El viaje

“La gente no hace viajes,

son los viajes los que hacen a la gente”.

John Steinbeck

Por Carlos Alonso Chimal Ortiz

Foto: Eréndira Negrete

 

En la preparatoria, además de las materias del tronco común, llevábamos materias artísticas como danza, teatro, música y artes plásticas. En casa, mi papá es artista plástico, podría transmitirme todas sus enseñanzas. Por lo tanto, artes plásticas quedó descartada.

En la escuela, al dar mi apellido, los maestros de artes plásticas me ubicaban perfectamente porque algunos habían sido compañeros o alumnos de mi padre en la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda.

Eso tiene algunos beneficios, como la vez que salimos de viaje para tocar en Michoacán y, en Querétaro, íbamos los específicos de música y los de artes plásticas, a las ocho de la noche todos encerrados en el hotel y yo. Eran las dos de la mañana y seguía sentado en alguna cantina local con los maestros de artes plásticas contándome anécdotas. De ¿quién? Pues sí, de mi padre…

Eran finales de los años setenta y Alonso ya llevaba de novio con Sara algunos años, como diez o un poco más. Realmente no recuerdo. O si me fallan las cuentas, discúlpenme. Alonso cada año se ganaba el premio que otorga Bellas Artes a los mejores estudiantes y mandaban a algunos cuantos a un viaje por varios estados de la República.

El viaje era de un mes. Les daban clase y otros días eran libres. Dibujaban y ahí andaba la bola de hippies pintando y dibujando por todos lados.

Sara se despidió de Alonso porque no lo vería en un mes. Él, con su cabello quebrado y una delgadez de su juventud, besó a Sara, la tomó del mentón y le dijo que cuando pudiera le llamaría a su casa, que pensaría en ella todo el tiempo y, sobre todo, cada vez que viera el cielo él sabría que los dos estaban mirando hacia el mismo punto.

Sara le dio un collar para que lo trajera todo el tiempo y no se olvidara de ella. No sé si eso pasó, pero tal vez alguna cursilería así hicieron.

Alonso se fue al viaje en donde, para evitarse problemas, los directivos y maestros que los acompañaban decidieron darles sus viáticos un día sí y un día no; o sea, cada tercer día les daban lo de dos días. Entonces cada tercer día todos comían en restaurantes y se compraban lo que querían, pero al otro día compraban tortillas y gansitos para calmar el hambre.

Uno de esos días que todos tenían dinero, en la playa, se acercó un vendedor de camarones. Les dejó una cubeta completa de camarones a un precio bastante accesible, lo cual pagaron entre Alonso, un compañero y el chofer del autobús. Como tenían una clase en una Casa de la Cultura, dejaron al chofer del camión pelando los camarones.

Después de la clase, los tres se atrincheraron en el camión con salsa “Búfalo”, limones y unas cervezas. A nadie le quisieron compartir de su cubeta de camarones. Comieron hasta quedar exhaustos y aun así quedo media cubeta que decidieron cenarla después de otra clase que tendrían.

Pero el calor y el egoísmo hicieron su trabajo. Al regresar al camión, los alumnos abrieron la puerta y pensaron que el chofer ya llevaba varios días de muerto ahí. Pero no. Eran los camarones que hervían del mal estado en el que se encontraban.

Como a las tres semanas de que Alonso se fue a su viaje, el padre de Sara falleció. Al tener familia en Veracruz, enviaron a Sara y a su hermana Celia allá para distraerse un poco. Los tíos de Sara eran dueños de uno de los restaurantes más exclusivos en Mocambo: “Los Cedros”.

Sara estaba con sus primas y su hermana Celia en la playa cuando vieron pasar a varios tipos como vagabundos, con sus barbas largas y el cabello largo, pero al verlos bien se dio cuenta que eran artistas y que iban de La Esmeralda. Se acercaron a preguntarles si conocían a Alonso.

–¡Ah, claro que sí! Todo el mundo lo conoce, pero está en otro grupo y hoy les tocó clase.

Les pidieron que por favor cuando lo vieran le dijeran que Sara lo estaba buscando en esa playa.

Alonso recibió el mensaje y fue a buscarla.

Ella estaba parada en la arena. El agua llegaba hasta los tobillos. El viento movía su cabello y el pareo color amarillo con rosa que traía puesto sobre un traje de baño completo, color negro, bailaban al mismo ritmo de las olas del mar. Sara miraba hacia el infinito y, con su mano izquierda, se hacía sombra a la altura de la frente para cubrirse los ojos del sol.

Alonso la miró desde lejos y fue hacia ella. Sara sintió la presencia de algo o alguien y volteó para verlo a los ojos. Él, con unos 10 kilos de más, con un color como medio raro, entre café y morado por el sol; el cabello largo y todo crespo por la sal del mar y la humedad.

–Alonso, ¿eres tú?

Él fue hacía ella y la abrazó. Le dijo que sentía mucho lo de su padre Carlos. El padre de Sara quería mucho a Alonso y viceversa. Se lamentó por no estar con ella cuando eso sucedió y después comieron juntos en la playa del restaurante de sus tíos.

Los compañeros de Alonso pasaban por la playa y lo veían con varios platillos y cervezas. No se explicaban cómo, en tan poco tiempo, se había ligado a una chica tan guapa y nativa de ahí.

Ese fue el último año que Alonso fue al viaje de La Esmeralda, ya que el año siguiente se casó con Sara y, al siguiente, tuvieron un hermoso hijo.

***

Nos dieron las cinco de la mañana y me disculpé porque, al otro día, tenía que tocar «Romanza Española», «Greensleeves» y otras piezas en un auditorio de Morelia.

Al otro día, paseando por el centro, pasamos frente a una tienda y el cristal enorme parecía un espejo. Me quedé viendo el reflejo. Éramos como 12 chicos y chicas, con cabello largo, huaraches y morral. No sé por qué, pero esa imagen me trajo muchos recuerdos, recuerdos que yo no viví pero que son míos.

 

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