Un intento de delimitación conceptual
Parece claro que cualquier reflexión sobre la opinión pública y su papel dentro del contexto contemporáneo de la comunicación política debe partir de un mínimo esfuerzo hacia su delimitación conceptual.
Sin embargo, sí hay un punto sobre el que la mayoría de los estudiosos de la opinión pública suelen estar de acuerdo: es que no se trata de un concepto unívoco o de fácil delimitación.
A lo largo de la historia la opinión pública ha ido situándose en distintos contextos filosóficos, políticos e intelectuales, cargándose así de múltiples significados que se sobreponen y entremezclan en un concepto difuso que, no por su falta de concreción, deja de ser constantemente utilizado.
Hoy en día todo el mundo parece tener su idea sobre qué es la opinión pública, desde el hombre de la calle hasta el erudito, desde el político al científico social[1].
Sin embargo, es obvio que, a pesar de su carácter referente común, la opinión pública viene a significar cosas muy distintas para los distintos actores del espacio público político.
Uno de los intentos más acertados de delimitar esta variedad semántica intrínseca al concepto de opinión pública, es el que realizan Schoenbach y Becker (1995), quienes distinguen las siguientes definiciones básicas de opinión pública:
1. Aquella opinión mantenida por la mayoría de los ciudadanos” (de Sola Pool 1973). Esta concepción de la opinión pública se correspondería con los supuestos implícitos en la metodología de encuesta, en el que la “representatividad” de las opiniones se entiende en su vertiente puramente estadística, como opinión de la mayoría.
2. Como una forma de razonamiento público, esto es, “como la opinión de quienes tienen la capacidad intelectual necesaria para alcanzar actitudes relevantes socialmente y defenderlas en público”. Esta sería la postura defendida por Habermas en su famosa obra Historia y crítica de la opinión pública[2].
3. Cualquier opinión que concierne a los asuntos públicos”.
4. “El consenso sobre un asunto de importancia política obtenido a través del diálogo y el debate”. La opinión pública se concibe, por tanto, como proceso público de toma de conciencia y formación de opinión por parte del público. La opinión pública tomaría aquí una dimensión fundamentalmente psicológica.
5. “Cualquier opinión que puede ser expresada en público, abiertamente, sin miedo al aislamiento social”. Aquí la opinión pública toma una dimensión psico – sociológica, funcionando de hecho, como una institución de control social.
La primera de estas definiciones es puramente operativa, hace referencia a cómo puede ser estudiada la opinión pública, despojándola de toda connotación más trascendente, ya sea desde el punto de vista de su papel dentro del juego político o como concepto filosófico político.
La segunda, por el contrario, es precisamente en esta última dimensión de la opinión pública en la que incide, rescatando su papel dentro de la tradición de la teoría política liberal. Es esta opinión pública “políticamente cargada” la que circula como referente continuo en el discurso político contemporáneo.
Por último, – y dejando al margen la definición puramente nominal de la opinión pública como “opinión” – “pública” – las dos definiciones hacen, pues, referencia a la opinión pública como “proceso” que ocurre en la mente y en el entorno social de los individuos y que, de una manera u otra, condiciona tanto su comprensión de sí mismos y de lo social, como su propio papel como actores sociales.
Estas definiciones hacen referencia a tres conceptos distintos de opinión pública: concepto operativo, concepto filosófico – político y proceso psicológico – social.
El presente apartado está orientado a desvelar cuál o cuáles de estos significados de la opinión pública son los que circulan en nuestra sociedad contemporánea, en el nuevo espacio público mediático.
Para ello se hará, en primer lugar, un breve recorrido por los orígenes del concepto de opinión pública, considerando de manera particular las características del espacio público y del público que le corresponden a dicho concepto, para pasar, posteriormente, a analizar en detalle quiénes son los protagonistas contemporáneos de la comunicación política y cuál el concepto vigente de opinión pública.
El manejo que ha tenido la Izquierda Emergente, en México se ha dado un fenómeno social, manifestada en una revolución de conciencias, al menos su inicio a nivel colectivo, cuasi masivo sin precedentes en la Historia de México, una auténtica Rebelión Electoral.
Con respecto a la opinión pública se ha orientado principalmente a generar una interlocución con la sociedad civil, colectivos, instituciones políticas, organizaciones y movimientos diversos; ha desempeñado un papel eminentemente mediático.
Este papel, que ha jugado de alguna forma, ha evitado (en la medida de lo posible) el ruido generado por la manipulación televisiva y de los medios masivos en general.
