(A un año de la visita de Francisco)
Por Miguel Jiménez Álvarez
Foto: Eladio Ortiz
I
La ciudad se detiene con las calles solitarias y policías por todas partes. Es viernes a las 8 de la noche pero parece cualquier otro día en la madrugada: con apenas coches por las calles y poca gente caminando. Dentro de unas cuadras, por Boulevard Aeropuerto, estarán todas las personas que dejaron las calles desiertas, ansiosas por ver al Papa Francisco. Es como si fuera El Último Hombre Sobre la Tierra que, calles después, encuentra reunida a una parte de la humanidad.
El Papa se deslizó en el puente a bordo de su papamóvil a una velocidad endemoniadamente imperceptible. Los cientos de personas tapaban –arriba de sus bancos y escaleras, con sus 1.80 de estatura, con sus celulares fotográficos- cualquier visualización. Me vendría tan bien detener el tiempo y captar la imagen en que el Papa va bajando del puente mientras saluda con su mano. Aunque vi eso, la Canon réflex no lo hizo. La Canon detuvo lucecitas blancas con manos sosteniéndolas. La imagen representa el deseo de las personas por capturar en su celular fotográfico al Papa bajando por el puente.
II
Sábado a las 12 del día. La estación del metro abierta y más cercana al Zócalo es Hidalgo. Pantallas gigantes en Avenida Juárez. Las personas caminan sobre la avenida. Una de las pantallas transmite Capital 21 con un volumen que resuena en las calles. El Papa partirá de la Catedral, dice. Madero está cerrado, con vallas y policías cubriendo la calle. 5 de mayo también. Tacuba no. Entonces, para llegar, se debe ir con pasos largos y en zigzag, ya que las personas dan pasitos por las calles. No se dan cuenta que caminan lento. Ocupan la banqueta e impiden la llegada al Zócalo.
Más pantallas gigantes en el Zócalo. Inmiscuirse poco a poquito para tratar de llegar lo más cerca posible a la Catedral y ver si está el Papa por ahí. Hacia el centro de la Plaza de la Constitución. Me detengo. Observo el alrededor que puede ser capturado por la Canon réflex: ya no deben ser lucecitas blancas, sino algo relacionado al Papa. Volteo hacia mi izquierda y un señor moreno bigotón con traje gris -que parece hindú-, está tomándose selfies con su celular y las cuatro pantallas gigantes -en el centro de la Plaza de la Constitución-, como marco. No tiene que ver con el Papa pero la escena debe ser capturada. El señor moreno hindú no queda satisfecho con las fotos y deja un margen de tiempo para que la Canon réflex capture bien la escena.
III
El Papa ahora cruza sobre la calle que rodea la Catedral, a bordo de un auto cubierto. Va en el asiento de atrás. Apenas y se ve. Pero igual sonríe y saluda con su mano. Las personas en las vallas deseaban capturar al Papa afuera de la Catedral. Y parece que lo hicieron. La Canon réflex se llevó la Catedral y un cacho de cabello de la señora de adelante.
La fiesta se ha acabado. Los invitados se despiden, dejando las mesas con los manteles desordenados y las sillas afuera, para que los meseros lleguen a limpiar. Y es que el Papa ya ha pasado. Todos a sus casas. Ya no hay nada qué hacer en el Zócalo. Así que se dejan tiradas las botellas y cajas de plástico, además de las cáscaras de mandarina y plátano, para que las personas de limpieza lleguen a hacer su trabajo.
Cerca de Madero, por una sombrita de la banqueta, dos señoras como de 60 años descansan tomando agua embotellada. Le hablan a un señor medio canoso, moreno y alto. “¡¿A cómo salen, señor?!”, dicen. Y el señor se acerca con casi 20 copias fotográficas del Papa en su mano.
Tiene dos fotografías perfectas: en una sale enfocado el Papa saludando en el papamóvil; en la otra sale con muchos mexicanos de fondo. Por un momento pienso que el señor las tomó. Los dos Papas fotográficos ya están en las manos de las dos señoras.
Las fotografías son demasiado buenas: como sacadas de internet, de algún medio oficial que cuenta con un fotógrafo profesional. Y se imprimieron para venderlas a señoras y gente que pagará por una foto perfecta del Papa, pese a que no sea una foto tomada por ellos.
Poco después, una señora le regresa al Papa enfocado por el Papa con los mexicanos. La señora le da al comerciante un billete de 100 y él le regresa uno de 50. Veinticinco pesos por cada fotografía que yo habría deseado capturar.