Se puede transitar por la música sin prestarle mucha atención a las etiquetas: Eduardo Huchín

Por Anahí García Jáquez

Eduardo Huchín Sosa (Campeche, 1979) es músico del dueto Doble Vida y escritor. Autor de los libros de ensayos ¿Escribes o trabajas? (Tierra Adentro, 2004) y Ni siquiera es un trabajo, pero alguien tiene que hacerlo (Posdata editores, 2014), así como del libro de crónicas Usted se encuentra aquí (Secretaría de Cultura de Campeche, 2013). 

También es editor responsable de la edición mexicana de Letras Libres. Está presentando su más reciente libro Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles, una compilación de sus textos en los cuales responde a varias preguntas sobre música.

–Tu libro comienza con una mención sobre Bach. ¿Es una casualidad o lo reconoces como la base y el fundamento de todos los géneros musicales como los conocemos ahora?

Bach es, sin duda, uno de los grandes músicos de todos los tiempos, pero a la vez es uno de esos compositores que puede parecer lejano al escucha contemporáneo, no sólo por sus motivaciones religiosas, sino por la complejidad de sus obras. 

Charles Rosen, por ejemplo, subrayaba que El arte de la fuga era menos una obra para escuchar y más “para ver”, es decir, no había sido compuesta para oírla como público en una sala de conciertos, sino para estudiarla como intérprete, para tocarla mientras se observa una partitura. 

Hay, entonces, una dimensión de Bach que se nos escapa como escuchas comunes y corrientes. Lo que yo cuento en mi ensayo es que comprendí un poco más lo que Bach hacía formalmente viendo videos de sus obras interpretadas en la guitarra. 

Aunque no sé leer partituras, sí toco la guitarra desde niño, y viendo esos videos pude entender ciertas estructuras o ciertas combinaciones armónicas de las obras de Bach. 

Fue una revelación, porque a partir de ahí me pregunté si había, no una, sino diversas formas de entender la música. No sólo de disfrutarla, sino de ir más allá. 

Lo que desarrollo en ese ensayo son las múltiples formas de saber de música, que abarcan la erudición, el conocimiento de partituras, los saberes prácticos, la escucha entrenada y demás. Pero creo que Bach (alguien que nunca dejó de aprender y analizar, pese a ser un genio de la música) era un buen ejemplo para plantearme esas preguntas.

–¿Qué criterios utilizaste para la selección de los ensayos que forman parte de tu libro?

Al principio quise reunir algunos textos que ya había escrito sobre música, pero al intentar corregirlos y actualizarlos, descubrí temas que no había visto. 

En lugar de sólo ampliar lo que ya había escrito, decidí escribir textos nuevos basándome en varias preguntas que tenía alrededor de la música: ¿podemos hablar de humor musical?, ¿qué relación existe entre la música y las imágenes?, ¿puede verse la música como un trabajo?, ¿por qué ciertas combinaciones de sonidos nos parecen agradables y otras no? 

Dos condiciones que me propuse al escribir el libro fueron: a) tratar aspectos formales de la música, pero de un modo que resultaran comprensibles para cualquiera, y b) contar muchas historias, de modo que es un libro con una multitud de anécdotas, pasajes biográficos, escenas desconcertantes de personajes conocidos, eso sí sustentado en todas las biografías, crónicas y correspondencias que pude encontrar.

–¿A la música se le entiende o se le siente?

Creo que sentir y entender no son actividades excluyentes. Hay momentos para sentir la música y otros para entenderla. Pero atención: eso no significa que cuando uno analiza con curiosidad formal una canción, la deje de sentir, simplemente la experimenta a otro nivel. 

Tampoco me gustaría dar la impresión de que la escucha “por simple placer” es una forma más primitiva de acercarse a la música; mientras mueves la cabeza al ritmo de una canción de Slayer, también la estás entendiendo, sólo que con unos propósitos que no son los que tienes si te pones a analizarla. Lo que quiero decir es que son experiencias distintas.

–¿Qué tanto nos dice de la personalidad de un individuo sus preferencias musicales?