Uno de los principales objetivos tácticos del Movimiento de Izquierda que debe aglutinar todas las voces y manifestaciones de izqueirdas, quizá un Movimiento de Movimientos. Lo que significaría la puesta en marcha de una cuestión orgánica y organizativa en la que se debe hacer partícipe la sociedad civil en asuntos de interés público.
Un planteamiento participativo ciudadano, en medio de la Revolución de Conciencias que debe ser sinérgico; todo lo que de facto lleve al poder popular a conformar sus cuadros políticos.
Este mismo tema que morena viene abordando de manera acertada desde su fundación, sus círculos de estudios y formación política. Y que, dicho sea de paso, conforme todos los actores políticos que son referente de la probable consolidación de un partido en el poder, consolidado como movimiento social.
Como importante y necesaria punta de lanza para coordinar ese acercamiento y convenio entre las principales corrientes de izquierda, principalmente movimientos y colectivos en lucha desde una multiplicidad de causas; es probablemente el uso y aplicación de la comunicación política que ha generado dicha interlocución como forma participativa e innovadora de buscar alternativas y soluciones a las demandas populares nacionales de democracia, justicia y libertad.
Pese a la desinformación y contra propaganda oficial, en su momento, ahora de facto y en colusión con losMASS MEDIA, como parte de la Guerra de Baja Intensidad que el Pentágono dictaba al régimen mexicano en turno, y aunque al día de hoy en la #4T, no es el caso como con gobiernos anteriores.
Lo dicho, de facto y de manera orquestada con las principales televisoras mexicanas; la autodenominada oposición, que a no dudarlo son un tanto impresentables e incompetentes. Así como importantes movimientos de izquierda que nacen al paso del 68 y todo le que derivó social y políticamente, por mencionar también antropológicamente y en muchos otros ámbitos, histórico por supuesto.
La Izquierda Emergente en México debe conservar su capacidad de permear su discurso generando un impacto positivo. Contundente en coyunturas tan importantes en la vida política de México como la caída del régimen salinista y el hecho de que el PRI saliera de Los Pinos[3], por mencionar un par de entre muchas otras aportaciones a la vida política de México y la lucha por la democracia, que incluso se está traduciendo en una potencial y probable refundación de la izquierda en México, como proceso social y sociológico del tejido en México.
LA EVOLUCIÓN DE LA OPINIÓN PÚBLICA A LO LARGO DE LA HISTORIA
El concepto liberal de opinión pública
Sin ánimo de realizar una revisión exhaustiva de los cambios que el concepto de opinión pública ha sufrido a lo largo de la historia, es oportuno apuntar unas mínimas reflexiones sobre el asunto, permitirán una comprensión más adecuada del papel que hoy día juega la opinión pública en el espacio mediático.
Resulta evidente que sólo puede hablarse de la existencia de “opinión pública” dentro del contexto de la comunicación libre entre los ciudadanos y las instancias de poder. La opinión pública sólo tiene sentido en el contexto de la comunicación política, del diálogo entre gobernantes y gobernados, lo que nos sitúa necesariamente en el marco de la democracia “moderna”, dejando al margen otros posibles modelos de democracia.
En el contexto de la lucha de la burguesía por configurar un nuevo espacio de poder frente a la vieja monarquía absolutista, “la opinión pública emergió como una nueva forma de autoridad política, con la cual la burguesía podía desafiar al gobierno absoluto”[4].
Esta opinión pública liberal nace en un principio bajo la bandera del igualitarismo, la crítica y la racionalidad, para posteriormente replegarse sobre sí misma, en una especia de vértigo ante el carácter intrínsecamente revolucionario de su planteamiento de cara a la participación efectiva del pueblo en la gestión de los asuntos públicos.
Se debería pues, distinguir aquí al menos dos conceptos distintos de opinión pública, correspondientes a estas dos etapas en el desarrollo del liberalismo: desde su concepción, como parte de la filosofía política “burguesa” que comienza a engendrarse a finales del siglo XVII y continúa hasta el triunfo de las revoluciones burguesas, hasta su cristalización como sistema político efectivo, que correspondería a lo que se ha dado en llamar Régimen de opinión y que podríamos hacer coincidir con la implantación, o su intento a lo largo del siglo XIX, del ideario neoliberal en los distintos países europeos y EEUU.
La opinión pública pasa a constituirse como una forma de acción política cuasi – institucionalizada, cuya expresión máxima se encuentra en el Parlamento. Dentro del modelo teórico liberal del ejercicio del poder, el poder legislativo se conformaba como un auténtico “poder supremo”, constituido por los representantes del pueblo, y cuyo objeto principal era el sometimiento del poder ejecutivo (el monarca) a aquellos. Sin embargo, en la concepción original de la teoría liberal, el Parlamento no estaba proyectado como centro de poder en sí mismo, sino más bien como lugar de representación del interés general, de la razón universal.
