El “culto” baldado: Vargas Llosa y la desaparición de la cultura

Por Priscila Alvarado

 

Pero todos los métodos para la producción

del plusvalor son a la vez métodos de la acumula-

ción, y toda expansión de ésta se convierte, a su

vez, en medio para el desarrollo de aquellos

métodos. De esto se sigue que a medida que se

acumula el capital, empeora la situación del

obrero, sea cual fuere su remuneración […]

La acumulación de riqueza en un polo es al propio

tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos

de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento

y degradación moral en el polo opuesto, esto es,

donde se halla la clase que produce su propio

producto como capital.

                                                                                                       Carlos Marx, El Capital, t. I, vol. III

 

 

Con una autonomía paranoide, de la humanidad mutilada y fraccionada, la decadencia histórica del sistema ha desaparecido no sólo la conciencia potenciada, sino que, a decir de Mario Vargas Llosa en su frágil y polémico libro La civilización del espectáculo, ha disuelto casi por completo aquello que llamamos cultura.

 

En el libro, el escritor peruano se propone quebradizo ante las demandas de descontento contra el neoliberalismo, para matizar el “lado más oscuro del capitalismo”, con una retórica conservadora y moral respecto a lo que llama “verdadera cultura” o “cultura del pasado”.

 

Es decir, la causa de sus protestas no son la desigualdad social del “devenir-pobre”, “devenir-otro”, que es el “devenir-degradado” (Escalante, 2019) en el centro del sistema actual. Su enfado y desencanto “pesimista” proviene del maremoto de pauperización que, a su decir, ha sufrido la cultura en una supuesta –y prácticamente irreal– praxis democrática.

 

Los arquetipos de la “alta cultura”, venerada por su enriquecimiento sensorial, sensible e intelectual, y defendidos por Vargas Llosa, desaparecen del mapa crítico a las clases sociales, principalmente a la clase más infravalorada: la mujer, que queda subsumida en un rol erótico del “utilitarismo”, sostenido en la validez de juicios morales corrientes como la “asimetría del placer orgásmico” y la “doble prescriptividad moral sexual” (Hierro, 1985), que inhibe la libre disposición del cuerpo femenino y, por lo tanto, restringe la autonomía de su mente.

Esta es quizás una de las posturas más agresivas y degradantes del autor, para quien la lucha por la libertad sexual no sólo ha “dado el puntillazo a la vieja cultura; asimismo está destruyendo una de sus manifestaciones y logros más excelsos: el erotismo”.

 

Vargas Llosa asegura que la democratización de la cultura y, por lo tanto, el nacimiento de la vulgaridad y el espectáculo como ejes rectores de la sociedad, han hecho de la sexualidad un acto vacuo y chabacanero. Desapareciendo sus formas más ennoblecidas, “rebajándolo a lo puramente instintivo y animal”.

 

Incluso, afirma que llevar a cabo dicho acto en la actualidad está más cerca de la pornografía que del erotismo. Una categoría aplicable a la condición femenina y señalada por Graciela Hierro, Gloria Anzaldúa, María Lugones, Simone de Beauvoir, entre muchas otras, como “el ser para otro”.

 

Un atributo que, para sintetizar, refiere a un nivel de inferioridad respecto al otro sexo. Un mundo –indica Hierro en Ética y feminismo– donde los hombres les imponen a las mujeres (y por lo tanto a la sociedad) una forma de asumir su propia vida.

 

De acuerdo con Beauvoir, hablar de bien público, o sea, hablar de cultura y el torrente social, sólo es posible cuando se asegura el bien privado de todas y todos los ciudadanos, para que de este modo sea posible palpar oportunidades conscientes de las y los individuos que les permitan “realizar su felicidad”.

 

Todo esto revela que la lucha para eliminar las injusticias sociales no es, en este sentido, un juego teatral que devasta o pulveriza a la cultura. Sino que, como indirectamente demuestra Vargas Llosa, incomoda al ordenamiento de las relaciones de género (sociales) “alrededor de la colonialidad del poder” (Lugones, 2008).

 

El sistema de la barbarie

 

Como demuestra el entendimiento sociológico de la modernidad en Vargas Llosa, los términos del advenimiento del capitalismo no son crítica de los grupos intelectuales codeados con la cuña del poder.

 

Desde su óptica católica-liberal, el autor maneja retóricas morales de escape aristócrata que buscan legitimar el control de una “concepción de la cultura” con genética ilustrada.

 

Esta concepción restringida del término supone al “hombre” como producto del proceso histórico y cultural, de la cual el Premio Nobel de Literatura 2010 y candidato presidencial en Perú en 1990 por la coalición de centro derecha Frente Democrático, sólo extrae el fragmento de la “condición real” y las formas  “objetivas” de la Kultur hegeliana –el “espíritu absoluto” compuesto por el reino de la religión, el arte, la filosofía y la ciencia, llamado el “mundo de las altas esferas de la cultura”–, expulsando el carácter heterogéneo de la cultura kantiana.

