Derrochar o no derrochar

Por Astrid Perellón

 

Rumbo a Día de Reyes, y en general toda la época decembrina, nos enfrentamos al mismo dilema. ¿Derrochar o no derrochar? Tratamos de transmitir a nuestros hijos el confiar en la abundancia pero ¿cómo? ¿Llenándolos de juguetes o con uno solo que disfruten o ropa que necesiten o una experiencia grata y festiva?

 

Muy en el fondo, sabemos que lo importante no son nuestros actos sino la intención que ponemos en ellos. Así que admitamos que, cuando creemos que les estamos demostrando positivamente que pueden tenerlo todo porque nosotros se los damos, en realidad los desviamos de la verdadera abundancia (la de usar sus recursos, talentos, capacidades, emociones). El que más tiene, no es el que más gasta.

 

Decimos “sí” a sus peticiones expresas o a nuestra proyección de querer que no les falte nada pero entre líneas se lee: <<tenlo todo ahora que puedes, porque mañana podría ser que no tuvieras>>. Esa creencia no es natural. Un árbol no usa todas las hojas que tendrá en la vida en una sola primavera, ni se aferra a ellas, temiendo lo peor; cíclicamente las reemplaza.

 

Derrochar es más bien reflejo de nuestra época de prisa y consumo; todo se digiere rápido, la comida, las experiencias. Nos aburrimos pronto y queremos más, devorando insaciablemente y desechando con indiferencia. Estamos perpetuando en los niños no la abundancia sino la carencia de tiempo para apreciar.

 

Ante ello, considérese la fábula del aquí y el ahora, donde una muñeca presumida tenía conexión de WiFi, por lo que hablaba hasta por los codos de todo lo que su enlace le permitía informar. Por otro lado, el viejo muñequito de la bisabuela no decía nada. Los niños pronto les pareció lenta la conexión de la muñeca presumida, comparado con todos los juegos que se les ocurrían con el viejo muñequito de la bisabuela. Porque no hay conexión más rápida que la propia imaginación.

 

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