Cuatro segundos

(Voces del Sismo de 1985)

Por Leonardo Miguel Chavarría Villalba

—Estuve a punto de cometer la ridiculez de morir aquel día.

Antes de la mañana, antes del olor a fierro-polvo-concreto-demolido, Arturo García, 24 años, soñó en cifras. La crisis del 82 dejó a los mexicanos con la cartera vacía y los orilló a perder sus trabajos. Tres años después, García estaría en un hotel en la calle La Fragua, lustrándole los zapatos a alguien que corrió más suerte que él.

Arturo se despertó bruscamente, y eso lo molestó bastante. A instantes de abrir los ojos creyó que todo se había vuelto un sueño tiránico. El suelo y su techo se volvieron crujientes y sus ventanas crocantes. Su cama rechinaba, y eso lo impresionó bastante. Estaba temblando.

—    No estaba soñando.

En ese cuarto todo cobró vida. García recordó en aquel instante la película de La Cenicienta: el sonido de los trastes de vidrio al caer al suelo fue igual al de la varita cuando la hada madrina cumple un deseo. García deseaba huir de ahí. García estuvo a punto de cometer una ridiculez.

—    ¿Viste cómo se derrumbaba tu edificio?

Cuando Arturo García salió a la calle, el sonido de las sirenas inundó sus oídos. Ahora sí, todo parecía un cuento apocalíptico de hadas. Todo era irreal. Era ridículo. El cronómetro empieza, y el tiempo es vital.

—    Sí, era un edificio pequeño, no tomó ni cuatro segundos en caerse todito.

En el primer segundo las vibraciones se acumulan, García se queda quieto cuando admira el desastre con curiosidad mórbida. El edificio se inclina levemente.

Segundo dos, los vidrios terminan por romperse y el concreto cae como una pieza monumental de jenga.

Tercer segundo, el corazón se agita y García apenas puede respirar por todo el polvo que levantó el derrumbe.

Segundo cuatro, la tierra flota, el piso se mueve, las sirenas aúllan. Estamos todos, doctor psiquiatra, en una tumba de cuatro mil muertos.

Related posts