Día 37: Los libros, el eficaz placebo para la peste

 

Por Rivelino Rueda

Quizá me engañen la vejez y el temor,

pero sospecho que la especie humana

–la única—está próxima a extinguirse

y que la Biblioteca perdurará:

iluminada, solitaria, infinita,

perfectamente inmóvil,

armada de volúmenes preciosos,

inútil, incorruptible, secreta.

Jorge Luis Borges/La Biblioteca de Babel

 

Gabo sujetó del brazo a Mercedes Barcha en la concina de su casa en el Pedregal de San Ángel, en la Ciudad de México. El escritor colombiano tenía un semblante cadavérico. Temblaba. Contuvo el llanto y sólo alcanzó a decirle a su eterna pareja: “Ya murió”.

Gabriel García Márquez subió a su habitación y tardó unos días en reponerse para retomar la redacción de Cien años de soledad, que en ese momento todavía estaba contemplada bajo el título de “La casa”. El de Aracataca había matado a uno de los personajes literarios más entrañables de la historia: el coronel Aureliano Buendía.

Minutos antes, el entrañable Gabo había escrito lo siguiente:

“En vez de ir al castaño, el coronel Aureliano Buendía fue también a la puerta de la calle y se mezcló con los curiosos que contemplaban el desfile. Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante. Vio un dromedario triste. Vio un oso vestido de holandesa que marcaba el compás de la música con un cucharón y una cacerola. Vio los payasos haciendo maromas en la cola del desfile, y le vio la cara otra vez a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre. Entonces fue al castaño, pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño. La familia no se enteró hasta el día siguiente, a las once de la mañana, cuando Santa Sofía de la Piedad fue a tirar la basura en el traspatio y le llamó la atención que estuvieran bajando los gallinazos”.

El castaño fenece con la tristeza de Gabo y se emancipa en bibliotecas infinitas, se bifurca en todos los libros escritos, no escritos y por escribir. Jorge Luis Borges levanta la voz y lanza:

“La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado a la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada vez más frecuentes”.

Bifurcación y perífrasis. Hidra de Lerna inmortal, provocadora, sutil. Ejército de mares infinitos con espadas de relámpagos y tormentas.

Día del Libro en medio de la plaga. Mil 69 fallecimientos 11 mil 633 contagiados. La peste que pareciera literatura, ficción, narrativa futurista, pasaje de cataclismo apocalíptico. Día del Libro en medio de encierros esquizofrénicos.

Un choque alucinante con el “no aprender más, sino dejar de ser menos ignorante”. Una fusión exornadora de remotas regiones, de remotas edades, de remotos tiempos. Un instrumento fugaz y eterno. Necesario. Un narcótico.

Una reflexión infinita al final de cada historia… Y en el horizonte ellas y ellos. Las y los que nos legaron su vida a través de las letras…

Stendhal, Kafka, Garro, Dostoyevski, Gabo, Borges, Saramago, Arendt, Sartre, Auster, Brecht, Pessoa, Nietzsche, Orwell, Kerouac, De Beauvoir, Capote, Hemingway, Sor Juana, Coetzee, Villoro, Serna, Calvino, Villaurrutia, Böll, Rulfo, Bolaño, Aleksiévich​, Montero.

Yourcenar, Fuentes, Kapuściński, Dalton, Andric, Malaparte, Segato, Cortázar, Yan, Roth, Camus, Maquiavelo, Benjamin, Miguel Hernández, Sabato, Eliseo Alberto, Revueltas, Lovecraft, Hobsbawm, Cavafis, Galeano, Chesterton, Foucault, Lispector…

Día del Libro. Horas de insomnio y zozobra. Madrugadas a la intemperie. Conversaciones con personajes literarios. Historias de libros perdidos, de libros con historias propias. Como aquellos que sobrevivieron a una inundación.

Como los semidestrozados por los colmillos de Frodo. Como los heredados por Tía Eloísa. Como los que se pidieron prestados sin preguntarle al propietario. Como los reencontrados de la nada. Como los traídos de otros países. Como los escritos sin publicar. Como los adquiridos en una ganga. Como los que sí han vuelto tras un préstamo.

El Señor K., del libro El Castillo, de Franz Kafka, llega a Macondo contratado por la compañía bananera como agrimensor. Mitia Karamazov, de Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoyevski, conoce y se enamora de la “La Maga”, de Rayuela, de Julio Cortázar. Pedro Páramo, de Juan Rulfo, se enrola en la tripulación del barco ballenero Pequod, en donde conoce a Ismael y juntos luchan a muerte con la letal Moby Dick, de Herman Melville.

Fermina Daza, de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, se recluta en una comuna beat en San Francisco, y conoce a Mardou, la chica psicodélica y misteriosa de Los subterráneos, de Jack Kerouac.

Matías Chandón, el joven artillero de Los pasos de López, de Jorge Ibargüengoitia, cura las heridas de un soldado nazi llamado Benno von Archimboldi (de Roberto Bolaño en 2666) en la batalla de Sebastopol, en Crimea, en 1942, y cincuentaitrés años más tarde lo ve de lejos en Ciudad Juárez, durante la cúspide de los feminicidios en esa ciudad fronteriza.

Ixca Cienfuegos, la voz milenaria en La región más transparente, de Carlos Fuentes, invita al poeta y detective Gabriel Syme, de El hombre que fue jueves, de G.K. Chesterton, a dejar por un momento su odisea fantástica contra una supuesta conspiración anarquista en Londres, para ir a Uruguay y pedirle consejos a Irineo Funes, “El Memorioso”, del cuento Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges.

Míster Bones, el perro vagabundo que busca eternamente a su amo muerto, en Tombuctú, de Paul Auster, cree tener la cura para la “ceguera blanca” y busca, del otro lado del Atlántico, a la mujer del médico que es la única que no está infectada por la peste, en Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.

Y en otra pandemia se charla en silencio con ellos, con los escritores y con sus personajes. El insomnio abre esa puerta. Son conversaciones tenues y breves. Porque todos están conectados y se conocen de alguna manera o de otra. Convergen en un mismo sitio: los libros, la literatura, el amor por las letras.

Día 37 de la peste. Los decesos confirmados por la pandemia de la Covid-19 en México rebasan el millar de casos. La Secretaría de Salud reporta 1 mil 069 fallecimientos, 99 más que el miércoles en la noche, donde se registraron 970 muertes por coronavirus. Con ello, los decesos por Covid-19 se ubican a 104 casos de rebasar los fallecimientos totales reportados por la pandemia de la influenza AH1N1, en 2009, donde se registraron 1 mil 172 muertes.

Algún día, alguien escribirá sobre este horror. Hoy, nuestros placebos para sobrevivir son los libros.

 

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