 

En tanto, para el autor de Pantaleón y las visitadoras y La fiesta del Chivo la cultura puede definirse, como también lo adelantó Víctor Hell, en “dos concepciones complementarias”, una como el lado objetivo, es decir, la creación de las obras, “realizaciones, instituciones que determinan la originalidad y la autenticidad de la vida de un grupo humano”, y la otra que se orienta a una acción psicológica y espiritual — moral aristocrática en Vargas Llosa– que dichas obras ejercen en el grupo humano con la finalidad de una expresión de “la finalidad de la idea de cultura”.

 

Así, la Kultur antigua, y en la propuesta del escritor que también asumió la nacionalidad española en 1993, la cultura actual es sumergida en una masa privilegiada de formación intelectual, moral y estética que fue desarrollada, con ímpetu y gracia, en la Revolución Francesa.

 

Sin embargo, sería cínico ignorar que esto en el Siglo XXI no es otra cosa que una consecuencia del sistema de explotación, forjado desde hace siglos como el modelo a priori de las relaciones sociales.

 

Un “sistema de maquinaria” que, de acuerdo con Carlos Marx, “constituye en sí y para sí un gran autómata” (El Capital, Vol.1).

 

Estos factores, lejos de sentenciar a la cultura actual y sus polisemia a una relación frívola e irracional con la sociedad, como pretende Vargas Llosa, obligan a comprender que la producción de información, “espectáculos”, entretenimiento y buena parte de los métodos de alienación no depende del individuo, sino del sistema neoliberal impuesto en cada rincón del planeta.

Esta materialización de los juegos obscenos de la cultura que reproduce una sociedad baldada, magullada y grotesca para sostener el espacio de privilegio que da cerrazón al mundo y opresión creciente. “Una cosa sombría y totalmente negadora del ser humano”, sentenció Revueltas.

 

Las razones por las que el Polifemo autor de La civilización del espectáculo aqueja la desaparición de, es preciso aclarar, un tipo de cultura, incluye esencialmente la conciencia dogmática de un grupo social que ha dominado desde la episteme hasta el sistema de producción del “descanso” o el “ocio lúdico”. Burguesía, aristocracia, inversionistas internacionales, empresarios monopólicos, etcétera, han institucionalizado la vida cultural a su antojo.

 

Vargas Llosa considera que la movilización social y, en algunos ejemplos, como la reverberación de la dictadura de Alberto Fujimori en Perú, la ambición del poder y la corrupción de los gobernantes, colocaron a la cultura en el paredón de fusilamiento. El precio, dice, ha llegado a confundirse con el valor.

 

Nada más exacto y despojado de análisis que esto. Pues inmediatamente aborda con prejuicio la propagación de fiestas “paganas” que, compara, celebraban en Grecia y ahora, en un reflejo bestial, se replican para dar culto a la “irracionalidad”.

 

Así como se habla demasiado, ilumina Sara Sefchovich, “así también hay cosas de las que simple y sencillamente no se dice ni pío”. Un doble discurso, como el de Vargas Llosa, que a veces parece esquizofrénico.

 

¿Somos una humanidad libre o sometida? ¿Existe la cultura o hemos terminado con ella? ¿Hay o no democracia? ¿La desenvoltura del ocio en la “alta cultura” contiene más y mejores cualidades que aquella “cultura de masas?

 

Al menos del “paganismo” es posible rescatar, muy a pesar del autor, que la expresión del baile, el canto y el desenfreno del cuerpo-alma entregado al placer de substancias que electrifican los sentidos es tan común tanto en la burguesía[1] como en el proletariado sostenido.

 

Recordemos al alabado y desmesuradamente citado texto de Platón, El Banquete. Relato en el que se rememora una cena de prestigiosos varones intelectuales que se proponen mantener un discurso franco sobre el amor y Eros (erudito del erotismo, para desgracia de la tesis avasalladora del desenfreno sexual en el libro de Vargas Llosa). La reunión, como cualquier tertulia que se jacte de grandeza y placer, es acompañada con música, bebidas, bailes y recitales.

 

Un tiempo recreativo que, asegura el filósofo coreano Byung Chul Han, ha servido al ser humano para radicalizar el tiempo laborar y contraponerlo con la cotidianeidad del ocio.

