Por Murielle Sánchez Montoya
París, Francia, 23 de junio de 1940. Al fondo se ve la Torre Eiffel de la base a la punta y un Campo de Marte desierto en pleno verano de la Ciudad Luz. Cuatro hombres aparecen en la foto en blanco y negro. Albert Speer, arquitecto alemán, a la izquierda y Arno Breker, escultor de la misma nacionalidad del lado derecho. Ambos en gabardinas de cuero con los dos últimos botones abiertos, camisa blanca y corbata obscura. Adolf Hitler se encuentra entre los dos, mira por encima de la cámara y frunce la delgada línea de los labios decorados por dos centímetros cúbicos de negro bigote. Se toma las manos y posa.
El cuarto hombre, un desconocido de espalda, lleva una cámara de video sobre el hombro y graba al Führer triunfante. Sólo Breker mira la cámara tímidamente, el cuello hundido y los brazos pegados al cuerpo mientras Speer fija los ojos en algo lejano, los brazos cruzados en la espalda.
París, Francia, 23 de junio de 1940. La bestia marcha sobre París. Se deleita frente a la Ópera Garnier, atraviesa los Campos Elíseos en su descapotable y admira el Arco del Triunfo antes de rendir homenaje en el Palacio Nacional de los Inválidos al emperador que hizo suya gran parte de Europa, Napoleón Bonaparte.
La Blitz Besuch o visita relámpago de ese día era el símbolo de la caída de Francia en las manos del Tercer Reich. Visita que sólo duró dos horas pero fue como un preludio del sufrimiento que acompañaría a los franceses y europeos durante los cuatro años del régimen de Vichy y de una de las épocas más obscuras del siglo XX.
Días antes, el 17 de junio de 1940, el Mariscal Pétain, todavía presidente del Consejo de Ministros pero que se convertía ya en el jefe de Estado francés pronunció su infame discurso de rendición en las ondas de la radio francesa: “Franceses, asumo a partir de hoy la dirección del gobierno de Francia.[…] Seguro de la confianza de todo el pueblo, dono a Francia mi persona para atenuar su sufrimiento.[…]Es con el corazón acongojado que les digo hoy, debemos cesar el combate.”
El país de los derechos humanos los suspendería. Deportaría a 76 mil judíos, cazaría comunistas y anarquistas. Haría de todo resistente capturado un ejemplo de la brutalidad del régimen colaborador pero , claro, colaboraría bajo el pretexto de evitarle el sufrimiento de la Primera Guerra Mundial a la población francesa.
A más de 70 años de la visita de Hitler a un París sometido, Europa y el mundo se derechizan con personalidades y partidos autoritarios, xenófobos, racistas que recogen votos de los insatisfechos de las políticas sociales y económicas. El Frente Nacional en Francia, Pegida en Alemania, Amanecer Dorado en Grecia…sin olvidar a Donald Trump en Estados Unidos cuya nominación del Partido Republicano se perfila con cada vez más fuerza. La actualidad política deja un amargo sabor de boca y una pregunta en el aire para los gobernantes ¿No habían aprendido la lección?