El Parlamento habría de servir para encontrar mancomunadamente lo razonable y útil sin tener que emplear la fuerza, con argumentos racionales y en discusión pública. De esta manera, “el interés general” de la teoría política liberal inicia un viaje sin retorno hacia el “interés de la mayoría” de la práctica política.
La opinión pública se ve también imbuida de esta “visión mayoritaria” a la que nos referíamos más arriba, asimilándose a “la reunión de intereses de los hombres de una mancomunidad”[5], al tiempo que asume un papel formal dentro del contexto del funcionamiento efectivo de los poderes legislativo y ejecutivo[6].
La opinión pública se convierte así en referente obligado del juego político, como única fuente legitimadora del Estado y de su Gobierno. El Parlamento es el lugar donde entran en confrontación las distintas opiniones de los individuos, movidos por sus intereses particulares (Mill 1824/1981), pero también aquel lugar en el que, finalmente, brilla la auténtica razón, representativa del interés general y expresada por la opinión mayoritaria.
Electores y elegidos forman parte del mismo público político, definiendo una esfera de lo público que podría ser caracterizada como “reino de la opinión”, ya que las diferencias de intereses son siempre menores y atribuibles a los individuos, nunca a la sociedad en su conjunto.
Sin embargo, esta concepción ideal del Parlamento entra en conflicto con su función sociológica real como representación de los intereses políticos y económicos de una clase concreta, la burguesía, y será pronto contestada por los movimientos obreros, que pretenderán restaurar en el ámbito de lo público los asuntos relacionados con la producción y la reproducción sociales.
La presencia de estos nuevos actores sociales en escena sirve para revelar en toda su dimensión la ficción liberal, poniendo en evidencia el carácter del Parlamento como institución de poder y la ineficacia del principio argumentativo como piedra de toque del sistema político, propiciando, al tiempo, su transformación como institución de la representación popular.
DEL ESPACIO PÚBLICO LIBERAL AL ESPACIO MEDIÁTICO DE MASAS
Podemos rastrear esta transformación y sus consecuencias desde el punto de vista de la comunicación política y la definición del espacio público, en los cambios que, a su vez, han experimentado durante este periodo de tiempo las principales instituciones clásicas del “público políticamente raciocinante”: el Parlamento, los partidos políticos y la prensa.
La prensa
Si el Parlamento liberal se convierte en el foro público en el que se debaten los asuntos que a todos atañen, como expresión por antonomasia del espacio público, este sólo adquiere su propia plenitud a través de la prensa.
Como señala Muñoz – Alonso, “la presencia permanente de los periodistas en los debates parlamentarios testimonia la simbiosis Parlamento – Prensa, como órganos de publicidad política y muestra que sin la Prensa, el Parlamento no habría llegado a desempeñar el papel central en el nuevo sistema”[7].
Durante la época que va entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX la prensa se conforma como auténtica “prensa de opinión”, superando sus orígenes como empresa comercial, destinada al tráfico de noticias.
La prensa constituye una prolongación de la discusión del público político, actuando a modo mediador y vigorizador del diálogo y la discusión política y, sobre todo, como canal de expresión de la opinión pública.
La participación política de los ciudadanos se produce, de manera indirecta, a través de la prensa, lo cual, como señala Carey, “pone de relieve que la democracia ya no es una competición entre partidos políticos” portadores de programas e ideologías explícitos, sino una competición entre grupos de interés y de presión, que utilizan el Estado, los partidos y la prensa para controlar la distribución del beneficio económico y del privilegio social.
Dentro de este contexto, la objetividad se convierte en el nuevo ideal de la prensa, en parte como medida defensiva frente a la manipulación, pero también como garantía “visible” del correcto desempeño de su papel de servicio público.
Pero la objetividad, como valor, habrá de trasladarse cada vez más hacia el ámbito de lo científico, pasando a ser campo privativo de los expertos. Estos surgen como un nuevo “cuerpo social” cuyo juicio se convierte en el criterio de verdad, dejando así ésta de ser el resultado del diálogo público (ya sea a través del debate público o de las investigaciones de los periódicos).
Cuando este proceso de autonomización de la verdad respecto de la razón (universal) ciudadana culmina con la aparición de este cuerpo de “expertos de la verdad”, la función de servicio público de los medios periodísticos sufre un desplazamiento sutil, transformándose en puro vehículo publicitario. Es el momento en el que “el periodismo se une a la posmodernidad”.
La visibilidad del juego político se convierte, por sí misma, en la única garantía de la nítida separación del interés público y el interés privado de los grupos de presión entre los que, por otra parte, se encuentran los propios medios periodísticos.
