Yolanda en tiempos violentos

 

Por Karina Maya

 

Yolanda entra al salón, cursa la secundaria en algún lugar de este país. Tan dispuesta como siempre, acomoda las bancas de su aula sobria. Retira su mochila con muchos kilos de conocimiento, pocos de encanto. Su ropa está pulcra, se esfuerza por hacer una diferencia en su vida.

 

En la puerta esperan dos de sus compañeros, el profesor aún no llega. Son las 07:30 del día, varios en la ciudad recién despiertan, esta ciudad hecha de violentos, agresivos todxs desde el despertar:

 

¡Chingada madre, ¿dónde está el pinche peine?; ¡Ignorante de mierda!, ¡Quita tu puto auto se me hace tarde!; ¡Esa, mírala!, parece peggy; ¡Anciano apúrate!; Deberían mandar a otro vagón a esta vieja; ¡Miéntale su madre, es igual de bestia!; Recibo una queja de la maestra y te rompo la jeta; Son unos inservibles, para eso les pago; Ese putito hay que llevarlo a la hoguera; Maldito acosador, ¡cástrenlo!; Si te pega, ¡defiéndete, golpéalo tú también!

 

Muchas voces zumban en el ambiente contaminado por el ser cada vez menos humano, menos especial.

 

Ha terminado la jornada escolar de Yolanda. La cámara de un celular está lista para grabar. Sus compañerxs van saliendo, sus amigxs se despiden con un cuídate, nos vemos mañana. Hoy no hubo algún plan entre ellos, ni siquiera ir por unas papas o algo para masticar. Mientras acomoda su último cuaderno dentro de su mochila, un estudiante de su salón le jala su cabello largo, lo hace con ira, las dos manos llevan su cabeza y todo su cuerpo de un lugar a otro. Yolanda, tiene fuerza, responde intentando defenderse, sujeta las otras manos, tira golpes, logra derribar al agresor, siguen los intercambios de patadas.

 

Corre la cinta, hay espectadores inmóviles, el momento ya es de conocimiento mundial, los medios de información se han encargado de ello. Continúa la historia, el agresor se defiende respondiendo a sus visitantes en su canal de Youtube: Estuvo parejo, me derribó, pero ella se fue con unos buenos madrazos.

En las redes sociales piden matar al agresor y sancionar a la escuela; son culpables, ellos son los violentos; seguramente ella tuvo la culpa; pinche mocoso maricón; qué bueno que lo expulsaron; sé que la violencia genera violencia pero si veo eso, a ese le tiro los dientes; tomaremos medidas correctivas, involucraremos a los padres; si fuera mi hija, a ese gandaya lo mando a golpear; la culpa es de los padres, no hacen nada por educar a sus hijos, los tienen abandonados; las autoridades sirven para nada. El coreo cumplió su cometido, solidaridad y justicia instantánea, ha ganado la empatía virtual.

 

Yolanda en casa está recuperándose del momento, no es la primera vez y tal vez no sea la última. Sabe que debe defenderse, aún con puñetazos y patadas, no queda de otra, su entorno se lo ha confirmado. El agresor, sabe que la comunidad lo avala, ser expulsado no le hace cosquillas, vendrán otros escenarios donde descargue su resentimiento, ese que se ha alimentado en cada golpe de su padre y los gritos de su madre, en la calle con sus vecinos insultando para pedir algo, con sus programas de televisión, por las escuelas que lo expulsan, por sus pares golpeadores, por la sociedad tan sensible y replicadora. La historia de ambos se repite a cada instante, son los violentos, nosotrxs.

 

P.D. En las redes virtuales circulan muchos videos donde se exponen o autoexponen estas relaciones entre estudiantes, replicarlos nos hace fomentar odios y conductas agresivas. Que nos sirva, en todo caso, para ponernos en el lugar de los que ahí aparecen y pensar en cómo no permitirlo en nuestro día a día, en la realidad.

 

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