Por Rivelino Rueda
Son cinco o seis pesos que literalmente salvan de una situación bochornosa, de un estado al borde de la locura. En ocasiones, no importa pagar de más por su dichosa aparición. Veinte, cincuenta, cien pesos. No importa.
Los baños públicos en la Ciudad de México, específicamente los que se ubican en los 392 mercados de las 16 alcaldías de la capital del país, son, quizá después de las iglesias y los hoteles, donde se escuchan más fuerte los agradecimientos y donde se cristaliza el alivio del cuerpo, pero también del alma de cientos de miles de capitalinos.
Para mayores datos, son los que se encuentran regularmente “hasta el fondo del pasillo a la derecha”.
Y sí, son los que tienen la dicha de entregar unos 20 cuadritos de papel higiénico a la entrada, pero además de ofrecer viandas azucaradas, un refresquito o un cigarro para aliviar la angustia de haber llegado a tiempo.
Y es que nunca se sabe cuándo puede ocurrir una contingencia de esta naturaleza. Nunca está calculado si el siguiente retortijón en el estómago será el apocalíptico. Nunca se sabe si las quiméricas contorsiones, el andar de acróbata y las piernas flácidas pueden soportar todo el peso de la materia cósmica en esos minutos abominables.
Por eso lo vital de estos sitios, lo sublime de su presencia…
Y sí, por tratarse de espacios que, de cinco en cinco pesos y de urgencia en urgencia, generan dinero a cuentagotas, son además –como las iglesias y los hoteles—grandes negocios para las alcaldías de la Ciudad de México.
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El problema llega cuando hay que rendir cuentas de esos recursos que entran a las arcas de las alcaldías. Dinero que, de acuerdo con la Ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Rendición de Cuentas de la Ciudad de México, es obligatorio transparentar y poner a disposición de la ciudadanía.
Pero esto no ocurre en los hechos. En una revisión que realizó Reversos en la Plataforma Nacional de Transparencia (PNT) a las 16 alcaldías de la capital del país, en el rubro “ingresos recibidos por cualquier concepto”, en el apartado de “obligaciones específicas”, sólo cinco demarcaciones reportan los ingresos generados por el servicio de “sanitarios en mercados”.
Las únicas alcaldías que rinden cuentas en este tema son Benito Juárez (PAN), con ingresos en ese rubro de 2019 a 2021 por 4 millones 778 mil 219 pesos; Cuajimalpa (PRI-PVEM), con percepciones por 39 mil 87 pesos en ese mismo periodo; Iztacalco (Morena), con entradas por 6 millones 470 mil 625 pesos; Milpa Alta (PRD), con una captación de 1 millón 819 mil 470 pesos, y Venustiano Carranza (PRD), con un ingreso total de 9 millones 874 mil 388 pesos en los últimos tres años.
En cambio, las alcaldías Álvaro Obregón (Morena), Azcapotzalco (Morena), Coyoacán (PRD), Cuauhtémoc (Morena), Gustavo A. Madero (Morena), Iztapalapa (Morena), Magdalena Contreras (Morena), Miguel Hidalgo (Morena), Tláhuac (Morena), Tlalpan (Morena) y Xochimilco (Morena), reportan en ese rubro, en la Plataforma Nacional de Transparencia (PNT), la siguiente leyenda:
“No se recibieron ingresos de ningún tipo en este trimestre”.
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“¡Como si la gente no cagara, y no pagara por cagar o echar una miada!”, lanza a carcajadas Miguel P., encargado de custodiar los sanitarios ubicados en un mercado de la Alcaldía Cuauhtémoc (los nombres reales de los trabajadores y de los mercados se omitirán en este texto por motivos de protección a las personas encargadas de cuidar esos espacios).
El despachador de alivios y emergencias del cuerpo corta con paciencia los “cuadritos” de papel higiénico para el cliente. En la mesita de acceso a los sanitarios extiende la mercancía que ofrece a las personas que ingresan con rostros de pánico y salen con un semblante de alivio celestial.
Es aquí donde se pueden observar dos facetas diametralmente opuestas en los seres humanos.
