Por Silvio Harrison
Pocas veces me he sumado al alborto por la muerte de una artista, de hecho cuando a mi realmente me duele un suceso así , como fue el caso de George Harrison, por eso lo del apellido, hasta una que otra lágrima de cocodrilo derramé, pero es justo decir que el fallecimiento de Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido como Juan Gabriel, aunque para mi no significó una tragedia musical, sí es de reconocer la importancia que tiene en México y en algunos lugares de este mundo terrenal.
Gracias a esta profesión tuve la oportunidad de ver, no una sino varias veces, el magnetismo que tenía Juanga con la gente y es que en sus conciertos era impresionante el amor que él transmitía y que le era regresado mil veces con aplausos, lágrimas y gritos de ese pueblo que lo acobijó y lo hizo suyo.
Y es que haciendo una comparación, y lo que voy a decir a lo mejor muchos me atacarán, y tomando sus proporciones, pocas veces en vivo he visto tal sinergia entre un front man y su público. Mick Jagger es uno de esas personas, que tan sólo con salir al escenario la gente brinca, casi se desnuda y hace un ruido tal que hasta la piel se hace chinita. Pues fue igual con el Divo de Juárez.
Una de esas tantas veces que lo vi, recuerdo que fue en el 2004, cuando por primera vez en la carrera del michoacanense se le abría el Estadio Neza 86, aquel recinto se le entregó, un poco más de 35 mil personas elevaron su alma al cielo cuando, vestido con un traje gris, salió al escenario para cantar más de TRES HORAS en vivo.
Por su puesto que antes hubo desorden y portazo, ya hacía mucho tiempo que no tenía el placer de ver algo así en un concierto, digo placer porque en verdad estas situaciones dan mucha narración a los que tratamos de informar.
Esa noche, los elementos policiacos de en lugar de dar orden a la situación, la empeoraron al dejar sólo una puerta para entrar y en la que pasaba una persona a la vez. Todos apretujados, por que eran tres filas humanas interminables tratando de llegar a ese acceso y que en un punto se juntaban haciendo un cuello de botella enorme. Es más, ahí en ese instante había faje, masaje y sin besito, todo a la vez, para lograr entrar y ver al compositor del Noa, Noa, bailar, medio brincar, por aquello de su gordura, y hasta verlo llorar por la entrega de su público.
Más de una hora duró la procesión de muchos para estar sentados en el estadio, los pies quedaron como tamales por tanto pisotón. Ni los Toros Neza en sus buenos tiempos hicieron esto.
Como era su costumbre, Juanga le dio gusto a todos, 49 canciones, si no mal recuerdo, entre baladas, bailables y rancheras fue su repertorio. No hubo nunca silencio, todos las coreaban, eran en verdad parte de ellos, de los que asistieron.
Palabras más, palabras menos, a «sus amores», como así les llamaba el compositor de más de mil 800 canciones, desde 1971 hasta el 2004 por fin se le abrían las puertas de Neza para cantar. De ahí en adelante todo fue música, chistes y comentarios sarcásticos y mientras más los hacía, el público se le entregaba más y más.
Como aquella vez, que llenó la Plaza de Toros México, a lado de la Madre de Todas las Bandas, El Recodo, una combinación que nadie podía perderse y que lo mismo como en Neza, el Divo hizo que aquel monstruo de gente se le brindara al cien por ciento.
Pero también el de Juárez era medio mañoso, en el estadio dejó que su público cantara «Yo no nacía para Amar», «Querida», «Mi Fracaso», «Caray», «No Vale la Pena», «Tú estás siempre en mi mente», entre otras que son para muchos en caso de borracheras todos unos himnos.
«Este tipo es una karaoke humano», decía en aquel entonces el fotógrafo nipón enviado de Notimex, Tempei, y es que así era Juanga, entregado al mil por ciento. No había medias tintas si se trababa de cantar, no había «mientras ustedes aplauden yo sigo cantando», no, él subía al escenario y se transformaba en una rocola con rolas que todos conocen y que por su puesto se cantan.
El Divo se daba a a querer, como cuando lo vi cerrando el Festival Acapulco 2005, en el Centro de Convenciones en el Salón Teotihuacán (todo abarrotado), luego de dos horas y media, cantó tres y media, bajó del escenario, se dirigió a gayola, abriéndose camino entres sillas y personas que lo querían tocar, y mientras interpretaba «Fue un Placer Conocerte» los guerrerenses se le entregaban.
Esa misma noche besó y abrazo a cuanta gente se le ponía en frente. A sus «madrecitas» como así les llamaba a las abuelitas les cantó las «mañanitas» «Vine a Pedirte Perdón» y por su puesto su himno, como él le llamaba y lo presumía en Neza y en donde fuera «Amor Eterno».
Y es que Juanga sabía qué canciones serían su réquiem «Yo te Recuerdo», también estaba considerado y que ahora luego de la noticia de su muerte estas dos últimas piezas son cantadas por su gente afuera de su casa en Ciudad Juárez, en Bellas Artes, en Cancún donde también vivió por motivos de salud, en Michoacán, Garibaldi, en ciudades de Estados Unidos, en Chile, Perú, etc.
Juan Gabriel sí era una karaoke humano, un verdadero show, y donde se paraba para cantar, la gente se le entregaba, por eso se le llamó el Divo de Juárez.