Cuando nuestra educación sentimental provino de la televisión

Por Karenina Díaz Menchaca

En una de esas invitaciones que nos hacen sobre enumerar tus diez películas favoritas del mundo mundial, recordé la escena de Pedro Infante cuando su hijo ´el Torito´ se muere. La escena que los mexicanos no olvidaremos nunca, sobre todo los nacidos desde los cincuenta a los ochenta más o menos. Eso creo, casi con seguridad, porque ahora los que tenemos hijos no acostumbramos tanto a ponerles películas de Pedro Infante, no sé por qué, bueno sí sé. A los ´chavos´ de ahora  les gusta mirar series, manga, usar plataformas, ver videos, en fin.

No, no es mi película favorita. Era una niña cuando la vi y me dejó muy traumada la escena de Pepe El Toro llorando de esa manera mientras cargaba a su hijo quemado. Para entonces, no había opción, la abuela era la dueña  absoluta de la programación.

Cabe agregar que además ver la televisión en familia es un ritual casi en peligro de extinción.

Nuestra educación sentimental ha sido, para bien o para mal, para mi generación, una madeja de dramones televisivos. Sé que muchos de ustedes se salvan, porque no miraron Televisa por años, pero no es el caso de muchos otros, en los que me incluyo.

De una Libertad Lamarque, de quien la televisión mexicana se enamoró fehacientemente,  en su papel de víctima y dolorosa mujer hasta una Candy Candy, un manga de una chica que fue abandonada de bebé. Vive en un orfanato y se centra al final en una  adolescencia de amores deshechos, frustrantes. Una chica confundida, soñadora, que siempre espera y que al mismo tiempo le sale todo mal, pero luego bien y así pasan los capítulos hasta que por fin, la chica parece tener un futuro.

¿Y luego qué me dicen de Remy? Remy es la telenovela favorita de mi generación. No sólo eso, si la analizamos profundamente, encontraremos aspectos terribles. La historia de un niño al que venden a los ocho años a un actor ambulante italiano, el famoso Señor Vitalis, un cabroncito la verdad que lo trataba pésimo. Al fin, el pobre Remy sufrió el síndrome de Estocolmo con ese señor. Luego, toda la vida, en busca de su madre.

Con Remy te la pasas llorando. A los diez años de edad eso es un delirio. No es que sea una mala caricatura, de hecho tiene aspectos bellos. Los viajes, el circo ambulante de la época, pero las situaciones tristes, de hambre, de pobreza pueden ser verdaderamente innecesarias a esa edad.

 No, no es necesario en la niñez sentirse retratado por personajes así. Ahora cuando echo un vistazo a lo que ven los niños, veo caricaturas completamente opuestas y un surtido de programas con mucha opción. Hay desde un Bob esponja afeminado, hasta Gravity Falls, donde los escritores te retuercen de risa con sus acercamientos a la magia, los iluminati, los referentes musicales, cinéfilos, etc. De una ironía que como adulta me divierte muchísimo, pero no estoy segura si es para los chicos, en fin.

Así viví un poco mi educación televisiva, entre dramones de la pantalla y la vida real. No sé qué fue primero.

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