Por Karenina Díaz Menchaca
La manía de algunos padres porque sus hijos tomen un libro y se hagan adictos a la lectura puede ser abrumadora, cansada y neurótica. Quieren que sus hijos “hagan otra cosa”, “algo provechoso”, “que no vean la televisión”, “que de una buena vez dejen su adicción a los videojuegos”, “ dejen su ‘smartphone’”, “dejen su Snapchat”, o dejen de “papar moscas”.
Hay más: las clases extraescolares, mmmhh? ser una stepmom puede que ser otra buena opción, pero de todas formas, algunos padres vuelven con la retahíla: ¿ya leíste?, ¡que te pongas a leer!
En ese tono imperativo y privando a un niño de actividades recreativas que lo distraen de sus tareas escolares y de la neurosis de los padres, más una fuga que una verdadera invitación. ¿de verdad creen que lo lograrán?, cuando el chico lo que prefiere es demostrar que es el rey de la consola de videojuegos.
Pues sépanse papás que el peor error es “obligar” a un niño a leer. Desde que se lanzó aquella campaña de leer ‘20 minutos al día’ los padres han engordado a algunas editoriales y van presurosos a las librerías que ya sabemos por puro “snobismo”. La idea de la campaña no es mala, pero no está bien dirigida ni bien pensada. Primeramente somos un pueblo mayormente inculto y analfabeta funcional, ¡vamos!, la cosa es tan evidente y grave que nos tienen que recomendar que leamos, cuando sabemos que hay países en donde leer es casi como ir al baño.
Recordemos que uno de los precursores de esta iniciativa fue el Consejo de la Comunicación, la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem) y la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex). Al respecto, en una nota del periódico Excélsior publicada el año pasado, subraya lo siguiente: “Alejandro Grisi, presidente del Consejo de la Comunicación, detalló que en 2015 se lograron 10 millones 268 horas de lectura y que en los cuatro años en que se ha llevado a cabo esta propuesta se han sumado casi 36 millones de horas-lectura”.
Si estas cifras son reales me pongo de pie, aunque no tengo ni idea de cómo las hayan contabilizado, se supone que la idea fue pedirles a los empleados de las empresas que llevarán el registro de sus 20 minutos de lectura junto con sus familiares. En fin, no es un mal intento. Me imagino a Godínez llenando una tabla todos los días cumpliendo con sus horas de lectura al mes para que le pongan su estrellita en la frente.
No hay que romperse la cabeza para encontrar la solución en elementos completamente naturales y espontáneos, como cuando a Newton se le cayó la manzana de un árbol en los jardines de la Universidad de Cambridge. ¿Qué hacemos desde que nacemos?, a ver responde Godínez, ¿Cómo aprendemos?, ¿Cómo sabemos lo que es bueno o malo?
Vamos de la mano con otros primates que se dicen nuestros padres y afortunada o ¿desafortunadamente?, ellos están para hacernos personas, hacernos ciudadanos y seres responsables. Aunque, hay que decirlo, sí habemos quienes tuvimos la gran fortuna de que además de tener a unos padres con muchos defectos nos llenaron de amor con otras cosas, por ejemplo: libros.
Yo sé que a muchos les nació la pasión por la lectura casi como porque se les apareció el ángel de la Anunciación, sí hay casos ¿eh?, les creo; o les nació años más tarde de la educación primaria porque no tuvieron los recursos para adquirir libros con antelación, o hay quienes por idolatría a algún maestro les inspiraron autores. Esos casos son bien interesantes porque, aunque ustedes no lo crean Milennials, antes no todos teníamos televisor y además salíamos a la calle a jugar.
Pero, continuo: esos padres que quieren que sus hijos se ‘devoren’ libros por generación espontánea, sólo los quiero molestar con la pregunta obligada: ¿ustedes leen?, si lo hacen ¿cuánto tiempo le dedican?, o ¿solo tienen los libros en un librero nomás pa presumir?, ¿tus hijos te ven leyendo?, ¿les lees a tus hijos cuentos para dormir?
La imitación sin joder, es la mejor manera, la más fina, la más segura y la menos irritable para que nuestros hijos nos sigan por una senda en donde ellos elegirán sus propias lecturas y autores. Si tú como padre no lees más que el timeline de tu feis, nunca esperes que tu hijo te pida a gritos que salgan corriendo a la librería. La lectura es un acto de absoluta auto-complacencia para después, quizá, convertirse en un hábito y luego, aún más, en una adicción. Si tú hijo te ve todo el día frente a tu pantalla HD nunca esperes que haga otra cosa diferente. Lo mismo pasa con el deporte u otras actividades. Nuestros hijos son nuestro vivo reflejo, lamento decírtelo y decírmelo a mí misma. Así es la vida. Los que nos tenemos que poner las pilas somos nosotros.
¡Hasta pronto!
@kareninadiaz