Miguel P. tiene dos auxiliares: su esposa y su hermano menor, de 45 años. Entre los tres se turnan para limpiar los excesos de la desesperación humana, para proveer de jabón líquido los recipientes en los lavabos. De lustrar los espejos opacos con cáscaras de plata, que estallan sin razón alguna en las esquinas de esos vidrios añejos (que nos duplican monstruosamente y nos multiplican en el acompañamiento incómodo, grotesco).
“La aportación diaria llega a los trescientos pesos entre semana y hasta los quinientos pesos los fines de semana. Ya cuando hay festividades, como la Independencia, el Día de Muertos, Reyes o Navidad, el mercado se llena y más gente viene a hacer sus necesidades… Como setecientos o mil pesitos”.
Arnulfo G., despachador de emergencias del riñón y de la panza, acaba de cumplir 39 años en este negocio en un mercado de la alcaldía Azcapotzalco. Y también confirma lo que dice Miguel P.:
“Vienen unas gentes de la alcaldía, con su chalequito mamón, y recogen lo del día. Primero piden el moche por el puesto de dulces y fritangas, de a cincuenta pesos al día, luego hacen las cuentas. A veces nos dan talonarios, a veces no. Yo ahí veo el negocio de estos cabrones, porque seguramente se quedan ahí con un varo”.
¿Los insumos para la limpieza de los sanitarios? Ellos lo ponen. Sólo dos veces al año dejan un galón de jabón líquido, una escoba, un trapeador y tres jergas.
¿Si se descompone un excusado, un lavabo, una tubería? Carcajadas. “¡Brincos diéramos!” “O nosotros lo reparamos o, cuando está cabrona la falla, llamamos a un plomero”, comenta Miguel P.
¿Es negocio? “¡Uta!” “Sobre todo de los inspectores pa’ arriba. Ahí es donde se pican la mayor parte de la lana” “A la alcaldía, seguramente, ya llega muy poco”.
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La Alcaldía Venustiano Carranza no sólo concentra 42 mercados tradicionales y especializados en la capital del país, sino que además es sede de algunos de los mercados más antiguos, más entrañables y más famosos de la metrópoli.
“Acá tenemos desde el Mercado de Morelos (Tepito), hasta toda la diversidad de los Mercados de la Merced (Ampudia, Anexo, Banquetón, de Comidas, de Flores, Nave Menor, Nave Mayor, Paso a Desnivel, Paso a Desnivel Gómez Pedraza, Merced Sonora y Merced Sonora Anexo), o los tres Mercados de Jamaica (Comidas, Nuevo y Zona), o el de Peñón de Los Baños. Todos, con un chingo de afluencia los 356 días del año. Dígame usted si no va a ser un pinche negociazo esto”.
Vicente T. también se dedica a arrancar sonrisas a los desesperados y suspiros a los que súbitamente se les tuerce la tripa, la vejiga o el alma. El hombre de 57 años realiza su faena en uno de los mercados más populosos de la Ciudad de México donde, dice, “entra tan buena feria que hasta los narquillos de por aquí nos cobran por derecho de piso”.
No son pocas las veces en que los sanitarios del mercado donde labora –con cuatro chalanes de apoyo— tengan más demanda que cualquier puesto establecido.
Don Chente, como lo conocen en el barrio, también puso su negocio de dulces, refrescos, cigarros, toallas femeninas, condones, gel antibacterial, tapa bocas, maquillaje para dama y caballero, películas piratas, pelotitas para el estrés y, ¿por qué no?, cerveza en lata o cubas en vaso de plástico, eso sí, “por debajito del agua”.
