Por Camila Lara
Cuando oímos hablar de los ochenta, se nos vienen a la mente las películas de John Travolta y zapatos de plataforma seguido de recuerdos muy gratos de nuestros padres y de fotos con cabello muy alborotado, hasta que llega el 85.
En eso, se les borra la sonrisa del rostro. Al menos así le pasa a David, quien de no ser por las canas y las líneas de expresión tan marcadas, dudarías que tiene 50 y tantos.
“¡No, no fue cualquier cosa! En ese entonces yo estaba chavitito. Estaba en la calle cuando pasó”, dice mientras sacude la cabeza y mira al suelo. “A mí y a otros cuates nos tocó cargar cuerpos”, dice al enfatizar con su índice.
Como era lógico, David no recuerda en qué parte estuvo ayudando a cargar cuerpos, sólo recuerda cómo él y otros civiles se esforzaban por ayudar a quien fuera.
“¡Me cae que la gente se portó muy bien! No vi a una sola persona que no tuviera las manos ocupadas intentando hacer algo por los que más afectados estaban”, recalca. Hace una pausa y un mohín aparece en sus comisuras. “Hasta ibas a cualquier restaurante y te daban de comer gratis”.
Para María Teresa fue poco diferente. Ni ella ni sus hijos sufrieron daño alguno; su casa fue de aquellas afortunadas al quedar intactas.
“Mis hijos y yo salimos a repartir comida y mantas en algunos puntos de la ciudad. Inclusive fuimos a la Cruz Roja para ver en qué podíamos ayudar”, recuerda cruzando los brazos con expresión preocupada.
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Tania, por otra parte, recuerda que ese día estaba en la escuela, la cual se ubicaba en Avenida Observatorio. “Estaba en clase y sonó la alarma. Todos en el salón nos asustamos, y yo lloré porque tenía miedo.
No supimos qué hacer y llegó el profesor de Educación Física a sacarnos. Afortunadamente no salió nadie herido, pero el patio de la escuela tenía una grieta enorme cruzando por el centro”.
Los ojos azules de Tania se tornan rojos de lágrimas. “Tres niños de mi grupo perdieron a sus mamás”, dice con voz entre cortada.
No cabe duda que el 19 de septiembre de 1985 dejó una gran cicatriz en la urbe. Sin embargo, fue un parteaguas sin el cual no tendríamos consciencia de lo que un terremoto implica.
Para nosotros los jóvenes, el 19 de septiembre representa una ceremonia y unos minutos de silencio luego de un simulacro en el que se mide el tiempo que tardas en salir y alguien pretende estar herido para que la brigada de seguridad sepa qué hacer, pero para nuestros padres, tíos y abuelos el 85 se representa con tres palabras: fortaleza, dolor y solidaridad.