La prensa se transforma así en un mero traductor del lenguaje arcano de los expertos, en un lenguaje accesible a las masas, dando lugar a “un periodismo que se justifica en nombre del público, pero en el que el público no juega ningún papel, excepto como audiencia – un receptor informado por los expertos y una excusa para la práctica de la publicidad”.
De la transformación de estas clásicas instituciones del público se deducen algunos cambios de interés en el espacio público en su conjunto, que afectan de manera muy significativa a la comunicación política y sus sujetos, así como a la propia definición de la opinión pública.
Básicamente, estos cambios vienen definidos por el creciente protagonismo de los medios de comunicación masiva y la transformación de su papel dentro de la comunicación política.
EL NUEVO ESPACIO PÚBLICO.
Si en un tiempo el espacio público pudo ser topológicamente definido como el lugar de reunión, encuentro y discusión del público político -representado sucesivamente por el ágora, los cafés y, finalmente, el Parlamento-, el espacio público alcanza hoy a ser definido tan sólo de manera virtual y tan sólo podría ser adscrito a una institución visible, como es el Parlamento, en términos simbólicos.
El espacio público mediático
En palabras de Jean – Marc Ferry, el espacio público sería aquel “lugar en el que la humanidad se entrega a sí misma como espectáculo”. El antiguo “reino de la crítica”, más tarde transmutado en “reino de la opinión”, se ha convertido finalmente en el “reino del espectáculo”. Un largo camino, sin duda.
De esta manera, el público ha pasado de ser un grupo de personas reunidas en público para discutir sobre los asuntos de interés general, a una “audiencia masiva”, cuya definición sociológica es ya imposible.
La audiencia está formada por todos los que son capaces de percibir y comprender los mensajes difundidos; constituye un público difuso, sin entidad ni identidad salvo la que le proporciona su calidad de receptor de los mensajes mediáticos.
Dentro de este contexto, la opinión pública pasa a ser un mero agregado estadístico de opiniones, actitudes y deseos individuales. La representatividad política se torna así en representatividad estadística. La opinión pública es aquella que llega a los medios, “la opinión publicada”, y la esfera pública, el reino de la opinión mediatizada.
Su sujeto perdió el carácter no ya de sujeto sociológico real, sino también el de entidad homogénea, para pasar a convertirse en una masa segmentada de opiniones particulares que expresan intereses divididos y hasta conflictivos.
Sin embargo, la opinión pública se mantiene como forma de acción política, sólo que en el fragor de la batalla perdió su sujeto.
EN BUSCA DEL SUJETO DE LA COMUNICACIÓN POLÍTICA
La transformación del público en una “gran audiencia” de dimensión nacional – e incluso transnacional -, y de los medios tradicionales de expresión del mismo, el partido de notables y la prensa de opinión, en organizaciones estables, orientadas a captar la atención y movilizar amplias masas de individuos, tiene también un reflejo en la transformación de la política, que deja de girar en torno a los partidos políticos – y su público – para pasar a hacerlo en torno a los grupos de interés y los medios de comunicación de masas.
El impacto la Izquierda en la audiencia: resonancias y alineamientos
En este caso, los tres “discursos narrativos” han dirigido sus mensajes a diferentes auditorios pero, finalmente se puede concluir que ha habido un doble “éxito discursivo” en las resonancias de los mensajes originados desde la Izquierda Emergente.
Por un lado, dentro movientos como el zapatista, ya que los convencimientos y alineamientos internos de las dos primeras “narraciones” consiguieron relacionar las interpretaciones de los individuos (intereses, valores, mundos de vida y creencias) con las disquisiciones de la organización que estructura y dirige el movimiento social.
Las conexiones (frame bridging) entre la narración político – identitaria y la narración étnico – económica las organizaciones con las estructuras cognitivas y simbólicas colectivas de los pueblos indígenas asentados en la selva Lacandona garantizó el éxito de las simpatías e influencias internas.
Por otro lado, se calculan los efectos de los tres marcos narrativos de izquierda en la opinión pública mexicana, pues los cuadros dirigentes de los principales movimientos iconográficos se considera que la reacción de esta “sociedad civil mitificada” depositaria de las esperanzas de justicia e imparcialidad es la solución a la totalidad de sus demandas.
