Por Rodrigo Bengochea
2020 ha sido un año de improvisación, de adaptación, que nos exigió reaccionar rápidamente para mantener el mundo en funcionamiento y mantenernos a salvo el mayor tiempo posible de la amenaza microscópica.
Este contexto exigió repensar los paradigmas de un sinfín de actividades a las que no nos habíamos asomado con seriedad: teletrabajo, videoconferencias, e-learning, e-books, entre muchas otras.
Una industria particularmente golpeada es la editorial. Las cifras ofrecidas por la Cámara Nacional de la Industria Editorial valúan la caída de ventas en el sector durante 2020 en cerca de 30% y prevén que la recuperación pueda llevar hasta una década.
El consumo de libros está mediado por los distribuidores o las librerías, que forman parte de esta industria de manera muy activa. La reconversión de la industria hacia el consumo digital podría representar una transformación de los actores y sus pesos específicos, sin embargo, la industria del libro pareciera insistir en mantener fuertes expectativas en el libro impreso.
Puede haber varias razones para lo anterior: el margen de ganancia de un libro impreso es muy superior al del libro electrónico, pero parece haber también un cierto acuerdo no escrito entre editores y lectores en torno a que el libro impreso representa más que una lectura, un libro impreso en una biblioteca personal representa una historia, un proceso y un proyecto de lectura, un recordatorio permanente de una trayectoria y su dirección.
Vistos en un librero, los lomos de los libros forman un rompecabezas que permite lecturas vivas y fundamentales para quien ha leído o planeado leer esos libros y hacerlos formar parte de ese pizarrón de pendientes. Ese muro de avisos que va sumando palabras, conceptos, colores, diseños, que forman un todo único, personal, que nos narra y nos define.
El libro electrónico representa una alternativa obligada desde hace una década para la industria editorial; sin embargo, no parecen detonarse las alianzas necesarias para incorporar a nuevos actores.
Por ejemplo, se ha tardado Facebook en permitir que los libros electrónicos de una persona o una familia puedan ser mostrados en libreros virtuales donde uno tenga la posibilidad de acomodarlos por tema, por autor, por colección… Para revisarlos, recordarlos, mostrarlos a los demás y regresar permanentemente a leernos a nosotros mismos a través de los lomos de nuestras lecturas.
Además de permitir a nuestros amigos y conocidos echar un vistazo a nuestras lecturas para, a su vez, quizás animarse a comprar nuevos proyectos de lectura. Iniciativas de este tipo, con insights profundos sobre el valor de la lectura que involucren a nuevos actores a la reconversión, también pueden ayudar a fortalecer la recuperación de la industria.
Si bien es un tiempo complicado que obliga a enfocarse en resolver el día a día, parece no haber más opción que mostrar apertura al cambio e intentar insertarse en el futuro en colaboración con quienes lo están diseñando.
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