Por Rivelino Rueda
La imagen que más se recuerda de él fue aquella de julio de 1988, cuando frente a las cámaras de televisión y en cadena nacional movía desesperadamente un lápiz para intentar explicar la “caída del sistema” en los cómputos de la elección presidencial.
Con el rostro descompuesto, las mandíbulas trabadas y los ojos inyectados de cólera, Manuel Bartlett Díaz, entonces secretario de Gobernación, blandía argumentos técnicos, legaloides y ubicados en lo más rancio de la cultura priista para intentar justificar un nuevo fraude electoral.
En las principales avenidas y plazas de la Ciudad de México, pero también en distintos puntos del país, sólo faltaba una chispa, un llamado para iniciar una revuelta social de proporciones inimaginables.
Los candidatos de oposición agraviados estuvieron a la altura del momento histórico. Cuauhtémoc Cárdenas, del Frente Democrático Nacional (FDN); Manuel J. Clouthier, del PAN, y Rosario Ibarra de Piedra, del PRT, no cedieron y enfrentaron a todo el aparato.
La historia es conocida. Carlos Salinas de Gortari fue presidente de México de 1988 a 1994, en uno de los sexenios más oscuros en la historia contemporánea del país, pero a lo largo de esos años remó a contracorriente en las aguas de la ilegitimidad.
Pero los favores se pagan entre la clase política mexicana. El secretario del lápiz inquieto y de las fallas tecnológicas fue premiado, meses más tarde, con la gubernatura de Puebla, y al final de ese gobierno con la Secretaría de Educación Pública (SEP).
A la fecha, el hoy coordinador de los siete senadores del Partido del Trabajo (PT) no ha aceptado que la de 1988 fue una elección de Estado, que hubo un fraude electoral a pesar de la historia documentada y testimonial de esos momentos críticos para el país, y que ese fraude se maquinó en contra del candidato que representaba a los partidos de izquierda, pero además que esa operación se construyó desde sus oficinas en la antigua casona de Bucareli.
Todavía hoy, cuando se le pregunta sobre su responsabilidad en esa controvertida elección presidencial, la respuesta es la misma: “Todo fue orquestado y ejecutado desde Los Pinos por el presidente Miguel de la Madrid”.

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Bartlett Díaz (Puebla, Puebla, 1936) es pieza clave en la memoria del México contemporáneo, pero sobre todo es una parte fundamental de la desmemoria endémica en el país. Hoy por hoy el político poblano es un referente para un sector de la izquierda mexicana y una de las principales figuras de oposición tras el regreso del PRI a la presidencia de la República.
Lo cierto es que en estos años “Don Manuel” –como le decían sus más cercanos en sus épocas doradas dentro del primer círculo del poder del viejo régimen—en ningún momento presentó su renuncia como militante o miembro activo del partido que lo catapultó hasta los más altos cargos de la administración pública, el Revolucionario Institucional.
Afecto al debate frontal y ríspido, el senador petista inició sus devaneos como crítico del régimen en los últimos años del sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León, luego de que ese gobierno manifestó su interés por la apertura del sector eléctrico.
En una megamovilización que se realizó en esos días, al poblano no le importó la carga de la historia reciente y marchó junto a Cuauhtémoc Cárdenas del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino. En el trayecto, Manuel Bartlett tuvo que aguantar –en silencio y pálido—la rabia acumulada por una década.
“¡Cínico!” “¡Sinvergüenza!” “¡Ladrón!” “¡Vete a la chingada!”, le lanzaba una ciudadanía enardecida y con memoria.
Pero luego de su estrepitosa derrota en el proceso interno del PRI para designar a su candidato presidencial en los comicios de 2000 –en donde se enfrentó a los dos abanderados priistas que perdieron los comicios en las dos elecciones siguientes, Francisco Labastida Ochoa, en 2000, y Roberto Madrazo Pintado, en 2006–, el poblano logró colarse al Senado de la República, todavía como priista, y asegurarse un cargo para los próximos seis años.
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A finales del sexenio de Vicente Fox Quesada, comenzó el distanciamiento de Bartlett Díaz del partido que lo forjó como político. Julio de 2006 marcó la ruptura definitiva, luego de que el senador fue uno de los principales opositores, junto con el panista Javier Corral Jurado, de la llamada Ley Televisa.
Desde ese momento Bartlett tomó su propio camino. Su tenaz animadversión por la derecha, tanto en el PRI como en el PAN, lo llevó a acercarse a Andrés Manuel López Obrador, quien lo invitó en 2012 a integrar el primer sitio en la lista de candidatos al Senado por la vía plurinominal por el PT.
Absuelto de los agravios cometidos a la izquierda dos décadas y media atrás, Manuel Bartlett Díaz hoy alza la voz, manotea, gesticula, habla de doble moral y de indecencia de panistas y priistas, pero además habla con ese anquilosado discurso del “capitalismo salvaje”, “las trasnacionales voraces”, “el neoliberalismo atroz” y los “tecnócratas que conspiran contra el pueblo”.