Las intermitencias de la muerte: nadie se muere en la víspera

Por Anahí García Jáquez/Radio Gatell

Medianoche del 1 de enero. En un país cuyo nombre no conocemos ha sucedido algo increíble: la gente ha dejado de morir. Esto genera varias reacciones: algunos lo celebran, otros reflexionan sobre ello, hay quienes se asustan y quienes lo disfrutan. 

Sin embargo, la pregunta está en el aire: ¿es ideal que nadie muera?

Las intermitencias de la muerte es un trabajo del reconocido escritor portugués y Premio Nobel de Literatura José Saramago y cuya premisa consiste en relatar, en una especie de ensayo, las consecuencias de la falta de mortalidad en esa región, en particular de ese país, siendo ésta la primera parte del libro. 

La segunda parte es una historia que tiene como protagonista a la Muerte (cuyo nombre se escribirá con minúsculas) que, una vez que anuncia que la gente volverá a morir, hace saber que les enviará una carta a todos aquellas personas que ha decidido llevarse para darles oportunidad de despedirse y arreglar sus asuntos.

La primera parte, donde se plantea la situación de la inmortalidad del ser humano, sirve para mostrarle al lector lo que representa la muerte para diversos sectores de la sociedad: para las funerarias es un negocio que llega a su fin, por lo que las pérdidas económicas se hacen presentes.

Para el sistema de salud pública constituye un problema muy serio, ya que los hospitales colapsarán debido al gran número de personas cuya salud se mermará, pero no morirán y se acumularán y, en caso de ser así las familias, tendrán que hacerse cargo de sus enfermos con el consiguiente desgaste que ello implica para ambas partes. 

Asimismo, la iglesia, que basa sus dogmas en el concepto de la muerte, también sufre una crisis debido a lo que está sucediendo pero, por otro lado, las personas están felices disfrutando y viviendo plenamente el estado de inmortalidad. 

Es aquí donde el autor nos muestra cómo a partir del final de un proceso natural como es el morir, cambia el sentido de la vida misma, así como las prioridades y el esquema bajo el cual las personas se rigen, ya que saben que su estancia en este plano será para siempre. 

El enfoque con el cual se aborda esta parte del texto es uno muy práctico en el cual, más que los beneficios, se habla de las complicaciones que esto trae en pequeña, mediana y a gran escala, así como a los extremos que se tiene que llegar para evitar una catástrofe. 

La segunda parte, que podría parecer otra novela casi desligada de lo anterior, nos cuenta la historia de la muerte y la relación que entabla con un violonchelista que, a pesar de haber recibido el aviso de su próxima llegada, no muere, lo que genera curiosidad en ella (es mujer) y, al acercarse a él, surgen sentimientos muy profundos los cuales hacen que se humanice y surge el amor entre ellos.

Las intermitencias de la muerte no es un libro fácil de leer puesto que está escrito en bloques grandes de texto con frases largas y pocos signos de puntuación, lo cual hace que a ratos sea pesado porque no da respiro. 

Sin embargo, la crítica social contada en un tono de sátira y los extremos casi surreales a los que llega la gente convierten a este texto en uno muy ameno y hasta divertido, lo cual se complementa con la descripción y recreación que hace de la muerte al convertirla en algo parecido a un ser humano. 

Es pues, esta novela, un vehículo para preguntarnos qué sería de nosotros y de nuestra existencia si jamás nos fuéramos de aquí y tuviésemos tiempo de sobra para hacer y deshacer, así como para estar con la gente que amamos. ¿En realidad se antoja?

Las intermitencias de la muerte. José Saramago. 2005. Editorial Alfaguara.

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