En los reportes de transparencia que subió la Alcaldía Venustiano Carranza a la Plataforma Nacional de Transparencia, de 2019 a 2021, el monto total de ingresos que manejó Vicente T. en esos sanitarios del populoso mercado donde labora fueron de 2 millones 282 mil 705 pesos
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Las pocas ganancias que quedan para los despachadores de salvavidas ante bochornosas calamidades se reparten como en juego de naipes. El cuidador de los sanitarios públicos en los mercados de la Ciudad de México siempre es el tahúr que pierde y siempre es el que reparte…
Al inspector, al presidente en turno del mercado, al presidente de la asociación de mercados, al servidor público que le “permite” vender mercancía afuera de los baños, al de la vigilancia, a los “changos” que venden protección en casos de extorsión o asaltos, a los “narquillos” de la Unión Tepito “nomás por sus guevotes, porque dicen que el terreno es de ellos”.
Así también pasa con Fanny J., curandera de sudoraciones heladas, del mal de ojo desorbitado, de temblores apocalípticos y de fruncimientos infernales, en un mercado de la Alcaldía Miguel Hidalgo donde, de paso, vende todo tipo de golosinas y bebidas azucaradas para “bajar el susto” a los cientos de usuarios que, a su salida de los sanitarios, dicen que “el alma les regresó al cuerpo”.
Ya no son los baños de los merados públicos en las décadas de los setenta, ochenta o noventa, esos que sólo se atrevían a entrar los más valientes, los más necesitados o los más inocentes. Esos que más bien eran fosas sépticas, apelmazadas de materia fecal acumulada por meses y meses.
Si. Esos cuartuchos surrealistas donde la mierda colgaba en techos y lámparas, donde no dejaba de fugarse el agua de tuberías eternamente averiadas, donde los pisos eran más pegajosos que cualquier rastro inmundo en cualquier parte de México, donde cada paso era como estar pisando vísceras humanas.
Hoy ya no es así, al menos en la mayoría de los mercados de la capital del país. Y un ejemplo son los sanitarios a cargo de Fanny J., de 33 años de edad, quien se turna con una hermana mayor, de 40, y con su mamá, de 61 años, el cuidado, peaje y mantenimiento de los baños públicos de esta plaza de vendimia en la demarcación Miguel Hidalgo.
Si bien las remodelaciones en los últimos años y acondicionamiento de mingitorios, excusados y lavabos han corrido por cuenta de la Alcaldía, que se han repartido entre gobiernos del PAN, PRD y Morena, el mantenimiento general y diario –señala Fanny—corresponde a ella y su familia.
“Nosotros limpiamos y compramos lo necesario para que el lugar esté presentable. Mi mamá y mi papá en paz descanse empezaron con esto allá a finales de los ochenta, cuando todavía esto era un cochinero. Ahora sólo vienen a cobrar lo del día. Lo cotejan con los folios del talonario. Y ya de ahí no volvemos a saber más de ese dinero”.
Pero eso sí. Fanny reporta ingresos de entre 500 a 700 pesos al día por el uso de los sanitarios, los cuales se incrementan de 800 a 1,000 pesos en días festivos, aunque ya varios locatarios le han dicho que los que recogen el dinero “sólo le entregan al jefe de zona de la alcaldía como 400 pesos y el jefe de zona entrega a las gentes de finanzas entre 200 y 300 pesos al día”.
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Vista nublada. Caminar incierto. Segundos que parecen siglos. Un paso más y un hilo invisible a punto de romperse. Lágrimas contenidas. Injurias atragantadas en mandíbulas apretadas, tensas como rocas por el holocausto… El “no llego, no llego” que se asoma implacable.
Luis Alberto Arriaga usa el lugar común para describir su alivio, su agradecimiento infinito para con estos lugares: “Es la luz al final del túnel”.
Esos locales y sus millones de historias. Receptáculos de fe ciega y oraciones silenciosas… “¡Gracias diosito, gracias virgencita que sí llegué!” Esos cuartuchos que a simple vista son fosas sépticas modernas, pero que para los más necesitados, para los más desesperados, son templos de salvación eterna, de alivio quimérico.
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La Ciudad de México no se entiende sin sus mercados y los mercados no se pueden descifrar sin sus baños públicos. Pero fue hasta 1951, cuando Miguel Alemán Valdés era presidente de la República y Fernando Casas Alemán el regente del Departamento del Distrito Federal, cuando se promulgó el primer Reglamento de Mercados para el Distrito Federal.
