¿De quién chingados es esta cocina de 100 años?

Por Miguel Caballero

¿Cuántas historias puede contar una cocina de más de cien años? ¿Cuántas? Sobre todo si a eso sumamos todos los utensilios y trastes que han pasado por ahí y lo multiplicamos por el número de personas que los han utilizado.

Resulta por demás tedioso, ¿no es así? Aboquémonos tan solo a lo existente, llámense cosas o personas.

Dentro de ese breve y longevo espacio conviven las amarillas huellas de la batalla con toda clase de herramientas culinarias. Desde lo más simple, como esos inagotables y torcidos tenedores que aún conservan una borrosa y petulante insignia de plata fina francesa, hasta lo más elaborado, como la licuadora que no se mueve para trabajar ni hace ruido, y que cuando la usas la primera vez piensas asustado que ya le rompiste la madre y que no debías haber licuado huevo con nopales en ella.

Las máquinas de una tecnología más avanzada, como el microondas, la sandwichera y el vaporizador de vegetales, coexisten a su vez con máquinas viejas, desvencijadas y en peligro de extinción. Hay una lava vajillas del año de la canica que bufa y baila un son arrítmico, mientras en su interior se libra una carroñera y aséptica guerra por resistir un días más al deshuesadero de algún taller vecino de la Colonia Roma.

El refrigerador es un templo en toda la cocina, y éste no es la excepción. En su interior se puede encontrar caviar entubado que lleva más de un año caduco, pero se sigue viendo bien para apañar a las visitas. Un taco de frijoles tieso con una sola mordida anónima que aún espera estoico la llegada de su barco. La gelatina y el pastel en el plato desechable que a nadie gustaron a pesar de ser regalados. Y un sinfín de chingaderillas mafufas.

Pero no todo son cosas malas. La cerveza nunca ha faltado en ese refri, por ejemplo, y de vez en cuando llega a haber queso Oaxaca tan exquisito que es imposible no arrancarle un cacho y huir rápido del lugar.

Frutas, frutas y más frutas. El Jardín del Edén. Lástima que estén todas podridas. Lo demencial es que cada que uno ve el frutero lleno de fruta podrida sabe que la siguiente vez que voltee  estará empachado de fruta fresca condenada a esa cárcel que es la indiferencia. Las verduras no circulan mucho por aquí. Unos cuantos limones (para las “miches”), una cebolla y una papa componen el huerto.

La estufa es antigua pero aún conserva esa fuerza de los primeros años. Debe ser porque en ella no se cocina más que un huevo mañanero, quesadillas y, en mi caso, leche caliente en un pocillo. Del café y el té mejor ni hablo, esos se calientan en el micro para evitarse uno la fatiga de lavar y la de estar sano.

Las cazuelas no registran ni media partícula de teflón y tienen todas una especie de grafitis hechos a la mala. Por chingar. Hay uno que da vueltas como rehilete y hay que ajustarle el tornillo a vuelta de cuchillo.

Está el especial, el de la señora. Ese que quedó estrictamente prohibido ocupar desde el primer día, pero que cuando la dueña no está se usa para cocinar en putiza y no tener que lavar la grasa a conciencia. Los demás días nos conformamos con que derrita el queso en la tortilla.

En los últimos años la cocina dejó de ser el centro neurálgico de la mujer y pasó a ser el de todos, o de nadie, como en este caso.

Solo Lola, la perrita cruza de Cocker y Schnauzer que vive con nosotros, se proclama como la dueña del lugar. Se caga y se mea en la cocina como si fuera su territorio. No piensa nunca en los demás. Egoístamente te recibe moviendo la cola y presumiendo su desecho. En las noches es preciso encontrar inmediatamente el apagador y caminar de puntitas, no se vaya uno a resbalar con los ejemplares del desvergonzado canino.

El color verde-gris de los mutros, émulo de aula de primaria federal, y las 156 macetitas pendejas y estorbosas, ubicadas en todos los rincones, son lo último que uno percibe del lugar, pero una vez que lo haces ya nunca más te dejas de preguntar ¿de quién chingados es esta cocina?

Seguramente de aquella persona que sea capaz de recordar cuántas historias han ocurrido ahí.

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