El horror de los normalistas sobrevivientes

Por Fernanda Figueroa Castellanos

Fotos: Edgar López

“Durante cuatro días caminaron para llegar”, fueron las declaraciones de Alonso Solís, un estudiante de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa respecto a compañeros sobrevivientes del ataque y desaparición de 43 jóvenes el 26 de septiembre del 2014.

Caminar por cuatro días no suena tan mal si tu vida está de por medio.

Tres días después de los hechos, en medios de comunicación se hablaba de 68 estudiantes desaparecidos, de los cuales 40 de ellos fueron llevados al “sol azteca”, donde hasta hoy no se sabe la ubicación. Lo que se sabe es que policías municipales indicaron que los llevarían a ese lugar sin decir el motivo.

La versión oficial dice que la esposa del presidente municipal, María de los Ángeles Pineda, llevaba a cabo su informe sobre las labores que ejercía como presidenta del DIF Municipal, al mismo tiempo que los estudiantes provenientes de Ayotzinapa se apropiaban de varios camiones para poder trasladarse. Esto provocó que se diera una orden para detener a los estudiantes y, así, evitar disturbios.

Todo comenzó entre las 20:30 y 21:00 horas. Con un pañuelo blanco, un joven indicaba tregua mientras anunciaba: “¡No disparen! ¡No tenemos armas!”. Los recuerdos de la noche del 26 de septiembre quedarán marcados para los estudiantes sobrevivientes, familiares de los desaparecidos y personas solidarias con la situación.

Estruendos, gritos, groserías: “Oficial, no tenemos armas, necesitamos ayuda para un compañero”. “Una ambulancia para un compañero, se está muriendo”, se puede escuchar en un vídeo grabado por los mismos estudiantes aquella noche. Hasta hoy, el saldo de la noche fue de nueve personas fallecidas, 43 estudiantes desaparecidos y 27 heridos.

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Al principio, la cifra respecto a la desaparición forzada fue de 68 jóvenes. Fue hasta el primer día de octubre cuando algunas esperanzas, ilusiones y plegarias se hicieron realidad. Diecinueve estudiantes aparecieron. Los jóvenes se comunicaron por teléfono para informar que se encontraban bien y en sus casas. Según declaraciones hechas por Alonso Solís, los muchachos tuvieron que caminar hasta por cuatro días para llegar a sus respectivas comunidades. Algunos no regresarán a sus estudios por miedo a repercusiones.

La situación de Eduardo fue distinta. Él no estuvo en los hechos, sin embargo, lo contabilizaron como desaparecido. Francisco, su padre, fue quien se encargó de informar que el joven se encontraba bien y que la única lesión que tenía era causa de una herida que tuvo de pequeño y se encontraba mal curada. Él también podría dejar la escuela. No por miedo, sino porque tiene que entrar a cirugía.

Según la Procuraduría, eran 13 de 57 desaparecidos, entre ellos se encuentra Daniel Gerardo Cantú, Severo Pedro Minga, Ayafredh Salgado, Mateo Carrera, Luis Ángel Gutiérrez, Jonathan Maldonado, Ambrocio Martínez, Marco Antonio Andrés Santos, Cirino Tejeda, Rodrigo García, Mario Torreblanca, Jazziel Ramírez y Julio César Velázquez.

Julio César Ramírez es el nombre de otro joven que fue localizado, sin embargo, él fue asesinado en un segundo ataque. Permaneció tres días en el Servicio Médico Forense de Chilpancingo sin identificar.

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Días después de lo sucedido, los cálculos no eran los 43 por los que marchan, por los que gritan consignas, por los que se realizó el Día de la Indignación. Eran 38, según el periódico El Sur.

Fue hasta que el ahora exprocurador de la República, Jesús Murillo Karam, dio su “verdad histórica”, retroalimentada con vídeos, testimonios y averiguaciones. Fue hasta el 28 de enero que se dio a conocer que eran 43 jóvenes, pero no estaban desaparecidos, los habían quemado en un basurero en el municipio de Cocula, según las conclusiones del gobierno federal.

“Así como los agarraron vivos, los queremos vivos, es mucha preocupación con nuestros hijos; todos los padres de familia estamos preocupados”, comentó Epifanio, el padre de Jorge Álvarez Nava.

“Quiero que me lo entreguen porque se lo llevaron, porque no es mañoso para que le hagan eso, es un chamaco, yo lo quiero vivo, no muerto”, dijo una madre de familia. No dijo quién era ella ni quién era su hijo.

Según los medios, hay 19 familiares agradecidos porque sus hijos, esposos, hermanos están con ellos sanos y salvos. Sin embargo, son 43 padres, hermanos, hijos, esposas, los que no pierden la esperanza, los que no creen la “verdad histórica”. Ya pasó más de un año de los hechos y son 43 a los que no les hubiera importado caminar por cuatro días. Sólo les importaría llegar.

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