Definitivamente, los intentos de sensibilización sobre la problemática han sido tenues, pues, aunque ha habido un cierto logro entre medios de comunicación de masas del país, entre ciertas audiencias de la sociedad civil, entre muchos intelectuales mexicanos, entre varias organizaciones no gubernamentales, que van a funcionar como pilares de apoyo fundamental para la Izquierda Emergente, otra gran parte de la misma “sociedad civil” ha reaccionado críticamente, fruto de la propia configuración de la conciencia y del imaginario nacional mexicano que, históricamente, se construyó integrando el esplendoroso pasado precolombino pero, paralelamente, de espaldas al elemento indígena vivo y contemporáneo.[8]
En el Estado de derecho liberal, los partidos políticos cumplían una densa función de movilización del público y de la opinión pública, así como la de auténticos canales de expresión de las inquietudes ciudadanas. Este panorama ha dejado lugar a otro muy distinto, en el que la clave es la mediatización del juego político que se desarrolla entre los grupos de interés, los políticos y los medios.
La participación política no se desarrolla ya, sino formalmente, a través de la delegación en un cuerpo electo de representantes. El público ha perdido la condición de sujeto para convertirse en mero espectador; lo que es más, ha dejado de tener una existencia real para diluirse “en un artefacto estadístico”, en una audiencia que sólo cuenta en tanto potencial receptora de los mensajes publicitarios lanzados por los verdaderos actores de la política.
De esta manera, mientras la palabra “público” continúa en nuestro lenguaje como un recuerdo antiguo y una esperanza piadosa, el público como una característica y factor de la política real ha desaparecido”[9]. Este puede definirse como otro paradigma que ha roto el zapatismo ya que ha sido más participativo al dar a conocer su lucha. El público no lo asume como espectador sino como interlocutor.
Tal como se puso de relieve con anterioridad a través del análisis de la evolución de las distintas instituciones de la publicidad política, cuando la voluntad popular y la voluntad representada en el Parlamento comienzan a perfilarse como conceptos – y realidades – independientes, cuando el Parlamento deja de ser “el lugar de discusión razonable” para convertirse en un centro de negociación entre políticos profesionales, la prensa abandona también su papel de expresión de la opinión pública libremente formada en el Parlamento, para constituirse en un poder independiente, e incluso enfrentado, al Estado y sus instituciones.
Entonces comienza a ser necesario, más allá del aliciente de la anticipación del resultado electoral, pulsar la opinión de la calle de una manera directa, inmediata que, al tiempo que simule el proceso electoral, no suponga la movilización del aparato institucional de aquél. El sondeo aparece así como instrumento para “dar voz” a la opinión pública de una manera directa y constante, convirtiéndose en una especie de simulacro de plebiscito popular continuo.
En esta nueva configuración del espacio público, la comunicación política pasa a ser, en palabras de Wolton, “el espacio en que se intercambian los discursos contradictorios de los tres actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política y que son los políticos, los periodistas y la opinión pública a través de los sondeos”.
Cada uno de estos nuevos actores de la política desarrollaría funciones distintas, respectivamente: la acción política, la información sobre sí misma y el conocimiento de la opinión pública, esto es, de las reacciones del público frente a la acción política, perteneciéndoles, al tiempo, lógicas distintas: las de la representatividad política, espectacular y estadística.
Las tres funciones referidas no responderían a lógicas complementarias sino conflictivas, constituyendo este carácter, precisamente, la garantía del funcionamiento auténticamente democrático del sistema.
Así, aunque los medios también “pueden confundir las pistas y frustrar su misión de animación del espacio público al no “sentir” una situación histórica o, peor aún, reduciendo un problema complejo a algunas fórmulas, con el pretexto de que la opinión pública “no entendería”, la “información – acontecimiento”, puede actuar como generador de controversia, contribuyendo a romper el conformismo político y una visión excesivamente homogénea de la realidad.
Así, hay quienes ven este nuevo panorama una forma de salvar el peligro de la democracia se convierta en una ficción puramente formal, esto es, acercar a gobernantes y gobernados, proporcionando a estos el conocimiento y el control de la gestión pública. En este sentido se podría decir que los medios jugarían el papel de “reguladores institucionales de la democracia”.
Quizá esta sea la idea que estuvo detrás de la configuración de los medios de comunicación como voz de la sociedad civil, como auténticos representantes del interés general. Sin embargo, cabe plantearse si esta función sigue siendo hoy el motor de la actividad periodística y, aún así, qué repercusiones tienen sobre la naturaleza de la opinión pública y la comunicación política.
El declive de los partidos políticos – y del público -, como sujetos privilegiados de la “comunicación política” manipulada y degenerada en marketing electoral que busca ausentar el análisis y el sentido crítico de la opinión pública, ha abierto el espacio propicio para la emergencia de la izquierda de la que se ha hablado; este declive incluye a las facciones de derecha y la supuesta izquierda representada por un partido político que para fines prácticos en realidad representa la continuidad del proyecto salinista.
