Por Rivelino Rueda
Foto: Edgar López (q.e.p.d.)
Todos tendrían que perecer,
excepto unos cuantos,
muy pocos,
escogidos.
Fiódor Dostoyevski/Crimen y Castigo
México es un país en constante guerra. Nunca hay tregua. Los sectores más vulnerables en esta guerra desigual han sido las y los mismos de siempre: las mujeres; los niños; los adultos mayores; los pobres; los indígenas, los defensores de la tierra, el territorio y el agua; las mal llamadas minorías; las y los que se atrevan a levantar la voz y pensar diferente.
En México, los que han ostentado y ostentan el poder político y económico, los señores de la guerra, juegan un papel de fuerza invasora, no hacia el exterior, sino en lo interno.
Apropiarse de territorios es negocio, más si se trata de objetivos indefensos: el territorio femenino, el cuerpo particular de cada mujer, su vulneración y su intento de avasallamiento, con los feminicidos como su expresión más aberrante, es un ejemplo de esta invasión permanente.
Las invasiones a territorios (despojos en su término más coloquial) es otra forma de aniquilamiento sistemático, a pesar de las reglas, a pesar de los pactos, a pesar de los discursos, a pesar del silencio infame.
La guerra en México es así, silenciosa y brutal, a favor de las compañías mineras, a favor de las trasnacionales, a favor de los grupos criminales, a favor de la camaleónica y desproporcionadamente corrupta clase política, a favor de los militares, a favor de las grandes empresas nacionales, a favor del patriarcado.
Los señores de la guerra en México necesitan de la guerra porque sin ella los negocios no cuadran, porque sin este paulatino y sistemático aniquilamiento las ganancias no tendrían razón de ser. Asesinar en este país deja mucho dinero. Enfermar, vender las medicinas indicadas y matar es un negocio redondo.
Envenenar con productos alimenticios altamente tóxicos, condenar a la supervivencia económica para paliar los daños producidos desde la infancia por el consumo de esos productos letales, también se enmarcan dentro de una estrategia de guerra de aniquilación, de menosprecio por la vida humana.
Contaminar ríos, mares, lagunas, mantos freáticos, pozos, territorios, también es una forma aberrante de hacer la guerra y una manera sublime de exhibir la impunidad, la barbarie sin consecuencias, el trofeo de guerra sin remordimiento alguno; tal como lo hacen los criminales de guerra.
La propaganda es guerra y en eso se basa la “libre expresión” de los señores de la guerra. Hablan de feminismo cuando es negocio, del problema indígena cuando deja ganancias, de los diversos movimientos de género cuando reditúa algo, de la inmensa pobreza de millones cuando hay facturas publicitarias de por medio.
Para los señores de la guerra en México la propaganda de sus propios medios de comunicación sólo se ve vulnerada cuando se afectan sus intereses. Los periodistas asesinados o las vastas zonas de silencio no representan vulneración alguna del derecho humano a la libre expresión. Ahí no hay negocio.
Y, como en todo conflicto bélico, como en toda invasión, los guerreristas se han inventado nuevos derechos humanos: el derecho humano al lucro, el derecho humano a la criminalización, el derecho humano al racismo, el derecho humano a suplantar la propaganda con la información.
Los ejércitos de los señores de la guerra en México son sicarios, paramilitares y guardias blancas convertidos en la “seguridad privada” de minas, presas, lagunas, ríos, territorios con enorme riqueza natural, bosques, selvas; mientras que el ejército regular está concentrado en vigilar los intereses del otro sector guerrerista (el público) en megaproyectos, aduanas, puertos, aeropuertos, terminales estratégicas.
Las víctimas de esta guerra huyen de sus territorios, son desplazados de sus tierras ancestrales por el nefasto discurso de que todo es en pos de la modernidad, del desarrollo.
Huyen de la guerra provocada por los innumerables negocios de grupos criminales (bajo protección de la clase política). Huyen de los saqueos, de las amenazas, de los asesinatos, de su propia criminalización por parte de los “defensores de la libertad de expresión”.
La guerra también tiene un lenguaje propio. En México la tiene y huele a odio, a racismo, a discriminación, a muerte.
El lenguaje de la guerra en México llama “feminazis” a las mujeres que defienden sus derechos; “putos”, “torcidos”, “desviados” o “enfermos” a las diversas expresiones sobre la diversidad sexual.
Llama “indios” a los miembros de los pueblos originarios”; “puta” a la mujer víctima de feminicidio; “radicales” a los que defienden la tierra, el agua o el territorio; “anormal” a la niña o el niño que pide agua en vez de un refresco, una fruta en lugar de comida chatarra.
La guerra en otros puntos del planeta provoca la indignación de diversos sectores de la población en este país… La guerra en México no existe, no da retuits ni “me gusta”; no da para el hashtag ni para el análisis de los expertos de ocasión…
La guerra en México podría interesarnos si algún día tocara a nuestra puerta. Tal vez sólo así.
@RivelinoRueda
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