Por Priscila Alvarado
A las 23 horas con 55 minutos los policías encontraron muerto a Carlos. Perfectamente quieto. Con el cuello tieso. La cara rígida dirigida hacia el sur. Los ojos apagados. Y el cuerpo minado con 16 orificios de bala. Era 26 octubre de 2011.
No todas las balas dejaron rastro. Nueve casquillos de cobre, de las 12 detonaciones fulminantes, quedaron repartidos en la carpeta asfáltica alrededor del charco hemático que rodeaban a Carlos. Los demás se extraviaron en el kilómetro 28 de la carretera federal a Cuernavaca y no fueron registrados en el análisis balístico de la indagatoria.
A simple vista la diferencia de calibres, .45 y 9 mm, era evidente, o al menos eso declararon más tarde Misael Antonio Mendoza Santos, placa 876786, y Eduardo de la Cruz, placa 876754, primeros oficiales del caso.
Las estrías en cada casquillo, producidas por el recorrido áspero dentro del cañón, fueron prueba irrefutable del origen: un par de pistolas semiautomáticas, clasificadas para el uso exclusivo de las Fuerzas Armadas en la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos (Artículo 11°, Inciso b).
A pesar de esto, fiscales, policías de investigación y el desfile burocrático del Ministerio Público, desviaron el cauce de la indagatoria y cerraron los caminos para la posible identificación del dúo homicida. El activismo de Carlos Sinhué, las persecuciones y campañas de amenazas que enfrentó dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como alumno de la Facultad de Filosofía y Letras, continúan sin una investigación profunda.
Ante esto, el 4 de marzo de este año, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México pidió una disculpa pública por los agravios cometidos en la investigación del asesinato de Carlos.
Han pasado casi diez años, “y ahora vienen con un acto burocrático, protocolario, que no me devuelve a mi hijo. Hasta que haya justicia no me voy a detener. Te amo hijito, en donde quiera que estés sé que sigues luchando”.
Lourdes Mejía, madre de Carlos, enfrenta al público con la valentía y el coraje, fermentados del dolor profundo.
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La recomendación 2/2018 de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México (CDHCDMX) ha superado el plazo de 180 días para la impartición de justicia. De los asesinos nada se sabe.
El actual senador del PRD y líder de la bancada de ese partido en la Cámara alta, Miguel Ángel Mancera, continúa impune y, mientras tanto, la titular de la FGJCDMX, Ernestina Godoy, señala durante el acto público de la disculpa, que los servidores públicos no sólo lo estigmatizaron, sino cometieron actos indignantes.
Sin embargo, Guillermo Naranjo, abogado de IDHEAS y responsable del caso de Carlos, asegura que la comisión independiente creada a inicios de este año para la investigación del caso, no ha tenido acceso a los archivos que se solicitaron para el debido proceso.
“Están obstaculizando la investigación. Nos dan archivos que no sirve o niegan tener las cosas. Exigimos que las autoridades de la Fiscalía den el expediente como corresponde para seguir adelante”, exige Naranjo.
Durante siete años, la exprocuraduría capitalina ha amontonado más de 53 tomos de averiguación previa, compuesta con juicios de amparo, pruebas –claramente ignoradas–, justificaciones selladas y más de 8 mil fojas que van y vienen, que han legitimado en los tribunales la “verdad oficial” que reduce el crimen a un “impulso pasional”, o bien, a su incomprobable “vida delictiva” como narcomenudista.
Esta lista de irregularidades ha ido en aumento. Por ello el 8 de agosto de 2018, la Comisión de Derechos de la CDMX colocó el caso como acreedor a la recomendación 2/2018, “por la indebida procuración de justicia al no agotar todas las líneas de investigación y cometer múltiples violaciones a los derechos humanos de los familiares de las víctimas”.
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María de Lourdes Mejía Aguilar, madre de Carlos Sinhué, no sólo ha tenido que enfrentar la criminalización de su hijo. Hasta el día de hoy vive con amenazas, hostigamiento y descalificación a su exigencia de justicia.