La lógica política y la lógica espectáculo pueden ya difícilmente distinguirse: ambas responden a una concepción del espacio público como lugar de la representación espectacular, donde el público se convierte en una abstracción que tan sólo se deja ver a través de las noticias y de los resultados de los sondeos, sustituyendo al auténtico diálogo gobernantes – gobernados (diálogo que ha llevado a la práctica el zapatismo como principal línea de acción, el uso de la palabra) por una ficción de la democracia directa en un espacio público que, al tiempo que se racionaliza, se vuelve más opaco.
La lógica de la comunicación política, más que la lógica conflictual, parece responder a una lógica cooperativa de la suplantación de la opinión pública en una ausencia total de contenido, bajo el añejo ropaje de la dimensión política de la “opinión pública”, a través del espacio-espectáculo mediático contemporáneo.
El proyecto de los Caracoles zapatistas postula que desde ahora, en lo que se pueda, las comunidades y los pueblos tienen que ejercitarse en la alternativa que quieren para adquirir experiencia. No esperar a tener más poder para redefinir el nuevo estilo de ejercerlo.
El proyecto de poder, por lo demás, no se construye bajo la lógica del «poder del Estado», en los antiguos regímenes de centro derecha y otras curiosidades; que aprisionaban a las posiciones revolucionarias o reformistas anteriores, dejando ayuno de autonomía al protagonista principal, fuera éste la clase obrera, la nación o la ciudadanía.
Tampoco se construye con la lógica de crear una sociedad ácrata, esa lógica que prevalecía en las posiciones anarquistas y libertarias (y que subsiste en expresiones poco felices, como la del «antipoder», que ni sus autores saben qué quiere decir), pero que se renueva con los conceptos de autogobierno de la sociedad civil «empoderada» con una democracia participativa, que sabe hacerse representar y controlar a sus representantes en lo que sea necesario para el respeto de los «acuerdos».[10]
El nuevo proyecto de izquierda, debe sumar a todas las fuerzas que luchan contra el neoliberalismo, contra la guerra económica y de otros ámbitos, que hace estragos en los países sujetos a los sistemas de endeudamiento y saqueo que imponen el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio, las grandes potencias encabezadas por el Gobierno de Estados Unidos y sus aliados y subordinados locales, como los anteriores gobiernos de México y todos sus partidos satélite que en el Senado y la Cámara de Diputados de México le han negado y quitado al pueblo mexicano los derechos que se habían comprometido a reconocerles.
La miopía o ceguera de las fuerzas dominantes es tal, y su soberbia o capacidad de engañarse tan obcecada, que no alcanzan a ver la inmensa posibilidad que se abre con la marcha de los Caracoles, para imponer un cambio histórico pacífico mediante la negociación sin cooptación ni mediatización de líderes y fuerzas que luchan por sobrevivir y por un mundo alternativo. Los zapatistas ofrecen, otra vez, un novedoso camino de paz a México, con las puertas y ventanas abiertas a la humanidad.[11]
Mediáticamente se plantea la formación de una cultura ecológica, de una cultura de conservación de las especies que componen la conservación de las cadenas para la reproducción de la vida, de una cultura de la defensa de los ancianos, de una cultura del cuidado del Planeta Tierra, de una cultura de la convivencia civil, de una cultura de revaloración de lo nacional, de una cultura de la promoción de la vida, de una cultura de la reforestación, de una cultura de la humanización de las ciudades, etc. que son niveles de cerebralidad mínimos que requerimos construir y conservar culturalmente para sobrevivir en esa nación.
Tendrán que ser creados por el Estado y la sociedad civil, ya que para el sector privado-mercantil no son rentables efectuarlas.[12]
Lo verdaderamente trascendental y relacionado es la organización social que permita una participación activa de la ciudadanía en la vida política y en la solución de sus problemas, permitiendo así intercambiar impresiones, experiencias y ayuda con otras comunidades o núcleos sociales sin necesidad de absorberse unas a otras, manteniendo así personalidad propia.
El reconocimiento del pluralismo y aceptación de un proyecto plural, conlleva la descentralización real del poder: una descentralización social de las decisiones, no una descentralización territorial de la administración.
Sería indispensable destinar fondos y créditos suficientes para apoyar la financiación de proyectos productivos autogestionados, sin pretender sujetarlos a los rígidos criterios economicistas del México imaginario.
Todo esto exige algo más que “tomar en cuenta” la opinión de las comunidades del México profundo que, durante siglos, han estado sujetas a la opresión colonial, con todas las consecuencias internas que dicha opresión produce y que han sido mencionadas a lo largo de esta obra; ello obliga, si en verdad se desea impulsar un proyecto nacional pluralista, a intensificar decididamente las acciones encaminadas a favorecer la recuperación y actualización de las culturas locales.
