Por Rivelino Rueda
Mal Olor. Olor a podrido.
No. Malo no: humedad vieja,
vegetal,
ese olor a hongos de las páginas
de los libros viejos,
el olor amargo del barro,
la verde peste de un jarrón
donde los tallos de las flores muertas
se han vuelto cenagosos.
Nadine Gordimer/El conservador
“Manchitas” ya entendió que la inmovilidad humana, su encierro, su insignificancia, son hoy propicios para darse ciertos lujos.
Un toldo, una cajuela o el cofre de un automóvil tienen rostros amables. Son sitios seguros. Una cama de hojarasca en el parabrisas de cualquier coche aparcado en la calle es sinónimo de coexistencia.
Y es que la Covid-19 también ha traído esas palabras ya olvidadas de los diccionarios: coexistencia, entendimiento, compatibilidad, semejanza, afinidad.
Pero la peste también es olvido. En los ventanales agrietados de polvo, en los automóviles abandonados, en los portones de finas telarañas, en las hojas secas que se acumulan en resquicios que nunca observamos.
“Manchitas” tiene el aletargamiento de miles de siglos. Ronronea dormido, con el sol, con la luna, con el viento. Olvida ruidos y amenazas. Su colcha es una hamaca de papeles quebradizos y vulvas violáceas.
Acurruca su cansancio en el silencio de la epidemia. Dicen que los gatos tienen un detector infalible para pronosticar tragedias. Quizá este sea el caso del minino atigrado de gestos lúgubres.
Otros gatos merodean. Todos a sus anchas. Todos en camas de hojarasca. Todos en sábanas de pistilos secos, tallos de tufos dulzones, ramas desvencijadas por el hastío, hormigas abrumadas de ausencias humanas. Todo se acumula. Todo se descompone. Todo se aprovecha en la época de inhalaciones de polvo y veneno que perfora pulmones.
El olvido es plaga y la plaga barro ennegrecido. El olvido es el niño que llora detrás de esa puerta por el aburrimiento bíblico. El que suplica ir a pasear al parque. El que se tranquiliza porque el gato azul del árbol de granadas acompaña su quejido.
Sobran los ecos sarcásticos que recuerdan el encierro. La peste se eleva a los cielos y desciende lenta al amanecer. Los gatos se agazapan para tantear el tamaño del resplandor viral. Insomnio y pesadilla. Días lentos donde perpetuamos olvidos.
Rostros y caminatas. Charlas y planes. Olvido. Heroínas y héroes con ropa de hospitales. Guantes, mascarillas, termómetros, sueros, tubos de ensayo rellenos de sangre, jeringas siniestras. Olvido. Cuarentenas en hospitales al borde de la muerte. Insomnio y olvido.
Así pasan los días.
“Manchitas” se estira luego del largo sueño. Muerde el aire limpio. Parece que el gato busca que todo esto sea un eterno olvido.