Los responsables, de acuerdo con la Comisión, son la otrora Secretaría de Seguridad Pública (SSP), ahora Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), así como el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) capitalinos. Autoridades que en ningún momento han aceptado las evidencias de los 13 años de “activismo político” como modo de vida de Carlos.
“La gente llama a la disculpa pública como una lucecita, pero yo no veo disposición para nada. Ojalá algún día alcancemos la justicia, pero ahora dicen que es borrón y cuenta nueva y que ahora sí van a hacer algo. Que se pongan a trabajar y dejen de fingir que nos dan el material para investigar”, exige Lourdes Mejía.
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La averiguación número FTTL/TLP-3/03318/11-10 ignora o minimiza las fotografías, panfletos y testimonios que dan cuenta de la presencia de Carlos en asambleas, exposiciones, reuniones de estudiantes y trabajadores en el Auditorio Ho Chi Mihn de la Facultad de Economía de la UNAM; foros universitarios de la Brigada Rosa Luxemburgo, y el apoyo que dio al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), o su participación activa dentro de Ciudad Universitaria, con la Coordinadora de Movimientos Estudiantiles y Sociales Nuestra América.
Incluso, durante los primeros años de investigación, Lourdes Mejía entregó una lista detallada que resume su carrera política en siete cuartillas. Así como una carpeta con todas las pruebas de su activismo. Pero fue ignorada y archivada sin más.
Policía Cibernética borra a Carlos
Hace dos años, la Policía Cibernética de la entonces PGJCDMX emitió un informe en el que niega cualquier prueba, evidencia o rastro de la actividad política de Carlos Sinhué.
El 20 de marzo de 2019, el Jefe General de la Policía de Investigación de la Procuraduría capitalina, Raúl Peralta Alvarado, realizó un “análisis de contexto social y político al momento en que privaron de la vida Carlos”.
Un mes más tarde, entregó el reporte en el cual concluye que “no se encontró información de la actividad social o política de Carlos, sólo notas posteriores a los hechos”, es decir, de su asesinato.
Los abogados del caso se inconformaron con los resultados del peritaje y, el 2 de mayo, ganaron un amparo que ordena a la Procuraduría rehacer el estudio que, hasta el momento, no se ha entregado.
El último video de Carlos
Una fotografía tomada por peritos muestra que Carlos Sinhué murió con la mano izquierda dentro de la bolsa del pantalón. Quizá por la excesiva calma que lo caracterizaba. O quizá por el refugio en una de esas muertes que no dan tiempo de sentir y simplemente te desploman, frío y solo.
La imagen podría ser la escena final del asesinato extrajudicial de Carlos, pero las cámaras del C4 no grabaron ese momento porque “estaban descompuestas”.
En el 2018 la defensa del caso de Carlos solicitó nuevamente las bitácoras de registro de incidentes del botón de pánico, ubicado en la cámara con número ID3638. Pero el actual director general del área tecnológica, comandante Andrés Argüelles Sánchez, indicó en un oficio, el 2 de julio, que resultaba imposible obtenerlos, debido a que el registro de los botones y las grabaciones “son material finito” y no permanecen almacenados más 30 días.
El contenido de esta grabación aparece en la averiguación, pero la entonces Procuraduría (hoy Fiscalía General de Justicia de la CDMX) ha negado el acceso a Lourdes, víctima indirecta, y a sus abogados, sin que exista sustento legal para ello.
Aunque en el video no aparece el momento exacto del crimen, sí registra la conmoción que se generó alrededor del ataque armado contra Carlos. Además, demuestra que momentos previos a su asesinato fue perseguido por dos hombres sospechosos, que ni siquiera han sido identificados por las autoridades.
La grabación resguardada en la PGJ inicia a las 20 horas, con fecha del 26 de
octubre de 2011. Dos hombres aparecen en la escena. Ambos usan ropa holgada que esconde su complexión. El de gorra blanca y mochila permanece en una banqueta, que perfila la fachada de una taquería y el portón de una casa. El otro pasa casi todo el tiempo recargado en el cuerpo de una lámpara de alumbrado público.
