Por Rivelino Rueda
Sus vecinos tuvieron que preparar
el café con agua mineral,
le anunció que la venta de jugos de frutas
y gaseosas estaba racionado
por orden de las autoridades.
Cada cliente tenía derecho
a una cuota límite
de una lata de jugo de fruta
y una gaseosa por día,
hasta nueva orden.
Gabriel García Márquez/Caracas sin agua
La Fluoxetina está agotada. Esa sustancia antiansiolítica y antidepresiva que muchos usamos para que no estallen los nervios de un momento a otro, ya no está en los anaqueles de farmacias y droguerías.
Parece que en la ciudad hay pánico por el pico epidemiológico de la Covid-19, programado para este miércoles 6 de mayo. Es el impulso animal por no sentirse desprotegido ante la catástrofe. Por creer que la cumbre de la curva de la pandemia representará la cresta del polvillo bíblico del apocalipsis.
Y es que la C17H18F3NO, mejor conocida en términos médicos como la N-methyl-3-phenyl-3-[4-(trifluoromethyl)phenoxy]propan-1-amine, ha traído un poco de tranquilidad a un sistema nervioso que hace unos ocho meses estaba al borde del colapso. Ha disipado un poco el profundo dolor de músculos, de huesos y del mismísimo tuétano.
Pero también son tiempos de paranoia. De sentir dolencias inexistentes por el miedo a estar contagiado. El dolor de cabeza inventado. La picazón de garganta por sugestiones ociosas. El dolor de pecho autoimpuesto por la cascada de información que lleva a la conclusión de que sí, efectivamente ya estamos infectados.
Las dificultades respiratorias por la cotidiana masturbación mental de nuestra vulnerabilidad. La fiebre ficticia. La tos seca provocada. El miedo profundo, todopoderoso.
Ya también escasean las naranjas, los pepinos, los jitomates, los cigarros, la cerveza, el huevo. Nada para alarmarse. Los propietarios de las recauderías y de las tienditas de barrio ya no quieren ir a la Central de Abastos.
“Para entrar es un problema, pero también para qué va a arriesgarse uno. Ya hay varios contagios”, dice Hilario, el propietario de “El Palmar Abarrotero”, una tienda siempre bien abastecida que hoy presenta en anaqueles y refrigeradores los estragos de la pandemia.
Escritura con molicies anegadas en la apatía y el hastío del encierro. Submundos tremendamente humanos. Narrativas mecánicas entre el Guernica de Picasso; El Jardín de las Delicias, de Bosco; el Aidez Espagne, de Miró, y Riña de gatos, de Goya. El aburrido e incipiente edificio azul de enfrente. La medicina dependiente como el azogue al termómetro.
En las noches parece que hay un grillo encerrado en la pared. En el insomnio y la lectura se intenta limpiar las pequeñas basuras del silencio de la noche. José Saramago habla en los días previos a la etapa más crítica de la peste. A unas horas de la cúspide con tonalidades cárdenas…
“Daremos todos y lo daremos todo, dijo el médico, Y quien no tenga nada que dar, preguntó el dependiente de la farmacia, Ése sí, comerá de los que los otros le den, es justamente lo que alguien dijo, de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades”.
Día 46 de la peste. La cifra de decesos por el coronavirus en México llega a 2 mil 061. El número de contagios se eleva a 22 mil 088. La saturación hospitalaria para pacientes intubados en la Ciudad de México es del 64 por ciento.
Familiares de pacientes fallecidos por la plaga en el Hospital Las Américas, en Ecatepec, Estado de México, pierden la compostura y entran violentamente a “recuperar sus cuerpos”. López-Gatell también pierde la compostura cuando se le pregunta por una cifra que se comprometió a dar desde el 9 de abril.
Quizá todos necesitamos antidepresivos, pero ya no hay…