“Varón. 12 meses. Familia muerta, ¿quién se lo queda?”

Por Carlos Arturo Alarcón Moncada

 

Arturo se levantaba todos los días a las cinco de la mañana, se bañaba, se rasuraba, desayunaba con su esposa y partía al trabajo. Él y su familia vivían en la recién construida unidad habitacional CTM Culhuacán, en la delegación Coyoacán, pero su trabajo estaba al otro lado de la Ciudad, en la Colonia Estrella, delegación Gustavo A. Madero. El 19 de septiembre partió como acostumbraba hacerlo, tranquilo y cantando boleros.

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La familia Soto Aldama vivía en Lindavista, delegación Gustavo A. Madero, era una familia integrada por madre, padre, y dos hijos, uno de sólo 13 meses. El padre era un médico pediatra, la madre trabajaba en la tienda departamental Sears, ese día partieron todos temprano a sus actividades como solían hacerlo. El padre llevaba al niño mayor a la escuela primaria, la madre iba a su trabajo, con su bebé en brazos.

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Arturo iba en su automóvil cuando comenzó a sentir un movimiento extraño. “Habrá sido el desayuno, me cayó pesado”. El movimiento no se detuvo. Los postes que estaban en la avenida comenzaron a moverse violentamente, como queriendo aplastar a los carros que pasaban junto a ellos. La gente salía de sus carros y corría por las calles, gritando, pidiendo ayuda. Arturo, petrificado, pensaba sólo en su familia.

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Guillermo Soto manejaba en dirección a la Colonia Centro, donde solía surtirse de material y medicinas para su consultorio médico. De pronto el carro que iba frente a él se detuvo, el que estaba delante también se detuvo, él que estaba delante también se detuvo, el que estaba delante de todos ellos había sido aplastado por un pedazo de roca enorme. Fue entonces, tras la impresión, que Guillermo se dio cuenta que temblaba.

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Inés Aldama caminaba por el estacionamiento de la tienda departamental cuando notó unos ruidos extraños, como si las paredes rugieran, y en seguida, el llanto, su bebé lloraba histéricamente. Inés se asustó, de pronto se rompió el suelo.

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Arturo volvió lo más rápido que pudo a su casa. Entró corriendo y encontró a su familia; su esposa y tres hijas, llorando. Tocó a las puertas de todos sus vecinos para saber si se encontraban bien. Todos estaban a salvo, sólo había sido un susto, pero no podían comunicarse con nadie, las líneas telefónicas no servían, y la transmisión de la tele había sido interrumpida.

Arturo decidió partir hacia su trabajo, en la línea de ensamblaje de Ford de la Colonia Estrella, ahí podría obtener más información sobre lo que había pasado.

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Guillermo no pudo volver a su carro, todo a su alrededor se movía, caían paredes y los gritos de miedo no permitían pensar claro, no sabía a dónde correr, o si quedarse quieto. No sabía bien lo que pasaba. De pronto la calma, la gente había abandonado sus carros, él no podría mover el suyo, pero eso era lo que menos importaba, junto a él había cientos de personas muertas, quizá miles. Decenas de edificios habían colapsado.

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Cuando Arturo llegó a su trabajo fue que se enteró de todo. Un terremoto había destruido la zona centro de la Ciudad de México, y algunas construcciones en muchas otras zonas. En la fábrica donde trabajaba, debido al gran tamaño y a que era una construcción sólida, se habilitó un albergue temporal. A él llegaban, aunque muy pocos, los rescatados de los edificios caídos, o los que se habían quedado sin hogar. Ancianos ricos y niños pobres, señoras elegantes y señores trabajadores, no importaba, ahí todos eran iguales.

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Guillermo regresó caminando a su casa, contemplando a su paso la destrucción que había dejado el terremoto de 8.1 grados, como se enteraría más tarde. Veía los escombros de las construcciones, la nube de polvo que lo cubría todo, el esfuerzo de los voluntarios que movían rocas, que cargaban cuerpos, no sabía si muertos o heridos. Llegó a Lindavista y corrió a su casa, todo estaba a salvo, sólo algunas cosas tiradas. Intento telefonear al trabajo de su esposa, pero obtenía sólo silencio como respuesta. Decidió caminar al Sears, que se encontraba a sólo unas cuadras. Sabía que las cosas estaban mal cuando vio a la gente corriendo en esa dirección.

Al llegar perdió toda esperanza, de todos los edificios de la zona, ese era el único que había caído. No quedaba nada.

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Arturo ayudó en lo que pudo a quienes llegaban al albergue. Les daba agua, comida, y les proporcionaba la poca información que tenía. Llegó de pronto un grupo de unas siete personas; cuatro mujeres, dos hombres, y un bebé. Leyeron la información de cada uno, nombre y situación, el último, el bebé: “¡Varón, aproximadamente 12 meses, sano! Familia muerta… ¿Quién se lo queda?”. Arturo, con las piernas débiles y soltando una lágrima, levantó la mano.

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El 19 de septiembre de 1985 la Ciudad de México se vio golpeada por un terremoto con magnitud de 8.1 grados. La mayor catástrofe natural que ha sucedido en la capital. El movimiento telúrico fue tan fuerte que destruyó la mayor parte de la zona central de la ciudad, incluyendo hospitales, escuelas, zonas habitacionales, etc.

La cifras oficiales hablan de 12 mil 843 personas que perdieron la vida debido al terremoto. Al día de hoy, el recuerdo de esa fecha aún pone a temblar a un país entero.

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