La última vez que supe de mi amigo Rodrigo

Por Jessica Ivette Calderón Martínez

 

¿Por qué grita así la mamá de Rodrigo? Me estoy asustando…

 

Sólo tenía cuatro años y esa tarde mamá ordenó que de inmediato fuera a darme un baño, pues después de estar en la calle casi todo el día brincando en los charcos y en el lodo con los niños de mi barrio, terminé llena de tierra en las manos, la cara, el cabello, la ropa, los zapatos; por todos lados. Recuerdo que ese día Rodrigo no salió a jugar y me causó mucha extrañeza.

 

Después de asearme, me puse esa pijama suave y amarilla que tanto me gustaba. Me dirigí a la sala para sentarme en el nuevo sofá  para que mi madre me ayudará a secar y  cepillar mi cabello húmedo y enredado, tan enredado que parecía que tenía nidos de pájaros. Media hora más tarde lo consiguió. Entre algunos gritos y jalones mi cabello quedó suave como seda.

 

Comenzaba a anochecer y mamá preparaba la cena para que estuviera lista a la hora que llegara papá de trabajar. Prendí la televisión y me senté en el frío suelo a ver las caricaturas. Alguien llamó a la puerta.

 

Quien llamaba era la vecina de apenas diecisiete años que vivía en el quinto piso, el último piso, pues mi familia vivía en una unidad habitacional muy grande. Ella quería saber si podíamos préstale un poco de cambio (que después su mamá pagaría), para salir a la tienda, comprar un litro de leche y cenar con su familia al igual que nosotros.  Entró, se sentó en la orilla del sillón y platicaba con mi mamá no sé de qué, pues yo estaba hipnotizada frente al televisor.

 

Unos minutos después comenzaron a escucharse unos gritos desgarradores que nunca olvidaré…

 

¿Escuchaste eso mamá?, le pregunté asustada. “No, no escuche nada porque tienes el volumen de la televisión a todo lo que da”, me respondió.  “Yo escuché como que alguien gritaba”, dijo la vecina.

 

Comenzaron de nuevo los dolorosos gritos y esta vez todas los pudimos escuchar. Cada vez eran más intensos y parecía que quien gritaba era una mujer. “¡Mi hijo!”, empezó a gritar desesperada aquella señora que nadie sabía quién era o por qué gritaba de esa manera.

 

Mi madre decidió salir a ver qué es lo que pasaba, pues al parecer los gritos venían del edificio de enfrente. Yo tenía miedo y le decía que no saliera, que no me dejará sola. Ya estaba al borde de las lágrimas. Presentía que algo malo iba a pasar.

 

Me convenció. Me dejó a cargo de la vecina y salió a averiguar.

 

La joven y amable vecina trató de calmarme y convencerme de que todo estaría bien, qué tal vez era una broma o sólo eran algunos niños jugando, pero yo seguía con temor. Sólo fingí estar tranquila porque a mi parecer la vecina comenzaba a angustiarse. Los gritos seguían.

 

Al poco rato regresó mamá y la vecina muy alterada le preguntó qué era lo que pasaba en el edificio delante del nuestro. Se quedó callada unos segundos  y comentó que otros vecinos habían salido a averiguar, qué había tanta gente en la entrada que no pudo lograr asomar ni quiera la nariz, pero alcanzó a escuchar que la mujer que gritaba era la madre de Rodrigo…

 

Me quedé helada y sentí cómo se me erizaba la piel, así que le pregunte cuál era la razón por la que la mamá de Rodrigo gritaba así y una vez más le dije que estaba asustándome pero no me decía nada. Tomó su teléfono celular, abrió la puerta y volvió a salir.

 

La vecina salió tras ella y yo me quedé sola en la sala con la televisión encendida y sin volumen. Lo único que se escuchaba eran los gritos y ahora estaban acompañados de las escandalosas y escalofriantes sirenas que llevan las ambulancias y las patrullas.

 

Por las ventanas comenzó a entrar la roja luz de las ambulancias y también la azul e irritante luminiscencia que utilizan los policías al patrullar. Cada vez me asustaba más y como me encontraba sola comencé a derramar algunas lágrimas mientras sentía ese amargo nudo en la garganta que llega con la angustia.

 

Llegó mamá y corrí a sus brazos. Le pregunte una vez más que qué es lo que pasaba y esta vez no se quedó callada, me lo dijo todo…

 

Rodrigo, un niño de la misma edad que yo, se asomó por la frágil ventana del quinto piso de su edificio para ver si su pequeña hermana de seis meses de edad  y su mamá habían regresado ya de la tienda, pues también había salido a buscar algo para cenar, pero él quiso quedarse para tocar su piano de juguete.

 

Cuando se aburrió de jugar, sacó la cabeza por la ventana, le ganó el peso y resbaló… Cayó hasta la planta baja estrellando su cráneo contra el duro cemento, pero nadie lo escuchó…

 

Su madre regreso de la tienda, vio un cuerpo inmóvil con la cabeza sobre un gigantesco charco de sangre fresca y oscura en el pavimento. Ese cuerpo vestía un pantalón café y una camisa verde, como la que traía puesta su hijo ese día… Se quedó fría y cuando reaccionó. Se dio cuenta de que su pequeño era quien estaba tirado ahí, al borde de la muerte.

 

Horrorizada y con el corazón latiendo apresuradamente corrió hacia su niño, lo abrazo y comenzó a dar esos desgarradores gritos que se escuchaban a kilómetros.  Milagrosamente Rodrigo pudo hablar y le susurró a su madre: “No te preocupes mami voy a estar bien, cuida a mi hermanita”.

 

Esa  fue la última vez que supe algo de mi mejor amigo.

 

En México, los accidentes en el hogar son la segunda causa de muerte infantil, suman alrededor de mil 300 muertes al año. Uno de los accidentes más frecuentes es el traumatismo por caídas entre niños de 0 a 4 años de edad y el 60 por ciento ocurre en sus viviendas.

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