Día 38: Es hora de la peste, es la hora de los mercados

Por Rivelino Rueda

Mercados:

Cada señorío del Valle de México

tenía su día de tianguis.

Antes de la conquista de Azcapotzalco

se creó el primer mercado

de México-Tenochtitlan,

que además contaba con espacios

de actividad mercantil en cada

uno de sus barrios.

Humberto Musacchio/

Diccionario Enciclopédico del Distrito Federal

 

“Las Güeras” rifan y rifan chido. En octubre cumplen 23 años de atender los tres puestos del Mercado 1 de diciembre, heredado por su madre, “La Güera”. Fían, rebajan, dan pilón y desde que las cosas se pusieron más feas con lo de la pandemia, donan y hacen envíos a clientes de los catalogados como “grupos vulnerables”: adultos mayores, diabéticos, hipertensos y obesos.

Pollos, huevo y retacería de esos plumíferos de un lado. Del otro frutas, legumbres y semillas. Aprendieron a ser solidarias porque su madre, oriunda de Paracho, Michoacán, lo fue en distintas calamidades que ha padecido la Ciudad de México. Específicamente en los terremotos de 1985.

Hoy buscan ayudar de alguna forma. Todo está detenido. No hay dinero. Muchos negocios ya cerraron. Las personas están optando por los supermercados para abastecerse. Los clientes piden comida a domicilio. Las 1 mil 221 defunciones de este viernes y los 12 mil 872 casos confirmados de contagio por la Covid-19 se palpan en el ambiente del mercado.

De hecho, ellas ya sintieron el flagelo de la peste cerca. Dos clientes de muchos años, incluso amigos de su madre, dejaron de ir a surtirse de mercancía a mediados de marzo. Las dos adultas mayores. Las dos ya en la lista de fallecimientos por la peste implacable.

Doña Martha, a la que nunca le faltaban sus anchoas frescas, su media rebanada de sandía y sus apios sudorosos, la comenzaron a extrañar por ahí de principios de abril. Un vecino del barrio fue el que les dio la noticia.

Don Rubén, el viejecillo simpático y coqueto del edificio en ruinas de Esperanza y Avenida Cuauhtémoc, el que presumía sus dos únicos dientes de oro en la encía inferior; el que iba sólo por cuatro puños de chicharos, cortesía de la casa; hígados y retazos para su gato; patas y cabezas de pollo para su caldo, y una guanábana mediana para su sed, pero el que también a veces iba sólo a platicar para amansar su soledad, tuvo la misma suerte que Doña Martha, nada más que a él no hubo quién lo acompañara en sus últimas horas ni quién reclamara su cuerpo.

Dan ganas de morder esas fresas y devorar esos mangos luminosos de temporada. De exprimir esos aguacates jugosos en una tortilla de maíz. De atascarse de esos melones con colores de amaneceres desérticos. De saciarse con esos duraznos y esas uvas de mieles quiméricas.

Dan ganas de que esto termine de una vez por todas. Que sea el bullicio y la algarabía lo que reine en este lugar. Dan ganas de que “Las Güeras” se despojen de esos cubrebocas que ocultan sus sonrisas. Dan ganas de que se borren para siempre esas miradas de angustia, de miedo, de dudas.  

Pero ellas son correosas y harto chambeadoras. Dicen que la madre –imponente y de carácter férreo por la muerte de su marido—las forjó en una gran cazuela de bronce. Que las hirvió a fuego lento como se prepara un majestuoso mole negro o una pancita celestial. También cuentan que cuando van a surtirse de mercancía a la Central de Abastos son de respeto. De armas tomar.

Viviana y Chío son dos personas distintas en los albores del día y a la hora de abrir los puestos. En los crepúsculos son naturales, tocadas con un halo de extraña belleza. Luego se arreglan para el trabajo como un día de fiesta. Inundan de carmesí sus labios. Enchinan sus pestañas como canoas vikingas. Embellecen sus párpados con óleos de azules profundos.

Cabronas en la compra y amorosas en la venta. Letales en las bodegas de abasto y sutiles con el marchante. Bueno, con la mayoría porque, dicen “hay algunos que luego si se quieren pasar de lanza”.

Día 38 de la plaga más letal de los últimos tiempos. Los pasillos del mercado de repente se despabilan. Comienza el cuchicheo y la habitual disputa por el cliente. Las arengas en estos menesteres marcan la diferencia. En eso “Las Güeras” son expertas. Lo aprendieron de su madre, “La Güera”.

Chío y Viviana rifan y rifan chido en esta pandemia. Perdieron a dos clientes entrañables y siempre preguntan por alguno de sus marchantes habituales si ven que se ausentan algunos días, más de los debidos.

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