Creo que muy poco. Entiendo que muchas personas quieran definirse por sus gustos musicales y supongo que en ciertas épocas de nuestras vidas eso tiene sentido (yo fui metalero en mi adolescencia y comprendo, desde luego, la necesidad de estrechar lazos con personas afines a ti). 

Con la edad me resulta claro que esas divisiones, a menudo, fortalecen prejuicios contra la gente que no es como tú. A cada rato veo en las redes sociales comentarios que, en lugar de contagiar el gusto propio, se la pasan denostando el gusto ajeno. Creo que es una gran pérdida de tiempo. Y todo nace de dos ideas equivocadas: de que la música “nos define” y de que todos tenemos una personalidad única y firme como un monolito. Eso no es cierto.

–¿El melómano nace o se hace?

Habría que preguntarle a un melómano. Yo no me definiría como tal. Me gusta mucho la música y siento una enorme curiosidad por toda clase de obras, compositores, bandas, géneros, modas o ideas, pero he terminado por aceptar que mis conocimientos son muy limitados.

–Háblanos sobre la música y su poder para transportarnos a lugares y momentos.

Una de las cosas que aprendí escribiendo este libro es que la música no necesariamente evoca una experiencia sino que constituye una experiencia en sí misma. 

Es decir, la gente no escucha canciones tristes para revivir un momento triste, sino para tener una experiencia “controlada” de tristeza. Lo mismo con el desahogo, otro tanto con la espiritualidad. 

Hay quien confunde las experiencias reales con las experiencias estéticas… y está bien. Al fin y al cabo, eso mismo sucede con las ficciones, que a veces nos hacen llorar o nos provocan indignación y que, como todos sabemos, cumplen un papel importantísimo en nuestras vidas.

–Tienes un ensayo donde hablas sobre los músicos trabajadores. ¿Es la música una profesión ingrata?

Lo que ilustro en mi ensayo –una revisión de distintos casos de músicos trabajadores– es que no hay una condición laboral idónea para el músico. Hubo gente que trabajaba para emperadores que la pasaba muy mal, pero hubo también quien encontró en el cobijo imperial una cierta estabilidad económica. 

Hubo quien optó por dar conciertos y eso lo liberó de otros yugos, pero hubo quien vio en los conciertos una forma de esclavitud. 

Al ser al mismo tiempo un trabajo en toda regla (te remuneran por escribir o ejecutar una pieza) y una actividad creativa (en donde buscas, de algún modo, satisfacer tus propias aspiraciones artísticas) es muy difícil establecer el punto de equilibrio. 

A veces hay dinero, pero poca libertad; en otras ocasiones, hay libertad pero falta el reconocimiento. En muchísimos casos, ni siquiera se cubre el rubro mínimo de una paga justa. 

Para acabarla de amolar, la gente común y corriente también se siente con el derecho de escuchar música sin gastar demasiado (como lo demuestra nuestra preferencia por plataformas de música que pagan muy mal a los músicos). Lo que quise hacer en ese ensayo fue ilustrar históricamente la complejidad del problema.

–En el caso de quienes quieren dedicarse a la música, ¿crees tú que disciplina mata talento?

Para nada. Independientemente de si tengo o no talento, este libro es resultado de la disciplina. He contado muchas veces, pero conviene traerlo de nuevo a cuento, que lo comencé a escribir porque mis gatas me despertaban a las cinco de la mañana todos los días. 

Decidí aprovechar esas horas despierto para ponerme a escribir un libro. Hice un plan y hasta un cronograma. Y creo que funcionó muy bien. Más que matar mi creatividad, la disciplina la puso en movimiento. Siento que el ejemplo se puede aplicar también a la práctica de la música.

–¿Con qué se quedará el lector una vez que lea tu libro?, ya sea alguien que conozca de música o alguien que desea aprender algo.Yo aspiro a que el lector de Calla y escucha salga del libro con un amor renovado por la música, pero también con menos prejuicios.

¡Suscríbete a nuestro newsletter!

Related posts