Crónicas infantiles, a propósito del Día del Niño

Por Karenina Díaz Menchaca

 

Les comparto un poco de mi infancia, un poco cursi, pero no estuvo  tan mal.

El otro día escuché en la radio…

Seguro que hay sol
mañana, dime cuanto
apuestas que mañana,
sale el sol.

 

Se me llenaron los ojos de lágrimas e inmediatamente salté años atrás con aquella niña que de pronto olvido, la pequeña Karenina. Hubo muchas canciones que me acompañaron en la niñez, pero recuerdo que cuando mi padre me llevó a ver la obra de teatro Annie (Anita la Huerfanita, versión mexicana) – quien al parecer, no recuerdo muy bien, si la protagonizó Lolita Cortes- me hizo muy feliz y es que además me regaló el acetato con las canciones.

El lugar para poner mi música era la casa de mi abuela María Luisa, allá por Echegaray, una casa en donde entraba una luz espectacular y un patio que servía perfectamente para mis coreografías. Era casi de ley que íbamos de visita cada fin de semana. En esa casa tenían un mueble de madera como de un metro de largo, decorado detalladamente que siempre estaba perfectamente lustrado por las manos de mi tía, y tenía un tornamesa, el mueble destacaba en el centro de la sala, encima le ponían plantas de sombra  como helechos, millonarias, violetas y sus respectivas macetas eran visibles gracias al acompañamiento de unas carpetas tejidas a gancho, como se acostumbraba en aquella época.

Pues ahí ponía mis discos, que iban desde las mañanitas de Cepellín, el primero de Timbiriche, el primero de Parchís, uno de Mía y Matías que era un dueto de hermanos españoles que me gustaban mucho, y seguramente otros más que  ahora mismo no recuerdo, pero el de Annie era mi preferido.

Pensando en el sol
mañana, pasan las tristezas y no tienes
mal humor.
Cada vez que me siento
triste y sola,
la cabeza levanto y digo asi.. Sí!!!

Unos pocos añitos más tarde, cuando tuve en casa un mueble para poner mis cassettes bailaba y cantaba cuando mi madre salía al mercado, porque ponía a todo volumen mis canciones de colegiala. Eso de las coreografías era lo mío, en una ocasión para un 10 de Mayo le propuse a mi vecina que les hiciéramos a nuestras madres una función de teatro con bailables incluidos, en el patio pusimos sillas y amarramos una sábana para que fuera el telón, pusimos una grabadora y les cantamos. Siempre fui una niña muy artística,  componía canciones con mi hermano y lo obligaba a que las cantáramos,  yo creo que influí en él de alguna manera porque es el único que se dedicó a la música.

A veces en el patio de mi casa me ponía a cantar creyendo que nadie me escuchaba, ¿y cual?, después mi mamá me decía: “Oye, la vecina me dijo que quién era la que cantaba como española”. – ¡híjole, ya me cacharon!, pensaba. Y es que cuando veía las películas de Marisol también me creía Marisol, y cantaba cante jondo como si de veras, además de que hacía hasta lo imposible para alcanzar sus notas, me ponía blanca por quedarme sin aire… “Porque la vida es una Tombola, tom tom tom  tómbola, la vida es una tómbola, tom, tom, tom tómbola de luz y de coloooor. Esa la cantaba Marisol ¿se acuerdan? ¿o nunca vieron sus películas?

Sin duda, yo era una niña muy alegre, aunque con cierta mirada nostálgica, esa no se me ha quitado nunca. Y bueno, cantaba de todo, también con mi  hermano  cantábamos duetos de Pimpinela, ¡ay pobre de mi hermano!, seguro que lo traumé, pero como yo soy la mayor no le quedaba de otra, además de que sinceramente esas canciones no eran como para niños, pero bueno era lo que había, la cosa era cantar. También cantaba las de Joselito, las de Camilo Sesto, Emanuel, José José, ¡Ups! ¡ahora caigo!, ¡puro melodrama! Ahora entiendo mi educación sentimental ¡ja!

Pero eso sí, entre el cante jondo y Annie fui muy feliz, sin duda una mezcla extraña de raíces españolas del bisabuelo y una Annie muy tropicalizada.

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