Por Arq Alfonso Arias Martínez *
@arias.mtz.arq
No es novedad hablar sobre el término “Nueva Normalidad” a mediados del presente año 2020. Nos es cotidiano hablar de las adaptaciones que son necesarias realizar respecto a nuestra manera de interactuar como sociedad en el nombre de la salud; riesgo de contagio, zonas de alto contagio y distanciamiento social.
Vigilar y castigar a todo aquél que por la calle no se vea usando cubre bocas (o hasta escudos plásticos transparentes que dificultan reconocer los rostros), geles desinfectantes de alcohol para manos y evitar saludos. Evitar comunicación directa con familiares, anulación de celebraciones cotidianas y todo lo que sea necesario para salvaguarda de nuestra salud.
En pocas palabras: “Un Nuevo Contexto”.
Pero ¿qué sucederá con las disciplinas y áreas del conocimiento que han luchado por fraguarse basadas en un contexto que ya no es válido hoy? Para acotar un poco el objetivo de estas reflexiones; ¿qué sucederá con la arquitectura y el urbanismo, disciplinas que trabajan sobre el espacio habitable y sus contextos?
Múltiples autores citan ya el caso, identifican el problema, remarcan las diferencias sociales que esto ha evidenciado, reintegran los conocimientos, proponen diseños para el aislamiento, pero en realidad, nadie está seguro de tener certeza sobre el futuro. Es un panorama ante el cual la sociedad contemporánea no se había enfrentado, y las respuestas surgirán sólo con el paso del tiempo, la experiencia, y la virtud humana de la resiliencia.
Sin embargo, es aquí donde podemos asomarnos por la ventana de la Ciencia, que apenas está entre abierta. Si es posible explorar una manera de sobreponerse o adaptarse a esta “Nueva Normalidad”, es justificable enfocar esfuerzos en ella. Con esta analogía de abatimiento me refiero al Pensamiento Complejo.
La arquitectura es una disciplina que se ha consolidado como la conocemos hoy, a partir aproximadamente del Renacimiento, en la que pasó de ser una concepción técnica a tener una connotación artística, jerárquica e intelectual, y con el paso de los últimos siglos se ha fortalecido como una disciplina guiada por el paradigma de indispensabilidad para la creación del habitar humano, y sobre éste, los procesos formativos son en la actualidad, enfocados en colocar al arquitecto como un profesional sobre el que recaen las responsabilidades de cosificar a las personas como clientes, e interpretar sus necesidades, posibilidades y deseos, para transformarlos mediante una administración y control pleno de los recursos.
El tiempo, la mano de obra, la solidez, la higiene, la funcionalidad y la estética. Después, traducirlos en objetos geométricos construidos de tal manera que permitan salvaguardar a un ser humano en su interior, y además, determinar la forma en que el espacio resultante deba ser utilizado, las actividades que deben ser realizadas y la forma en que éstas deben ser llevadas a cabo.
Es decir, determinar la manera de habitar según los cánones de calidad de vida contemporánea urbana. Todo esto con base a la existencia de constructores o albañiles y clientes, inmersos en un contexto estable y conocido de horarios, proveedores, disponibilidad de insumos, jornadas laborales y cuadrillas de colaboración organizadas, etc, etc.
Ahora, las provisiones deben ser programadas, enviadas y recibidas de otra manera. Su disposición revisada, la interacción de cuadrillas imposibilitada, la comunicación y negociación de términos de trabajo condicionadas, y sobre todo, las interacciones proyectadas completamente modificadas, además del anexo a nuevas costumbres de higiene y control de accesos o salidas.
Las tecnologías y métodos no han cambiado, lo que ha cambiado es la forma de interrelación entre los agentes y los contextos.
Es por esto que la perspectiva de la complejidad, tiene una enorme cabida para facilitar la resiliencia al cambio de panorama territorial sobre el que los arquitectos deben trabajar, ya que es abierta a comprender como a un todo, no solo al cúmulo de agentes, sino a las vinculaciones, estímulos y respuestas entre ellos (sus actividades y sus contextos a diferentes niveles), lo que les permite construir socialmente múltiples realidades.
Estamos hablando que, siendo la arquitectura y el urbanismo disciplinas muy afines, que al desenvolverse en territorios donde existen un número importante de variables y agentes diversos que se auto gestionan y están cambiando, necesitan de la cooperación de otras disciplinas (por ejemplo, las humanidades o ingenierías), ya que, al limitarse a los métodos ortodoxos de éstas, podrían verse rebasadas por los problemas que buscan resolver.
Es imperante entonces el cambio de paradigma sobre el que la arquitectura y el urbanismo formal se desenvuelven, y para ello la complejidad ofrece un buen número de posibilidades.
Si la formación de estas disciplinas se vuelve un poco flexible y desarrolla herramientas que le permitan a un arquitecto tener un diálogo multidisciplinario, y que el profesional aprenda a trabajar de forma horizontal con otros pares y con otros profesionales sin afinidad por el espacio habitable, y con los propios habitantes y constructores de los objetos que proyectan.
Podrían ofrecerse respuesta dinámicas, apropiadas y apropiables, que respondan al contexto complejo que la nueva normalidad trae consigo. Es momento de convertir los retos en oportunidades, y aplicar el pensamiento complejo a la formación de arquitectos y urbanistas, es solo una aproximación.
Alfonso Arias Martínez (FB AM Arquitectura) es tapatío interesado en el desarrollo integral de la arquitectura y la ciudad, capacitado como tecnólogo en construcción, egresado de arquitectura por la Universidad de Guadalajara (UDG) y con estudios de posgrado en Arquitectura Ciudad y Territorio en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Impulsa el cambio de paradigmas de la arquitectura ortodoxa para enriquecer a la disciplina y volverla accesible a los estratos más sensibles de la sociedad.