El recuerdo de unas madres

Oh mama mia

mama mia/

Mama mia

let me go

-Queen-

Por Carlos Alonso Chimal Ortiz

Cuando naces, el primer amor de tu muy corta vida es el de tú mamá. 

Te guías por su voz, sientes el calor de sus brazos y hasta su mirada de felicidad y enojo cuando hiciste algo que no le pareció, porque para tí sí está bien, pero para ella no lo es, ya que “te puedes lastimar”.

Y si te levanta la voz no es porque para ella sea un placer andar gritando “todo el santo día”, sino que lo hace “por tu bien”, ya que “algún día, cuando seas madre o padre lo entenderás y comprenderás muchas cosas”.

Después está el amor de las abuelas, que muchas veces dicen que son más consentidoras que las madres porque la edad influye mucho (en algunos casos). Son hijos de tus hijos, o tal vez no se dedican al cien por ciento a sus nietos (algunas), y cuando los ven es una explosión de amor.

No sé cuál sea la razón, pero la mía, mi abuela paterna, me dio todo lo que le pedía, todo lo que se me antojaba. Ella era de esas abuelitas como de la mafia, que te saludaban de beso y luego te daba la mano y te dejaba un billetito doblado en cuatro partes en la palma de tu mano.

Y también te guiñaba un ojo en señal de complicidad. Exactamente como ahora a los policías de tránsito, algo así. 

Mi abuela materna supongo que también me quería, a su estilo, pero me gusta pensar que sí, ya que siempre en mis cumpleaños o en fechas decembrinas me regalaba ropa.

¿Por qué ropa y no un juguete? Si sólo era un niño con ganas de jugar y divertirse; ese era mi único trabajo, después estudiar y todo lo que las madres les dicen a sus retoños. Además, la ropa era responsabilidad de mis padres. Ya después de algunos años como que se reivindicó y me daba dinero. Claro que no me compraba ropa.

Pero además de conocer ese amor, que es como de las únicas madres que conoces –madres, me refiero a dadoras de vida, a las que “cargaron en su vientre dolor y cansancio”, no a madres de “cualquier cosa”, como cuando compras algo que no resultó ser lo que tu esperabas y te refieres a «¡Me lleva! ¿Por esta «madre» pague tanto?»– sólo conoces esas miradas y esas voces de ternura hasta que conoces a otras «madres».

En la primaria tenía a mi amigo Francisco, regordete, con la cabeza un poco cuadrada y lo raro en él es que en tercer grado de primaria ya tenía bigote, o el «pelo pelusa» que yo le llamo, que es ese pelaje que tienen los cachorros que todavía no es pelo-pelo, sino una especie de pelaje como el que se le hace ahora a los cubrebocas gastados. 

Francisco tenía ese “bigote de cachorro” y siempre estaba sonriente. Esa vez me invitaron a su casa un viernes saliendo de la primaria. Después de hacer la negociación telefónica entre mis padres y los de mi amigo, dirección, horarios, etc., su mamá pasaría por nosotros y nos iríamos a su casa a jugar «Ninja Gaiden», y pernoctaríamos ahí para que me llevaran al otro día a las 12 horas afuera del McDonald’s que está frente al Parque Hundido. Ahí se haría la entrega (mi entrega) a mis respectivos padres.

Llegó la mamá de Francisco por nosotros ese viernes.

–Hola. Yo soy la mamá de Francisco.

–¿Francisca?– pensé.

Si no me lo hubiera aclarado ella, hubiera jurado que era Francisco con cabello largo. Hasta el hermoso bigote tenía ella, pero ya no era “pelo pelusa” el de ella, ya era un bigote bien formado y cuidado.

En la secundaria tenía otro amigo, bueno, sigue siendo amigo, Aleph. Muchas veces pasaba con su mamá por mí en las mañanas para llevarnos a la secundaria que estaba cerca de casa, pero nos llevaba en una Brasilia algo desgastada, y estoy seguro que a mi amigo le daba algo de pena que nos vieran llegar a la escuela en esa carcacha.

Aleph le pedía a su mamá amablemente que nos dejara en la esquina, ya que nos gustaba caminar. Telma –que así se llamaba y que en paz descanse–, con su voz gritona y con acento, ya que era dominicana, nos deseaba buen día y nos ordenaba que no nos descubriéramos el pecho porque nos podría dar anemia.

A la salida a veces pasaba por nosotros, pero normalmente nos regresábamos caminando. Años después andaríamos en esa Brasilia de aquí para allá.

Telma alguna vez nos llegó a descubrir fumando y nos llamaba la atención, pero realmente lo que a ella le preocupaba no era que nos fuera a dar cáncer de pulmón, o que nuestros hijos fueran a nacer deformes, o que a los 20 años ya no tuviéramos erecciones, como lo dictan las cajetillas de cigarros ahora.

Lo que a ella le preocupaba realmente es que por fumar nos fuera a dar anemia.

Muchas veces no dejaba salir a mi amigo a fiestas o a platicar. Me gritaba desde la ventana con su acento dominicano:

–Es que este chamaco no se cuida, Charly, y me preocupa que le vaya a dar anemia.

Después yo me fui a vivir a otro lado, mi amigo se fue y a veces nos escribimos y platicamos, me comentó que Telma, que en paz descanse, había fallecido hace algunos años y no, no creo que haya sido de anemia.

Años después también nos juntábamos a jugar futbol en la calle con unos nuevos vecinos. Eran tres chicos los cuales amaban el futbol. A nosotros no nos gustaba tanto, pero no había de otra para no perder su amistad. Cuando su mamá estaba en su casa no queríamos salir a jugar, queríamos estar todo el tiempo ahí para verla.

Éramos unos adolescentes con gallos en la voz y barros en la frente, pero lo que todos queríamos era ser los padrastros de esas tres inocentes criaturas, entonces, siempre estábamos metidos en esa casa para ver a la mamá de mis amigos que, por respeto, he omitido los nombres de ellos y de ella, pero qué buena onda era mi amigo Miguel Ángel…

En la secundaria también conocí a la mamá de mi amigo Mauricio. También es muy parecido a ella, pero ella en bonita, y siempre que íbamos a jugar o a hacer trabajos en equipo, ella nos preparaba de comer y me encanta como cocina.

Hace mucho tiempo que no he vuelto a probar sus guisos, pero me imagino que sigue cocinando igual de rico. La conozco desde hace casi 28 años y siempre alimentó a esa bola de chamacos que iban a hacerse pendejos toda la tarde. Perdón, a hacer trabajo en equipo.

Después de la secundaria yo seguí frecuentando esa casa muchos años más y ya tenía la confianza de poder pedir doble guisado. Paty se llama la mamá de mi amigo Mauricio.

También conozco a otra madre que es consentidora y está enamorada de su hijo. Creo que todas las madres del mundo están enamoradas de sus hijas e hijos. Bueno, la mamá de Paulette no.

Alejandra, la mamá de mi hijo, cuando está con ella, él regresa con ganas de que yo le compre todo, de dormirse a las 11 de la noche viendo televisión y muchas más cosas que una mamá consentidora deja hacer a su cría de tres años y medio. Cada vez que puede, mi hijo me dice que su mami está bien bonita y para él también debe de ser la mejor mamá del mundo.

Después de todos estos años que ya tengo la voz de mi mamá incrustada en mi cerebro, sus brazos, su mirada, y todas las muestras de cariño que a diario me da. Yo digo y puedo asegurar que es la mejor mamá del mundo, porque es mi madre, obviamente, y la más guapa de al menos unas siete u ocho alcaldías.

¡Feliz día de las madres!

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