Ahí, en ese decreto, se estableció, en el Capítulo IV, Artículo 50, que “la prestación dentro de los mercados públicos, dentro o fuera de los propios mercados del servicio de sanitarios, corresponderá al Departamento de Mercados de la Tesorería del Distrito Federal; pero éste podrá delegar su competencia a favor de particulares, cuando el Departamento del Distrito Federal les otorgue concesión, en cuyo caso deberán otorgar fianza suficiente a favor del mismo Departamento del Distrito Federal, que garantice la debida prestación del servicio”.
Y en el Artículo 52 de ese reglamento también se destaca que “los concesionarios del servicio público de sanitarios, deberán mantener este servicio en buenas condiciones higiénicas y materiales. Cualquier deficiencia o desperfecto que ocurra en su funcionamiento, deberá ser notificado al jefe de zona respectivo y al Departamento de Mercados de la Tesorería del Distrito Federal, dentro de las tres horas siguientes al momento que se origine el desperfecto o la deficiencia”.
Pasaron 24 años para que se diera un cambio, no en esta legislación, sino en los lineamientos para la normatividad de los mercados en la Ciudad de México.
El 18 de febrero de 2015, la Secretaría de Desarrollo Económico del gobierno capitalino, en ese entonces a cargo de Salomón Chertorivski Woldenberg, publicó en la Gaceta Oficial del Distrito Federal los Lineamientos para la Operación y Funcionamiento de los Mercados Públicos del Distrito Federal.
En el Capítulo VI (De la prestación del servicio de sanitarios y estacionamientos), el gobierno de la Ciudad de México, a cargo en esos años de Miguel Ángel Mancera Espinosa, estableció, en el Artículo 61 que “la prestación en los mercados públicos del servicio de sanitarios y estacionamientos corresponderá a la Dirección General Jurídica y de Gobierno, quien podrá delegar su competencia en favor de particulares, atendiendo en lo establecido en la Ley del Régimen Patrimonial y del Servicio Público del Distrito Federal y demás disposiciones jurídicas aplicables”.
“En igualdad de condiciones se dará preferencia a las solicitudes formuladas por la asociación o asociaciones de comerciantes a que se refiere el Capítulo VI del Reglamento”.
Alicia C., encargada de los sanitarios en un mercado de la Alcaldía Tlalpan –demarcación que no reporta ingresos en estos servicios en la Plataforma Nacional de Transparencia (PNT)–, asegura que esta normativa “es una vacilada”.
La mujer, de unos cincuenta años, aduce que “en el caso de este mercado un grupo de locatarios son los dueños de los baños, ellos me pagan a mí, por ejemplo, pero aun así le tienen que pasar una cuota a las gentes de la delegación (sic), supuestamente para el mantenimiento; pero pues lo mismo, puras tranzas.”
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Los costos para el mantenimiento de los sanitarios públicos en los más de trescientos mercados de la Ciudad de México se dispararon: gel antibacterial, toallas desinfectantes, cloro en cantidades industriales… y sí, mano de obra para destapar los excusados o para sacar de los mingitorios los cubreboas que, irresponsablemente, arrojan los miles de usuarios a estas bocas de cañería.
Las faenas son pesadas, pero no sólo dejan buen dinero, sino muchas, muchas historias, como la de aquel pobre muchacho lustra zapatos –cuenta Alicia C.—que no llegó a su destino final “sólo a unos pasos… Y ahí quedó todo. No. Sin palabras… ¿Y qué hacíamos, si el pobre nomás cargaba con veinte pesos y su cajoncito viejo”.
“Pues a apiadarse de él y a comprarle unos pantalones, unos calzones y unos calcetines aquí adelante, donde venden la ropa más barata, en los pasillos de aquí a la vuelta… Y lo dejamos que lavara sus zapatos aquí en el lavadero, y ahora viene de dos a tres veces a la semana con un dulce, con un mazapán, con una fruta para agradecer lo que hicimos por él… Y así muchas, muchas historias. Todos los días… Por eso no paramos, ¡qué va!”
@RivelinoRueda
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