Uno de los puntos clave de esa tarea, será la capacitación amplia e intensiva de nuevos actores comunitarios que estén en condiciones de hacer uso de las oportunidades que abriría la recuperación del control cultural, sin que su capacitación llevara a su desarraigo ni a la renuncia a su cultura.[13]
No se trata de recuperar una civilización aldeana, sino de reconstruir los espacios necesarios para el desarrollo de una civilización actualizada, vigente hoy y proyectada hacia el futuro.
No es, entonces, un simple cambio de nombres ni tan sólo un asunto de límites entre los estados: es la decisión de que los pueblos del México profundo dispongan de niveles de organización política más amplios y complejos que el de la comunidad local, para que estén en condiciones de aumentar cualitativamente su capacidad de reconstrucción y desarrollo culturales.
La propaganda de la Izquierda contra la Estrategia de Guerra de Baja Intensidad de Vicente Fox contra el pueblo mexicano, como antecedente a su actual participación en el Golpe Blando Contra la #4T
Aproximación al concepto del marketing y su aplicación mal entendida y manipulada en el ámbito político.
En realidad el marketing social “teóricamente” se orienta a determinadas acciones sociales por parte de la empresa privada; lo cierto es que en términos reales no es más que un instrumento para deducir impuestos y montar espectaculares campañas publicitarias en torno a las donaciones y campañas en beneficiode colectivos como niños minusválidos, víctimas de catástrofes naturales, causas ecológicas, etc.
Lo cierto es que llega a ser incluso un agente mediático muy apetitoso para contrarrestar la imagen negativa que una empresa pueda correr el riesgo de tener hacia la opinión pública por alguna “contingencia” inherente a su desempeño y actividades.
Por ejemplo, una empresa que se dedique a la fabricación de papel, puede montar campañas de reforestación y toda una parafernalia de Relaciones Públicas para vender la idea de que está tomando acciones que compensen la explotación y deterioro que su actividad provoca en la ecología.
Lo cierto es que la mayoría de las veces este tipo de campañas sirven, simplemente, para distraer la atención de la opinión pública con el único fin de que los productos sean consumidos sistemáticamente. Pues bien, es preciso apuntar que, incluso en el campo del “marketing”, del que se vale la clase política ha sido innovadora la manera de abordarlo para contrarrestar sus efectos engañosos y demagogos.
Es preciso subrayar que el zapatismo no vende ninguna imagen, en esos términos más bien tiene una imagen y personalidad propia que simplemente la proyecta por congruencia; su mayor fortaleza está en la simplicidad y sencillez de sus argumentos.
Quizá la manera de contrarrestar la utilización de esta técnica de persuasión ha sido resaltar la importancia social de hacer conciencia y trabajar organizadamente para paliar en la medida de lo posible el impacto tan brutal que está teniendo la globalización neoliberal en todos los ámbitos. Ciertamente en este terreno le lleva una ventaja considerable a la clase política que se concreta a realizar campañas muy costosas que tienen como objetivo principal anular toda capacidad de análisis y crítica de la opinión pública, esto es una fortaleza clara de la Izquierda Emergente que ha sabido capitalizar objetivamente.
El único paralelismo que podría establecerse entre la estrategia de comunicación de la izquierda democrtática para difundir sus demandas y el marketing de las instituciones políticas ordinarias, convencionales, de la antigua política prevaleciente en México, es que la izquierda, más que “publicitar” informa por medio de lo que se puede analogar con el concepto de Relaciones Públicas, sin caer en las definiciones del marketing electoral y los conceptos publicitarios.
Hay que entender dicha analogía desde el punto de vista de la simpatía y apoyo de múltiples personalidades, intelectuales y artistas.
Todo ello, en un momento dado, tiene más similitudes con el concepto del marketing social.
Los beneficios de la lucha democrática que ha realizado el zapatismo lo aprovechó Vicente Fox, pero quienes en realidad sentaron las bases para provocar el derrumbamiento del PRI en el poder ha sido el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, teniendo como principal directriz una nueva manera de entender el poder para participar autogestionando el proceso político de cada núcleo social y cada colectivo.
En un intento de analizar la batalla “mercadológica” entre Marcos y Fox, desde el punto de vista publicitario y de imagen, cabe destacar lo siguiente:
- Fox es el máximo exponente mexicano del marketing comercial trasladado a la política. De extracción oligárquica y neoliberal estadounidense, fue director de la Coca Cola para México y América Central. En contraposición a esto, la comandancia zapatista innova en las formas de comunicación política en México.
