Por Gerardo Álvarez García
Viernes Santo, un día en el la religión católica honra el sacrificio del hijo de dios. Qué curioso que justo ese día, quien lleva su convicción en el nombre, Juan de Dios, haya llegado a Celaya.
Entre el calor seco que perdura en el Bajío y el hervir del metal con el que están hechas las vías y vagones de tren, este hombre de El Salvador encontró refugio en un albergue para inmigrantes, el albergue “Manos Extendidas”.
De un metro con sesenta y cinco centímetros de estatura, piel morena, cabello corto, nariz un tanto curva y grande, ojos pequeños pero saltones y una complexión mediana, Juan de Dios es uno de los miles de soñadores que llegan al albergue “Manos Extendidas” cada año. Su sueño es una vida mejor para sus hijos.
Hace creer que el viaje es algo rutinario para él. Es su tercera travesía. Vivió 12 años en Houston, donde juntó dinero para establecer un negocio en su país, o al menos eso creyó. Al sentirse realizado y decidido, con 300 mil dólares en el banco, determinó volver a casa en búsqueda de su hermano menor, quien se encargó de hacer crecer su guardadito.
Vaya sorpresa fue para Juan descubrir que su propio hermano lo había traicionado. Le había robado todo. No existía ni cuenta en el banco, ni el negocio prospero que tanto se le mencionó. “Yo hablaba con él cada semana, me dijo que teníamos una ferretería a la que le iba bien y 300 mil dólares en el banco”, recordó al borde del llanto.
La palabra de dios fue su refugio. No deja de hablar de dios. Mandar bendiciones y sentirse fuerte en la palabra de dios lo describen: “Yo le pedí a dios que lo perdonara”, dijo, pero debajo de ese discurso sus ojos demostraban dolor, sufrimiento y rencor hacia aquel con quien compartió su infancia.
Se le quiebra la voz, se entorpece. La vida le ha jugado una mala pasada, “pero si dios quiere castigarlo, por mi estaría bien, no tengo ningún problema”, confesó.
Debió pasar un mes para que Juan de Dios estuviera frente a mí. Un mes de caminar por la vía, dormir entre hierbas y árboles aguantando el frío, además cuidar su ropa y su Biblia mientras viajaba en las entrañas de “La Bestia”. Cuenta que lo quisieron asaltar en Chiapas, pero les empezó a gritar pasajes de la Biblia y le dejaron en paz. Una lectura presidencial le salvó de un robo y quizás la vida: “Yo soy muy religioso. Me pidieron mis cosas y les dije que se acercaran al señor, que no estaban haciendo algo correcto”, contó Juan de Dios.
Mal comer y mal dormir parecen ser lo de menos para alguien que está convencido de sacar adelante a su familia, a esa familia que entre lágrimas le pidió no irse, no dejarlas.
“¡No te vayas, no importa que tardemos más en juntar para la escuela, pero no te vayas!”, fueron las palabras de su esposa el día que se despidió, con quien habla cada que consigue dinero para un teléfono público, sólo para saber como están ella y sus dos hijos. “Tengo dos hijos, la más grande tiene dos años y el otro viene en camino, es un niño”.
Esa convicción de padre y esposo que le ha traído hasta aquí, los sueños de un ser humano pueden hacerle inmortal –pues la falta de agua y alimento parecerían el calvario que sólo un dios podría soportar, que sólo Jesús logró vencer–, esos 40 días en el desierto son equiparables a los 32 de Juan en territorio mexicano, pero nunca ha perdido la fe. Deja su camino en manos de dios, quien le guiará y permitirá realizar sus objetivos.
Cuenta que el padre Solalinde les regala un mapa con la ubicación de cada albergue, así al llegar a las poblaciones se bajan del tren y preguntan a los habitantes la dirección. Así ha llegado hasta Celaya, viajando aproximadamente 16 horas por día a pie y en el tren, sólo parando para dormir, pues en el tren no le gusta dormir.
“Uno tiene que irse cuidando cuando se sube, porque si no es el narco o los trabajadores del tren, incluso los policías u otros compañeros pueden ser quien nos robe”, afirmó.
Pero esta vez no, ya no está dispuesto a continuar con su viaje, o mejor dicho, ya no debe. A más de medio camino, Juan de Dios ha recibido un llamado de alerta. Tras no poder conseguir el dinero para el ‘pollero’ que lo pasaría en la frontera, se ha dado cuenta que su dios no quiere que siga.
“Si no he conseguido el dinero es por algo. Dios no quiere que siga porque seguramente me pasará algo, no le voy a cuestionar”, comentó convencido pero afligido.
Esta vez ese ser bondadoso y misericordioso al que le dedica su vida, le negará la oportunidad de llegar a Estados Unidos, a ese lugar donde esperá trabajar para juntar para el bienestar de su familia… A su sueño, “su sueño americano”.