Rivelino Rueda
Era la época de esplendor del centro nocturno ubicado en la Calle Atenas número 9, en la Colonia Juárez. El muchachito esbelto, vestido con un traje y zapatos impecablemente blancos, iniciaba una de sus primeras temporadas en ese sitio lujoso, frecuentado por los políticos que estaban en el primer círculo del poder.
Algunos de los selectos asistentes a El Patio sólo tenían que atravesar esa calle, quizá darse tiempo de voltear a ver la hora que marcaba El Reloj Chino que se encuentra en la siguiente esquina, en Bucareli, para ingresar a la Secretaría de Gobernación, o hacer lo mismo del centro nocturno al antiguo Palacio de Cobián.
Mario Moya Palencia, ministro del interior de Luis Echeverría, fue uno de ellos. El llamado «Divo de Juárez» ya estaba labrando su leyenda y los funcionarios que despachaban «al otro lado de la calle» sabían del futuro exitoso que le deparaba a ese muchachito esbelto con rasgos de niño.
Ahí fue el primer contacto de Juan Gabriel con la política, con los políticos, con el que en ese momento era el partido hegemónico, el Revolucionario Institucional.

Alberto Aguilera Valadez se dejó seducir por los hombres del poder desde aquellas épocas. Nunca manifestó simpatía por otro partido político que no fuera el PRI ni por candidatos de otros colores.
En las elecciones presidenciales de 1994 el michoacano-juarense se volcó en apoyos en sus conciertos a favor del candidato priista, Ernesto Zedillo. Era la elección del «voto del miedo», la del levantamiento indígena en Chiapas, la del asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Pero no fue el arrastre popular de Juan Gabriel el factor que le dio al PRI uno de los resultados electorales más holgados de su historia. La inequidad en el proceso y una ciudadanía atemorizada por el entorno nacional (y atizada por los medios de comunicación) optó por la lógica devastadora del «más vale bueno por conocido que malo por conocer».
Seis años después fue muy diferente. Otro vecino del centro nocturno El Patio, Francisco Labastida Ochoa, secretario de Gobernación de Ernesto Zedillo, ahora era el elegido para refrendar otro sexenio del PRI en el poder.
En la cúspide de su trayectoria, «El Divo de Juárez» le apostó todo a la campaña del sinaloense. El espacio de Atenas 9 fenecía luego de 70 años de brindar una cartelera de primer nivel, y casualmente esas siete décadas del partido único se vieron reflejadas en una campaña que fue de fracaso en fracaso.
Lo más rancio del PRI salía a flote en los comicios de 2000. Y el ya memorable «me dijo mariquita, me dijo la vestida, me dijo chaparrito» acompañó una tonadita funesta que decía «Ni Temo, ni Chente, Francisco presidente», ideada y hecha spot para radio y televisión ni más ni menos que por Juan Gabriel.
En 2002, ya en medio de la supuesta «alternancia» en la Presidencia de la República, con el panista-priista Vicente Fox, el cantautor reconoció en una entrevista con Univisión que su apoyo al PRI fue para que le «echarán la mano» en su problema de declaración de impuestos.
«Fui utilizado muchas veces por personas. Colaboré con el PRI durante años y fue el colmo durante la campaña de (Francisco) Labastida. También me ofrecieron ayuda, porque obviamente era un intercambio”, comentó.
De hecho, se dice que la canción “Pero qué necesidad” –que dice “Pero qué necesidad/Para qué tanto problema/No hay como la libertad de ser/De estar/De ir/De amar/De hacer/De hablar/De andar/Así sin penas/Pero qué necesidad/Para qué tanto problema/Mientras yo le quiero ver feliz/Cantar/Bailar/Reír/
Para las elecciones presidenciales de 2006 y de 2012, Juan Gabriel marcó su distancia de la política, aunque entre broma y en serio, en los corrillos políticos se comenzó a decir, a minutos de que se confirmó su muerte este domingo 28 de agosto en Santa Mónica, California, que «se había ido el último priista del país».