Por Carlos Alonso Chimal Ortiz
Foto: Eréndira Negrete
No sé realmente como empezar. Me dejaron de tarea hacer una historia. Esa maestra de Literatura siempre te da clases y te envuelve en historias, a veces de fantasía, otras reales, casi como una obra pictórica, «hiperrealista», porque cuando te das cuenta ya estas dentro de esa historia.
Lo peor de todo es cuando vuelves a la realidad, porque no es poco a poco, sólo sientes el chingadazo y ya estás en tu miserable vida de nuevo. Digo miserable porque en esa clase te vas, desapareces, pero bueno. Entonces en esa historia, tomando en cuenta todas mis clases antes mencionadas, debemos de tener como todo un orden: personajes principales, etc. No estoy para dar clases de nada ahora. Empezaré.
Gansitos
Una ocasión, el hermano del guitarrista de mi banda de rock me platicó que era fanático de los Gansitos, esos pastelitos de Marinela que han cambiado muchas veces su presentación desde el primer día que los vi
Este amigo en la escuela tenía una enamorada, esa chica que la verdad nunca se me ocurrió pedir su nombre. Siempre soñaba con llegar al corazón del hermano del guitarrista de mi banda de rock, pero para no estar escribiendo, el hermano de mi guitarrista de mi banda de rock, mejor vamos a llamarle «Chucho».
Alguna vez leí o alguien me contó, no recuerdo bien, que el sangrado menstrual tiene muchos beneficios y maleficios, por así decirlo. Con solo darle un poco del líquido menstrual al hombre en cuestión, éste quedara perdidamente enamorado de la dueña de aquellos fluidos.
La chica enamorada de Chucho se enteró de este remedio y fue como si se le iluminaran los ojos de color rojo mientras esbozaba una sonrisa maléfica. Esperó el día en que su cuerpo le diera esa solución para tener a sus pies al hombre de su vida. Compró una caja de Gansitos y abrió diez.
La posición era un poco incomoda, pero estaba dando resultado. Tenía un plato hondo con algunos mililitros de la poción mágica. Les quitó la tapa a los Gansitos y en el área de la fresa untó el otro líquido de color similar. Así hasta que los diez Gansitos quedaron «encantados». Los volvió a meter a su envoltura.
En ese entonces la envoltura de los Gansitos era transparente, con letras blancas y rojas. Con la ayuda de una regla y un encendedor volvió a cerrar las envolturas. Llegó con Chucho al día siguiente en la escuela y tiró un Gansito de su mochila frente a él…
–¡Oye! Se te cayó esto de tu mochila.
–Muchas gracias, es que me gustan mucho, ¿sabes?
—También son mis favoritos.
–Bueno, tú te lo encontraste y son tus favoritos, disfrútalo.
Chucho, un poco dudoso, abrió el empaque y fue sacando poco a poco el pastelito. Como en cámara lenta lo fue acercando a su boca mientras la abría muy grande. Por el antojo, el interior de su boca se fue humedeciendo, preparada para recibir un buen trozo del Gansito.
Los ojos de la chica no dejaban de mirar a Chucho, que estaba a punto de morder aquel suculento y delicioso pan. Los dientes de Chucho ya estaban tocando los trocitos de chocolate que están en la parte superior.
¡PAFFF!
Una cachetada y el Gansito voló por los aires, aterrizando en un prado del patio de la escuela. Miles de hormigas se encargaron de devorar el pastelito desecho en pocos minutos.
–¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás loca?!
–Nooo Chucho, discúlpame, es que te iba a picar una abeja. Tal vez por el dulce del Gansito o no sé, pero además de que te estoy salvando de un piquete, ¿me dices loca?
–Discúlpame, no me di cuenta, ¿cómo sabes mi nombre?
–Ammmm, toda la escuela sabe tu nombre. Eres hermano del guitarrista de la banda de rock de Carlos, ¿cierto?
–Ah sí, por eso. ¿Cómo te llamas? No me digas, tienes cara como de… bueno. ¿Porque no vamos por un par de Gansitos?
Se fueron caminando hacia la cooperativa de la escuela con una sonrisa mutua, sin saber que había funcionado el ritual de los Gansitos y los fluidos menstruales. Se tomaron de la mano mientras ella era seguida por una larga fila de miles de hormigas enamoradas.
DeLorean´s
Cuando descubrí que Robert Zemeckis estaba pensando que en lugar de un DeLorean como máquina del tiempo, debería de ser un refrigerador, pensé que tal vez se podrían ahorrar muchas penas y sufrimientos en esta vida, ya que es más fácil conseguir un refrigerador que un DeLorean.
El DeLorean lo tienes que conducir a 88 millas por hora y, con ayuda de un condensador de flujos, puedes viajar por el tiempo, ya sea atrás o adelante. Si fuera un refrigerador, tal vez solo necesitarías un enchufe eléctrico y varias chamarras.
En ese entonces yo trabajaba en unas oficinas que se dedicaban a crear programas para facilitarles la vida a los humanos. Algo así como crear hojas de texto y automáticamente te corrigiera si tenías un error ortográfico. No creo que eso sea negocio, pero ganaba más o menos y me daba tiempo para ver el atardecer y las estrellas cuando están saliendo. Puede sonar un poco cursi, pero eso me hace muy feliz.
Cuando conocí a Chío, aquella chica que no sabía utilizar la máquina despachadora de refrescos, pastelitos y botanas, ella pateaba la máquina con mucho coraje.
–¡Dame mi Coca, máquina de mierda!
–¿Estás bien?
–¡Déjame en paz, no estoy para andar coqueteando ni para que se enamoren de mí!
Me fui, mientras pensaba «pinche vieja loca«, pero eso no era lo que me enamoró de Chío; de hecho, se me hacía insignificante cuando la conocí. La segunda ocasión que la vi, pateaba la misma máquina.
–¡Dame mi Gansito, máquina de mierda!
Me acerqué y presioné tres botones al mismo tiempo mientras le daba un ligero empujón… PRRRRUMM, cayó el Gansito. Me agaché para tomarlo y dárselo. La vi a los ojos y le dije:
–De nada.
Caminé hacia el área de fumar y ella me alcanzó. Se disculpó por cómo se había portado la vez anterior. Me dijo que extrañaba a su ex novio, o ex esposo. No sé a quién extrañaba y pasaron dos horas. Ya me sabía una parte de su vida y no le paraba la boca. Sentí como que cada vez me interesaba más en su plática, o en ella.
Así pasaron varios meses y despertábamos juntos algunos días. Comíamos juntos. Su carácter cambio, el mío también. Esa mañana desperté, le di un beso en la frente y tuve que ir de emergencia a Tamaulipas porque me avisaron que mi abuela acababa de fallecer.
Cuando llegué, me encontré con Sofía, una novia que tuve años atrás en una temporada que me quedé con mi abue. Ya se había casado y tenía dos hijos. Salimos a cenar ese día y me platicó de cómo se había deteriorado mi abuela.
Yo sólo le veía los senos y recordaba todo lo que hacíamos cuando éramos jóvenes. No pasó nada. Ni un chingado beso nos dimos y me despedí de todos. El autobús de regreso tuvo un accidente en la carretera y yo venía dormido. No me di cuenta cuando morí.
Por eso es mi indignación por el DeLorean. Si fuera un refrigerador cualquiera podría regresar el tiempo y no me hubiera subido a ese bus, o hubiera besado a Sofía, o nunca me hubiera acercado a esa máquina dispensadora de madre y media… regresaría a 1985 para convencer a Zemeckis de que fuera un refrigerador en lugar de un DeLorean.