Por Rivelino Rueda
Nuestra cultura actual es ambigua en sumo grado.
¡El emperador alemán pactando con el Papa,
como si el Papa no fuera representante
de la enemistad mortal contra la vida!
Lo que hoy se construye
ya no se tiene en pie al cabo de tres años.
Friedrich Nietzsche/Ecce Homo
A Isidro Terrazas ya sólo le faltan cinco turnos de la larga fila para entregar sus papeles. Se separa unos pasos de la aglomeración porque alguien detrás tose sin piedad. Isidro fue despedido de una empresa dedicada a la venta de enseres domésticos por la emergencia del Covid-19. Hoy busca empleo de repartidor de despensas.
No cree que la salvación esté en imágenes sagradas, “detentes” o citas pronunciadas por el Papa Francisco Bergoglio en su cuenta de Twitter.
Son tiempos de pandemia. Son tiempos de “recortes de personal”, “home office”, de “sueldos a la mitad” y de “todo para llevar”.
En las calles de la Ciudad de México, sobre todo en el corredor Juárez-Cuauhtémoc-Roma-
Isidro tiene un semblante de angustia. La zozobra carcome y lacera. En esa hilera de unas setenta personas, que fueron citadas a las diez de la mañana del sábado 11 de abril en el Parque de las Américas, en la Colonia Narvarte, están contratando repartidores a domicilio por la saturación de pedidos en los últimos días.
“Piden de requisitos auto propio, tarjeta de circulación, licencia de manejo y estar dado de alta en Hacienda. Es para Wall Mart. Pagan de 3 mil 500 a 5 mil pesos al mes, más las propinas. Yo no tengo de otra. Me urge un ingreso. Tengo familia, tengo deudas en bancos y de hecho no he pagado la tenencia de este año. A ver si no tengo bronca ahorita”.
La emergencia epidemiológica ya se manifiesta en la “economía de abajo”, en los roles sociales, en la “reconversión” no sólo de hospitales y del sistema de salud, también en los modelos de negocio y en las estrategias de pequeños negocios para subsistir.
Puertas y ventanas de casas y edificios departamentales se saturan de “volantes” publicitarios ofreciendo de todo. Muchachitas y muchachitos colocando propaganda de restaurantes, pizzerías, tiendas de abarrotes, farmacias, papelerías, tintorerías, cafeterías en los parabrisas polvorientos de autos estacionados desde hace un mes.
Personas de todas las edades, mujeres y hombres, entregando a domicilio los pedidos para la subsistencia cotidiana. En motocicletas, en automóviles, en taxis, a pie, en bicicletas. Como sea. Todos coinciden en que no se puede parar.
“Son de perdis unos pesitos en lo que pasa esto”, comenta Diego, un chamaco de diecisiete que reparte comida árabe en su motocicleta. No lleva cubrebucas. No usa gel antibacterial. Ni siquiera tiene casco ni licencia de conducción. “Orita lo que urge es lana, y pues a chingarle”.
Otros optan por no salir de sus casas y emprender el negocio familiar desde casa. Ahí están los tacos de cochinita pibil de María Elena, o los pasteles de zanahoria de la señora Luisa, o los flanes y gelatinas de Doña Susana. ¿Qué se necesita? Colocar anuncios en las ventanas de las casas ofreciendo el producto a vender o, en su caso, pegar volantes en los postes del barrio. Todo a domicilio.
Es el ir y venir de miles que no ven otra opción ante la peste. Pero también es el ir y venir de miles que arriesgan todo por tener unos centavos extra. Ellas y ellos son el sistema neurálgico en la distribución de alimentos y artículos de primera necesidad en tiempos de crisis epidemiológicas.
Isidro Terrazas entrega sus papeles. El trámite lleva menos de cinco minutos. Le dicen que van a verificar si cumple con los requisitos y que ellos le hablarán pare ver si es aceptado.
Camina deprisa hacia su auto. Lleva el tiempo encima y una loza de presiones en la espalda. Quedó de llevar el desayuno a casa y ya son las once y media. Ahora lo que menos interesa es la pandemia de Covid-19. Ahora lo vital es subsistir, encontrar un empleo y llevarse algo al estómago en esta época de incertidumbre.