 

“El tiempo de la fiesta, de la fiesta religiosa o de la urgaba, a través de los cuales se encuentra balance y catarsis. No se puede subestimar el papel de la fiesta en la salud de la sociedad. El tiempo festivo es un tiempo de ociosidad, que hace posible recrearse y permite una experiencia de la duración. El tiempo festivo es un tiempo en el que la vida se refiere a sí misma, en lugar de someterse a un objetivo externo. Deberíamos liberar la vida de la presión del trabajo y de la necesidad de rendimiento. De lo contrario la vida no merece la pena vivirla”.

 

Por lo tanto, como sostiene Gilles Deleuze en su ensayo Proust y los signos, la obra de arte moderna no tiene problemas de sentido, sólo tiene un problema de uso. La creación de la vida pública y el pensamiento se han situado no sólo en el paradigma dominante, como asegura Vargas Llosa, sino en la disidencia de los pueblos y el cultivo de la belleza, el arte, la expresión y la cosmovisión de las epistemes dominadas o masacradas.

 

Un panorama que desde los marcos del “humanismo burgués” (Escalante, 2014) difícilmente podría vislumbrarse. Sin embargo, incluso para el propio Hegel la conciencia es el camino,  ya que es este el que dota de sentido al conocimiento, es decir, el camino es la verdad misma. La cultura actual existe, pero es vapuleada y contorneada por sistemas de producción y las dialécticas de la degradación.

 

El “refinamiento del espíritu” que propone Vargas Llosa no existe sino en el pensamiento liberal, similar a la ciencia de latoilette, sugerida por Frou- Frou a comienzos del Siglo XX, en el cual el cultivo físico del cuerpo y el refinamiento intelectual era una labor “tratándose de formal al ser humano, es decir, al ser compuesto de alma y cuerpo”.

 

Un gesto evidente de la aristocracia intelectual que buscaba diferenciar en ese momento la elegancia burda de aquella que contenía el “embellecimiento del espíritu” en los modos del quehacer cotidiano. Un superhombre capaz de superar lo mundano para enclavarse en la metafísica de lo extraordinario.

 

Pero, como sostuvo Engels, “la tesis de que todo lo racional es real se resuelve, siguiendo las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer”. Y por ello la postura moral de Vargas Llosa, que a la alta cultura como la única representación humana digna de permanecer en el tiempo, debe desaparecer.

 

El discurso de la acostumbrada ley y narrativa jerárquica que permite a los dueños de la “verdad” definir aquello que es importante de lo que no lo es, guiando la “claridad del conocimiento” desde el escenario de la imposición, ha sido superada por una fuerza interna –descrita magistralmente en la obra de Revueltas–, oculta, que supera la “arqueología” de metáforas, símbolos, arquetipos, decisiones e, incluso, los modos de la esfera que ha sublimado e inutilizada por completo a grosa parte de la humanidad.

 

Realmente, como propuso el filósofo Han, deberíamos inventar una nueva forma de tiempo –no propiciar, como Vargas Llosa, una desenvoltura a tiempos pasados–, contrario al de la sociedad “del rendimiento, nuestra sociedad del cansancio, en la que cada uno se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que así se está auto realizando.

 

Nos matamos a base de autor realizarnos. Nos matamos a base de optimizarnos. Pero el hombre no es un homo laborans, sino un homo ludens. El hombre ha nacido para jugar, no para trabajar”.

 

Fuentes

  • Llosa, Vargas Mario (2008), La Civilización del Espectáculo. Barcelona, España, Penguin Random House Grupo Editorial S.A. de C.V.
  • Martínez, Luis (2019), Byung-Chul Han: El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada, entrevista. Berlín,El País.
  • Scialabba, George (2019), El lado (más) oscuro del capitalismo. Estados Unidos, Contexto y Acción Beta.
  • Marx, Carlos y Engel, Federico (1979), Obras Escogidas, Vol. I. Progreso, Moscú, pp. 632- 633.
  • Vergara, Salazar Gabriel (2019), Patriarcado Mercantil y Liberación Femenina: Chile (1810-1930). Chile, Penguin Random House Grupo Editorial SAU.
  • Anzaldúa, Gloria (1987), Movimientos de Rebeldía y las culturas que traicionan. La Prieta. Hablar en lenguas. Una carta a escritoras tercermundistas. Madrid, España, Editorial Traficante de Sueños.
  • Lugones, María (2008), Colonialidad y Género. Bogotá, Colombia, Fusilemos la Noche, pp, 11, 18 y 19.
  • Sefchovich, Sara (2008), País de Mentiras. México, Editorial Océano Exprés, pp. 75, 76 y 77
  • Escalante, Evodio (2014), José Revueltas, Una literatura del “lado moridor”. Distrito Federal, México, Edición conmemorativa Centenario del Natalicio de José Revueltas.
  • Hierro, Graciela (1985), Ética y Feminismo. Distrito Federal, México, Universidad Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, pp. 9, 10, 11 y 13.

Related posts