Durante casi tres horas es posible recorrer la actividad de estos personajes: aparecen y desaparecen de la escena en varias ocasiones. Cuando se cansan de permanecer en el mismo sitio, durante más de 10 minutos, caminan rodeando la calle en clara desesperación y fastidio. Luego se detienen a inspeccionar el arribo de los camiones que entran y salen de Topilejo, Ciudad de México.
Con la llegada de Carlos, a las 23 horas con 10 minutos y 25 segundos, una camioneta blanca –que tenía más de dos horas estacionada cerca de dichos hombres– se pone en marcha y desaparece rumbo a la autopista México-Cuernavaca. A las 23 horas con 10 minutos 49 segundos, la pareja que vigilaba la parada desaparece rápidamente en la misma dirección.
Quince minutos después, la figura de Carlos, ligera, fatigada e intacta en la penumbra, desciende del camión. Detrás de él bajan dos hombres muy similares a los que recientemente habían partido.
Una gorra, una mochila y los zapatos blancos de uno de ellos, coinciden con las imágenes registradas de los dos personajes que habían sido captados por las cámaras de videovigilancia. Siguen a Carlos.
A las 23 horas con 16 minutos y 28 segundos, la dirección de la cámara cambia y apunta a diferentes sitios, dando brincos apresurados: primero una tienda Oxxo, escenario que muestra a una decena de personas que buscan refugio en el establecimiento tras escuchar detonaciones del arma de fuego, las cuales destrozaron tejidos, órganos, músculos y venas del cuerpo de Carlos.
La escena exhibe perplejas a las personas que dirigen la mirada hacia la calle donde, posteriormente, sería encontrado el cuerpo de Carlos. Al mismo tiempo, en el vidrio se refleja un juego alterno de luces azules y rojas, características de una patrulla. La torreta se apaga casi de inmediato.
Hasta el momento, los peritos niegan la existencia de cualquier patrulla de seguridad pública en el lugar.
Dos minutos más tarde, la cámara capta a dos hombres que bajan caminando y desaparecen detrás de un camión estacionado en los aparcamientos del Oxxo. Una vez más la imagen corresponde a los personajes que han estado ahí todo el tiempo y que minutos antes caminaron detrás de Carlos, con la intención aparente de seguir sus pasos.
Más tarde, de acuerdo con las bitácoras policiales, se asienta la presencia de un elemento militar; sin embargo, los policías en la escena no registraron el nombre ni el cargo que tiene. Sólo manifestaron que dicho personaje se acercó para “recabar información de las armas utilizadas”.
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También, en las fotografías del crimen se advierte la presencia de un sujeto vestido de civil que, posteriormente, fue identificado como miembro de la policía de la Ciudad de México. En su declaración, dicho sujeto señala que ese día y a esa hora se encontraba haciendo una investigación “sobre la incidencia delictiva” en la zona de Topilejo, delegación Tlalpan.
De acuerdo con los abogados del caso, la presencia del elemento “no tiene justificación razonable”, por lo cual solicitaron la bitácora de actividades del declarante.
Sin embargo. fue imposible obtenerla. De acuerdo con la desaparecida Secretaría de Seguridad Pública, el archivo se perdió “porque se mojó por una filtración de agua en el archivo”.
Paramilitares en la UNAM: campaña negra contra un activista
El primer volante apareció el 7 de septiembre de 2009, distribuido en aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, dentro de la UNAM. A partir de ese momento, la mayoría de los comunicados en contra del tesista estarían firmados por el Colectivo Revolucionario “Emiliano Zapata”. De esta supuesta agrupación, integrantes y espacios de reunión permanecen sin identificarse.
Para ese momento, asegura Silvia Colmenero –amiga de Carlos y activista estudiantil– “él ya era considerado por las autoridades como el posible ‘líder’ de los estudiantes politizados”.
