Fotos y texto: Argel Jiménez
La salida de la estación del Metro Zócalo-Tenochtitlan está llena de vallas que impiden el libre tránsito por las calles y por la explanada más importante del país.
No son los años del calderonato ni del peñato, pero lo parecen, porque al habitante máximo de Palacio Nacional, por lo que se ve, tampoco le gusta ver la protesta social (o solo alguna de ella) que por décadas se han manifestado ahí, inventándose para su “ocultamiento” eventos que “requieren” el cierre total o parcial de la misma.
Resulta curioso que la izquierda combativa no proteste ante lo que en otros tiempos resultaría ofensivo.
Por la salida que da a la Suprema Corte de Justicia de la Nación hay un pequeño campamento de la comunidad triqui. Exigen que les devuelvan con vida a dos niñas de su comunidad (Daniela y Virginia).
Mientras, afuera del Palacio de Ayuntamiento hay otra manifestación de un grupo mazateco radicado en la CDMX. El líder les recrimina a los que lo vienen acompañando que no traigan sus vestimentas tradicionales: “¿Qué? ¿Les da pena usar sus trajes?” “¡Cuando yo tengo fechas importantes, me pongo el mio!”
Por lo que se ve esta no es una fecha de importancia para él, porque tampoco trae el suyo.

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Son las 9:30 am del 30 de marzo del 2022. Los trabajadores de por aquí cerca caminan de manera rápida para llegar a sus trabajos, los turistas lo hacen de manera cansina; posan y toman fotos para el recuerdo, mientras la réplica de la Capilla Sixtina es desmontada.
Sobre el arroyo vehicular que está de frente a Palacio Nacional, dos lonas blancas resguardan las casas de campaña para una o dos personas.
Los que ahí pernoctan y viven temporalmente esperan fuera. En un espacio amplio entre las dos lonas, aguardan la salida de sus líderes de la comunidad wixárikas, que en estos momentos se encuentran reunidos con el presidente.
La razón de visitar la Ciudad de México es para pedir que se les restituyan sus tierras que les fueron arrebatadas hace más de 60 años.
Están sentados haciendo un círculo y en medio de ellos hay unos trozos de madera en forma de fogata. Esperan ensimismados el paso de los minutos. Su mirada no se despega del suelo; otros más esperan de pie. Todos ellos y ellas visten orgullosamente sus ropas que les dan identidad como pueblo.
Sus huaraches son muy sencillos, son los testigos directos de la caminata extenuante de poco más de 900 kilómetros que los hicieron llegar a la capital del país, sólo uno de ellos trae unos tenis Nike grises.
A los pocos minutos, todos los wixárikas que aguardan en silencio se paran y corren a un costado de Palacio Nacional (el más cercano a Catedral) para recibir a la comitiva que se reunió con el presidente AMLO. Una voz ordena que se haga una valla para protegerlos de los curiosos y reporteros.

Resguardados, se dirigen a una pequeña mesa instalada (en medio de las dos carpas blancas) que tiene desplegada una manta del Concejo Indígena de Gobierno (CIG). Los cinco oradores toman su lugar; los reporteros, los curiosos y los wixárikas andariegos hacen lo mismo para escuchar a los líderes.
Oscar Hernández, presidente del Comisariado de Bienes Comunales, toma la palabra y comenta que les harán caso a todas sus peticiones, “agilizando los tiempos”, para que posteriormente AMLO visite sus tierras, privilegiando en todo momento la conciliación y negociación con el gobierno de Nayarit.
Y recalca que no detendrán su lucha hasta que se les entreguen todas sus hectáreas arrebatadas.
Agradece a todos los municipios de los estados de Jalisco, Zacatecas, Michoacán y el Estado de Méxicodomex, que los recibieron en la larga caminata.
Los siguientes cuatro oradores hablan en su lengua materna, todos con tono mesurado, cuentan a los suyos el sentir de su victoria.
Por último, invitan hablar a Primitivo Chino, secretario de Bienes Comunales de San Sebastián Tuxpan y Mezquitic , el cual agradece a sus familias porque de manera espiritual estuvieron con ellos en esta caravana.
“Valió la pena el sacrificio”.
También agradeció “a nuestras deidades naturales que les dieron fortaleza en el alma… sin la Madre Tierra no existimos”.
Termina la conferencia de prensa convocada. De forma espontánea todos los wixárikas ahí presentes hacen una fila para agradecer a sus autoridades por la negociación que llevaron a cabo.
Muchos con los ojos llorosos les agradecen de forma muy discreta. La efusividad no está en su forma de ser. En la fila también se felicitan con un “ganamos” muy escueto y un abrazo.
La victoria no solo los abarca a ellos, también a sus seres queridos que, vivos o muertos, vivieron el despojo a lo largo de 60 años.
Después de felicitarse con sus líderes la fila no se rompe. Unos metros más adelante unos indígenas otomíes radicados en la Ciudad de México ofrecen guisados: huevo revuelto, frijoles, arroz, chicharrón en salsa verde y papas con rajas. Cada quien escoge lo que se le antoja. Obvio, las tortillas no faltan, las porciones se sirven en platos de plástico.
La mayoría come solo o se acompañan a lo mucho de dos personas. Terminan los alimentos y regresan los platos y vasos a donde les sirvieron.
Muchos de ellos se toman las fotos del recuerdo para mostrarles a los suyos que ellos alguna vez caminaron 33 días y 900 kilómetros porque unos ganaderos les arrebataron a sus antepasados 11 mil hectáreas de territorio a lo largo de 60 años.
Cerca de donde están los líderes siendo felicitados hay una ofrenda de flores y veladoras puesta en el piso. Arriba hay una bandera de la nación wixárika flanqueada por otras dos de México.
Los indígenas, uno por uno, o en grupo, piden que les tomen la instantánea, atrás. Palacio Nacional es testigo de los acuerdos firmados. Habrá que esperar a que se cumplan.

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