Por Víctor Del Real Muñoz
A lo largo del tiempo, la “izquierda” mexicana, o lo que se conoce como “izquierda”, sobre todo buena parte de aquella que actualmente tiene la responsabilidad de ciertos cargos públicos, siempre se ha quedado distante de enaltecer los valores y las actitudes necesarias que los cambios de las condiciones preexistentes demandarían de sus cuadros más valiosos y radicales.
En términos generales, los cuadros de la izquierda liberal, social demócrata, de esencia reformista, terminan por no dar el ancho para lograr los cambios con miras a la superestructura dominante.
Y es que esta “izquierda” vive del ego, que, entre otras cosas, se expresa por reivindicar supuestamente valores en pro de la defensa de los intereses populares, de mayor equidad y justicia social, pero añorando los logros materiales y la apariencia hacia afuera del ala dominante del mundo, dando la imagen de prosperidad superficial ante los demás, o bien, dando la imagen de ser “distinto”.
A la “izquierda” mexicana le encanta hacer alarde del tamaño de sus casas, de sus colecciones personales de libros, de sus gustos personales, de sus viajes, de su vida feliz a través de redes sociales, de sus logros intelectuales, de su visión de país, de su cultura en general, de su preparación personal, de su capacidad de hilar “discursos coherentes y buena onda” o “incluyentes” entre otros más, que le hagan quedar bien parados y aceptados por las masas.
Se vuelven farsantes desde otro estilo, por ende, rotundamente mentirosos y falsos.
En México hay políticos como Gerardo Fernández Noroña que reivindican constantemente su derecho a vivir bien, dando una imagen permanente de una vida que por supuesto no está al alcance del grueso de la población mexicana, jactándose de los restaurantes caros que frecuenta, los libros que compra, los viajes que hace, el auto que maneja, justificándose en que desea y “trabaja” para que el “pueblo” tenga de manera igualitaria el acceso a ello y que con eso es suficiente para dotarse del derecho de no ser austero y “vivir bien”, y por ende, presumirlo ante los demás.
Alguna vez el gran presidente Uruguayo José Mujica citó dos cosas muy sabias: -una- que asistía a decir que el político tiene una obligación moral y ética de vivir como lo hace la mayoría de su pueblo, y -dos-, que aquel político al que le guste “la guita” – es decir, el dinero- se le debía alejar de la política inmediatamente.
Otra cuestión es que la “izquierda” mexicana vive del mito, de enaltecer personalidades que a lo largo de la historia ha quedado demostrado que representaban intereses oscuros o bien clandestinos que nada tenía que ver con la transformación de las masas, y si, con la defensa de intereses encontrados posicionados más en una clandestinidad operativa, incluso, dándole vida a conspiraciones que se volvieron realidades inminentes. La historia tiene varios ejemplos.
La izquierda mexicana les rinde cultos a personalidades por el mero hecho de vivir entre etiquetas, por mera “imagen” de “combate”, sin siquiera conocer, en la mayoría de las ocasiones, la esencia o la contribución política de tales personajes, e incluso, lo que estuvo detrás de cada uno más allá de teorías de conspiración.
Esto último lo podemos corroborar en las recientes celebraciones por el aniversario del “Che” Guevara que, independientemente de tantos elementos de evidencia de puntos oscuros e intereses perversos de este personaje argentino-cubano, publicados en Cuba y Argentina, se le venera más porque históricamente su símbolo y su rostro quedaron como un elemento de marketing comercial de la “izquierda” en el mundo. Es como una veneración religiosa la que también hace la “izquierda” de sus próceres.
Es necesario decir que los cuadros jóvenes de esta “izquierda” al parecer se están forjando en los mismos criterios de entrenamiento moral, político, de personalidad y de cultura política. Cuidado, colectivamente esto puede ser contraproducente en sus resultados políticos inmediatos.
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