El escalofriante grito en la estación Merced

Por J. Tonatiuh Pérez Cisneros

Es uno de los barrios más populares de la Ciudad de México, centro de la distribución de alimentos para los capitalinos. A sus alrededores se platican infinidad de historias, mitos y leyendas.

En sus entrañas corre una de las líneas del Sistema de Transporte Colectivo-Metro. Línea 1, mejor conocida como “La Línea rosa”. Ahí, en el centro del barrio, se encuentra la estación Merced, una de las más transitadas de toda la red.

Su olor característico a verduras (sobresale la cebolla), su colorido, su peculiar ruido de compradores y vendedores que llega hasta los andenes, la hace única en el STC-Metro y me atrevería a decir que del mundo.

El ir y venir de la gente es una constante de la estación. Ahí el reglamento no se respeta. La entrada con bultos voluminosos no está prohibida. La mayor parte de los usuarios entra con su mercancía a la estación para poder llegar a su destino final.

De día la estación tiene una vida, pero de noche y en la tranquilidad, la estación da otra cara y las historias no son de “marchantas” y vendedores. Las historias son para algunos “poco creíbles”, pero para los que viven ahí son de terror y cada quien tiene su historia de ultratumba.

Más de 20 personas trabajan en la estación Merced después del término de servicio (de limpieza, personal del Metro, policía bancaria). En esta ocasión un sargento de la Policía Bancaria Industrial (PBI) nos platica su experiencia.

En uno de sus recorridos por la estación (o mejor dicho “rondines”) y acompañado por otro elemento de la PBI “peinan” toda la estación, verificando candados y puertas. En el andén dirección Pantitlán verifican las puertas que dan a la nave mayor del Mercado de la Merced.

Como era de esperarse están cerradas. No hay nadie. Dan la vuelta y se dirigen a las escaleras cuando el silencio se rompe con un llamado fuera de lo común: “¡Sargento!”

Con incredulidad voltea y no ve nada. Recorre con la vista los dos andenes, las vías, y no logra ver nada. Sigue caminado y vuelve a escuchar “¡Sargento!” De nuevo vuelve a voltear sin ver nada. Se dirige a las puertas que dan a la nave mayor sin encontrar nada. Su acompañante decide no seguirlo y mejor se adelanta a la zona de torniquetes.

El Sargento vuele a “peinar” la zona con la vista. La curiosidad le permite volver al punto donde él cree que salió el llamado. No ve nada, pero si se le puso la piel de gallina. Decide volver a encaminarse a las escaleras. En esta ocasión no le llamaron “¡Sargento!”

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