Por Astrid Perellón
En cuanto uno lee dos o tres autores o toma algún cursillo de paternidad se siente encarrerado, realmente. No está mal, yo misma me monto en la ola de <<no puedo evitar los errores pero puedo hacer lo mejor que sé en cada situación>>.
Así de encarrerados como nos podemos sentir frente a la incógnita de criar hijos, cometemos el absurdo de elegir por ellos. <<Yo leí, yo cursé, yo sé, tú no>>. Llegan a grandes, encarrerados con nuestros planes y tarde o temprano se diluye nuestra influencia, se distrae la euforia o se desacelera el moméntum. <<¿Esto decía mi padre pero qué quiero yo?>> es la crisis natural que enfrentará quien no formó el hábito de decidir, equivocarse, decidir otra vez hasta lograr.
Podríamos correr con suerte; que ellos llegaran a jubilados, descubriendo su pasión por las peligrosas carreras de autos, contentándose con verlas ahora que ya no pueden entrenarse para ello pero ya no nos tocaría esa discusión. Podrían tener sus propios hijos e imitar nuestro modelo <<planeador>>, topándose con muchachos que se rebelan no contra el amor de sus padres, sino contra la necedad de anticipar los resultados de decisiones que no se les permiten aprender a tomar.
Qué tal mejor observarlos desde ahora para conocer quiénes son en lugar de planear lo que deseamos para ellos; sabremos así reconocer sus intentos, apoyarlos en sus fracasos y aplaudir sus logros. No tenemos que resolverles la vida. No sé tú pero eso me causa alivio y no me tumba de la ola de paternidad efectiva. Es como aquella fábula del aquí y el ahora donde a Bruce Wayne se le murieron los padres, creció para tomar decisiones sombrías y otras brillantes. Amaba el recuerdo de sus padres pero no sería quién es sin Alfred brindando consejo, no obligándolo a tomarlo. De haberle impuesto una decisión, Ciudad Gótica no tendría a Batman.