A través de hojas en media cuartilla, el colectivo aseguraba que Carlos y Sarid Rodríguez, su compañero, eran “provocadores-agentes-infiltrados, que tienen como único propósito la desestabilización de la vida universitaria”. “Son enemigos y como tal serán tratados”, sentenciaba el impreso.
El mismo día, Iván Hernández, alias “El Guerrero”, encontró un panfleto con su rostro y el de cuatro compañeros más, miembros del colectivo Okupas, en el Auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras. La recompensa prometida para el que los “encontrara” deambulando entre pasillos de la facultad, era de un millón de pesos.
“Pero es ridículo. Éramos visibles. Siempre estábamos en el auditorio del Che o en la escuela. Pero aun así el volante, con un correo de la PGR y teléfonos para denunciar, ponía que éramos difíciles de encontrar y por eso daba recompensa”, asegura Iván.
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Ese mismo día empezó el compañerismo entre Carlos e Iván (por lo tanto, del grupo anarquista). “Carlos me dijo que teníamos que hacer algo. De hecho él fue el que me enseñó el volante, porque yo ni la había visto. A mí me dio risa, pero él se veía muy preocupado”.
El hostigamiento fue en aumento. Tres días después se repartió el segundo volante del Colectivo Revolucionario en la Facultad, pero esta vez el texto ríspido contenía más de una amenaza: “Cuando ustedes pretendan crear desorden serán desenmascarados, cuando llamen a destruir la Universidad, recibirán la furia revolucionaria. Tercero y último aviso.”
En la publicación del 2 de octubre de 2010, el colectivo no incluye a Carlos, pero señala al “Chivo” y al “Chato” —integrantes del colectivo Rebeldía de Ciencias Políticas– como operadores del Gobierno del Distrito Federal y agentes infiltrados.
Cincuenta y seis horas después, el 4 de octubre, el rostro de Sinhué –junto con Víctor Hugo y Jesús Sarid–, reaparece en los volantes de la campaña negra que el colectivo llevaba a cabo. En esa ocasión lo acusan de ser un “provocador” y “agente infiltrado”.
Los volantes se detuvieron durante unas semanas. Pero el 11 de noviembre de 2010, cuando la directora Gloria Villegas Moreno dialogó con los estudiantes de la Asamblea Estudiantil de la FFyL, entre ellos Carlos, se marcó pauta para el reinicio de la propaganda fulminante.
El pliego petitorio de los alumnos consistía en la apertura de un comedor subsidiado, fotocopias más baratas, eliminar los cobros en educación continua, retirar las cámaras de vigilancia y aumentar el acervo en la Biblioteca de la Facultad.
Poco tiempo después, el 16 de noviembre, algunas columnas de la Facultad de Filosofía amanecieron tapizadas con un: “¿Los has visto?”, acompañadas de fotografías Víctor Hugo Martínez García y Carlos Sinuhé Cuevas Mejía. “¡Denúncialos! por ser orejas del Estado. Difunde este cartel entre los cuates”.
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Ante el hostigamiento, Xóchitl Flores, hermana de Fernando Franco –asesinado en Sucumbíos, Ecuador– y amiga íntima de Carlos, recuerda que semanas antes de su asesinato, la persecución contra el activista aumentó.
“Se notaba intranquilo todo el tiempo”. Dejó de fumar marihuana, comenzó con rutinas de ejercicio y descubrió que la carpintería le apasionaba.
Incluso, cuenta, “había pensado en cortarse el cabello, porque era todo un hippie y no quería ser blanco fácil”.
Pero las amenazas no sólo llegaron a través del papel. Wl 16 de marzo de 2011, algunos de los compañeros que trabajaban con Carlos en la Coordinadora de Movimientos Estudiantiles y Sociales Nuestra América recibieron un correo electrónico de mirandoaloponente@gmail.com, con el remitente de una tal “Rosa Meza”, quien anunció que debido a que se encontraron “infiltrados”, la Asamblea Universitaria del 17 de marzo de 2011, en el Auditorio Alberto Barajas, sería reubicada en la Facultad de Ciencias.
