estudiaron en universidades carísimas, llevan a sus hijos a escuelas con colegiaturas impagables. Se jactan de ello. Pero nunca en la vida abren un libro de historia. Prefieren que los hechos se los cuenten personajes afines a ellos, que les meten miedo de que van a perder todo por un fantasma que se llama comunismo. Así es. A estas alturas se cree en ello”.
Don Avelino se rinde. Baja el cofre y cierra las puertas del Valiant. Lanza una patada a una de las llantas delanteras. “Ya encenderá. Ya encenderá esta carcacha”, dice el hombre de hombros caídos y temblor de ardilla.
En 1980, habían pasado quince años de un genial cartón de Eduardo del Río, Rius, que plasma con exactitud esos miedos e ignorancias en pleno Siglo XXI. Un campesino entra corriendo a un jacal. Adentro hay una mujer en rebozo amamantando a un niño y otro hombre, visiblemente en la miseria. El campesino grita: “¡Dicen que el comunismo nos va a quitar nuestros yates, nuestras casas, nuestras joyas!”
A cuarenta años no cambia nada. Los miedos se trasladan a nuevas ignorancias. La pandemia es el escenario ideal para sacar esos odios. Culpar a alguien es el mecanismo perfecto. “Marchar” desde automóviles es una acción que los pinta de cuerpo entero.
Y sí. Decir que el “gobierno comunista de AMLO” es el culpable de las 9,779 muertes por el coronavirus. Que “hay más muertos, pero los están ocultando”. Que también ese gobierno que “come niños crudos” es responsable de los 87,512 contagios.
Que no se tomaron las medidas a tiempo. Que “hacen falta más pruebas”. Que lo escuché por ahí. Que lo dijo tal o cuál. Que la llegada de médicos cubanos es el inicio de la invasión y la confirmación de que en México ya transitamos hacia el comunismo.
Hay un chiste que ronda hoy en España por el resurgimiento de los movimientos profranquistas, nacionalistas y fascistas. Es demoledor:
“¿En qué se parece la ultraderecha al cáncer? En que el cáncer sí evoluciona”.
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