- Como segundo punto es importante tener en cuenta que hubo un momento en el que todo se tornó en una guerra de imagen; y la imagen solamente se ve reforzada por planteamientos políticos de base. Es un hecho que Marcos, de alguna manera, ha mantenido el norte como portavoz y siempre ha tenido muy claros sus objetivos, pero muy en especial por quien y para quien está en el lugar que ocupa.
- Apenas asumió Fox la Presidencia, Marcos anuncio en conferencia de prensa, desde el poblado de La Realidad, la marcha de la caravana que llegó a la capital mexicana en marzo de 2001. Pero ante todo esto, Fox anunció una y otra vez que cumpliría con las señales de paz que el EZLN pedía como garantía para reiniciar el diálogo.[14]El EZLN, realmente, no estaba convencido. Al cumplirse el tercer aniversario de la matanza de Acteal, reclamaba a Fox su inmovilidad frente a los grupos paramilitares. En un comunicado, Marcos anotó que “al contrario de lo que la profusa campaña publicitaria gubernamental, nada ha cambiado. Nada hay en Chiapas que permita asegurar que Acteal no se repetirá……”.
Y bien, es aquí donde hay que detenerse por un momento para hacer una reflexión sobre la falacia más grande de los primeros más de cien días del supuesto nuevo régimen en México.
Cabe destacar que entre la jornada electoral del 2 de julio de 2000 y la toma de posesión de Fox, salió al aire una campaña televisiva con una serie de imágenes que proyectaban un México en el que la tolerancia, la cohesión social y la igualdad eran una realidad; y con una voz en off decía: “levántate México, mira que ya amaneció”.
En esta batalla propagandística, los diferentes gobiernos mexicanos han contado en muchas ocasiones con el apoyo de las principales empresas televisivas del país: Televisa y TV Azteca, que, a pesar de sus rocambolescos enfrentamientos, han coincidido a menudo en su forma de cubrir los acontecimientos, en Chiapas. Guillermo Orozco (1995) llama a esta unión de intereses entre el gobierno y las televisoras “el flanco contrainsurgente”.[15]
El tono propagandístico de esos programas, a favor del Gobierno y del ejército mexicano, es tan enfáticamente unilateral que, en vez de contrarrestar la propaganda pro – zapatista, posiblemente tuvieron un efecto boomerang.
La información es tan ostensiblemente parcial (se toma como fuentes sólo a renegados o adversarios del EZLN) que tales programas, si es que no lo fueron, aparecen simplemente como publicidad oficial.[16]
Es importante citar una “anécdota” que, de hecho, ha sido ejemplo del manejo de “imagen” (marketing político, publicidad pura y dura) que el señor Vicente Fox ha ofrecido a la comunidad internacional en las sesiones de trabajo del foro económico mundial, llevado a cabo en Canadá en marzo de 2001.
En el salón en el que se realizaba la sesión de trabajo se transmitieron en circuito cerrado imágenes en vivo del “desalojo militar” en Chiapas – que en realidad finalmente resultó ser una reubicación de las tropas federales de ocupación.
Estamos ante un acto proselitista, pero con lo que no contaba el señor presidente es que mientras esas imágenes se proyectaban en Canadá, en otro lugar del estado de Chiapas se perpetraba una nueva masacre por paramilitares contra ocho campesinos indígenas simpatizantes del EZLN.
[1] (Monzón 1996:323)
[2] (Habermas 1962/1994)
[3] “Los Pinos” es el nombre que recibe la residencia presidencial oficial en México.
[4] (Price 1994:24)
[5] (Minar 1969:36, citado en Price 1994)
[6] (Price 1994:27)
[7] (1995:93)
[8] Op.Cit. p.p.189
[9] (Carey 1995:392)
[10] Los Caracoles zapatistas. Redes de resistencia y autonomía (Ensayo de interpretación). Pablo González Casanova. La Jornada, septiembre 2003. México, D.F.
[11] Op. Cit.
[12] COMUNICACIÓN, CULTURA Y LIBERALISMO SOCIAL EN EL MÉXICO MODERNO. Dr. Javier Esteinou Madrid. Profesor Investigador del Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, México, D.F.
[13] BONFIL Batalla, Guillermo. México profundo, una civilización negada. Grijalbo. Consejo Nacional para la Culturay las Artes. México, D.F. 1990.p.p.63
[14] MONTES, Rodolfo. “Imagen contra imagen”. Articulo publicado en el Semanario Proceso 1264, México, enero 2001. p. 8.
[15] Vázquez Liñán, Miguel. Gómez Suárez, Águeda. Guerrilla y Comunicación. La propaganda política del EZLN. Ed. Catarata. Madrid, 2004.p.117
[16] Op.cit. p.119