Más tarde, Rosa adjuntó un archivo con la foto de Carlos, Hugo y “El Chato”, con el título: “Detengamos la ofensiva de los infiltrados en la UNAM”.
Al siguiente día Hugo y Carlos denunciaron el hecho ante la Asamblea Universitaria Tripartita (Estudiantes, Trabajadores Académicos y Administrativos) que se realizó en el Auditorio Ho Chi Minh de la Facultad de Economía.
El último volante se imprimió el 6 de junio de 2011, es decir, cuatro meses antes del asesinato de Carlos.
En esa ocasión, el Colectivo Revolucionario “Emiliano Zapata” editó un número apócrifo del diario “El Aereopuerto”, ideado y publicado originalmente por Carlos y la Coordinadora de Movimientos Estudiantiles.
La publicación original se imprimió por primera vez en marzo-abril de 2011. La edición falsa fue fechada y difundida como “Año 1, Número Uno, julio de 2011”. También el nombre fue modificado. Pasó de “El Aeropuerto”, así en seco, a “El Aeropuerto Revolucionario”, adornado con una bandera blanca, estampada con la silueta delgada de un avión y una franja roja en la esquina inferior izquierda.
La publicación, firmada por el Colectivo, denunció que “Carlos Sinuhé Cuevas Mejía y Víctor Hugo Martínez García, enviados por el Ejército, están cumpliendo su tarea de provocación… Ahora resulta que un pequeño grupo de provocadores tiene la consigna de difundir constantemente sus opiniones bajo las siglas de un lugar que es histórico para nosotros… El Aeropuerto de la FFyL.
El texto continúa: “Resulta que ahora, estos títeres del estado están publicando un panfleto al que llaman periódico de nombre Aeropuerto que les imprimen en los talleres militares… Ya Joseph Paul Gobbels en apoyo de Hitler lo hizo, se apropió de los diarios. Nuestra Facultad es un oasis en el campo de la infiltración. Hemos, desde hace tiempo denunciando estas estrategias mediante las cuales se ha pretendido desarticular el movimiento estudiantil y les hemos estado observando con detenimiento, sabemos su forma de actuar y les advertimos que más pronto que tarde la justicia revolucionaria los alcanzará”.
Después de eso, “El Aeropuerto Revolucionario” no volvió a circular.
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Hasta el último día de su vida, Carlos Sinhué sufrió hostigamiento, amenazas, injerencias arbitrarias y escasa seguridad personal, patrones que la ONU-DH clasificó como “algunos de los métodos de agresión en contra de activistas y defensores de derechos humanos, más repetitivos y comunes”.
Para Silvia Colmenero, amiga de Sinhué y activista, “Carlos se rindió. Era mucha presión con los volantes, alumnos que lo señalaban, o policías que lo seguían dentro y fuera de la UNAM”.
Pero para Xóchitl, los abogados del caso y la familia de Carlos el móvil político por su activismo es innegable. “Lo mataron por su actividad política. Representaba un peligro para las autoridades. Todos escuchaban a Carlos”.
Cuando Sinhué fue asesinado, la Coordinadora de Movimientos Estudiantiles y Sociales Nuestra América se desintegró. Los movimientos estudiantiles de la Facultad se atomizaron y muchos, “por miedo”, dejaron de asistir a la escuela.
En el caso de Carlos, la averiguación permanece activa; sin embargo, el tiempo ha borrado evidencias y ha legitimado discursos que bloquean el avance para la obtención de justicia.
De acuerdo con los abogados del caso, a estas alturas resulta imposible encontrar a los homicidas directos.
“Lo que queda es visibilizar las irregularidades en la investigación y el encubrimiento de las autoridades, para saber quiénes fueron los actores intelectuales”, concluye Guillermo Naranjo.
“Nos mataron a nuestro Carlos”. La voz de Xóchitl se hunde raposa, entre el dolor y la incertidumbre.