Por Argel Jiménez
El pasillo parce no tener fin. Pero avanzando unos cuantos metros unas lonas gigantes de color blanco, letras negras y fotografías de una clase política que, al parecer este sexenio van a seguir impunes, informan de uno de los muchos atracos que ha sufrido la clase trabajadora del país.
Es el lugar que ocupó por más de 100 años la línea aérea Mexicana de Aviación. A un costado, una pequeña cafetería improvisada ofrece sus servicios, para tratar de paliar los once años de indefinición en su conflicto laboral.
Avanzando unos cuantos metros, se observan los mostradores de la línea aérea de Interjet en la misma situación. Sus trabajadores piden en cartulinas pegadas que no se repita la historia de Mexicana de Aviación.
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La cita es a las 18:30 horas, pero los simpatizantes empiezan a llegar una hora ante. En la sala de espera, más precisamente en la puerta E3, hará arribo el Escuadrón 421.
La comunidad Otomí de Santiago Mezquitán, Querétaro, que radica en la Ciudad de México, hace acto de presencia rodeando las pantallas gigantes que están en medio del pasillo, en donde se pueden ver las salidas y los arribos de los vuelos internacionales. Todos ellos esperan pacientemente.
La mayoría son mujeres y hombres jóvenes. Ellas, con faldas color blanco que combinan con blusas amarillas, verdes, azules y moradas. Ellos, con pantalones de mezclilla y playeras negras con un estampado que dice: «500 años de resistencia. Acción Dislocada».
La concentración que dará la bienvenida se mezcla con las familias enteras que vienen a recibir a sus seres queridos. Otros y otras que, con ramos de flores, esperan para a abrazar y besar al ser amado cuando lo vean… y unos pocos se hacen acompañar por perritos que también se alegran con la llegada del viajero.
Los policías empiezan a rondar con cierta frecuencia, ataviados con uniforme azul marino y otros con pantalón oscuro, camisa blanca y chaleco naranja fosforescente. Se comunican con sus superiores. Piensan que la presencia de los indígenas se debe a una “manifestación”, según se escucha en sus equipos de comunicación.
Les preocupa, según, la aglomeración de gente, en plena pandemia…
“Sólo unos cuantos pueden esperar aquí y los demás allá afuera”, le dice un policía con careta oscura al señor que organiza la logística de la bienvenida. “No te lo voy a repetir”, los celulares de las jóvenes indígenas se hacen presente ante la advertencia del policía y el incidente no pasa a mayores.

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Los minutos van pasando y las bancas que hay cerca empiezan hacer ocupadas por algunas indígenas (las de más edad). Los demás esperan de píe.
Algunas familias que acuden completas aprovechan para tomarse las fotos del recuerdo, con el puño arriba o con una sonrisa que se les nota en todo el rostro, a pesar de que traigan el cubrebocas, plasman su felicidad para la posteridad.
A otras familias más les empieza a dar hambre. De sus mochilas empiezan a sacar la que parece ser la comida oficial del evento. papitas fritas y refrescos de cola se comparten entre todos.
De los asistentes más conocidos se hace presente Marichuy, la que quiso ser candidata a la Presidencia de la República en el 2018 y el INE no la dejó. Los ahí presentes se le acercan y platican con ella. Uno de ellos es el cineasta Juan Carlos Rulfo que, con cámara en mano, le hace una pequeña entrevista.
El creador del documental En el hoyo no pierde ni un instante en grabar a los simpatizantes, sus pancartas, banderas y mantas en apoyo a la causa indígena que, a las 19:22 horas, afloran con todo su esplendor.
Las consignas se hacen escuchar: “¡Denme una O! ¡Denme T! ¡Denme una O! ¡Denme M! ¡Denme una I! ¿Qué dice? ¡Otomí! ¡Más fuerte! ¡Otomí!” “¡Otomí, Otomí, nos chingamos el INPI”
“¡AMLO, decía, que todo cambiaría, mentira, mentira, la misma porquería! ¡Viva el CNI! ¡Viva Marichuy!

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La batucada pone el ambiente de fiesta. No es para más. No todos los días se recibe a siete mexicanos que recorrieron Europa, visitando a organizaciones civiles que sueñan también, con que «otro mundo es posible».
Los policías infiltrados comentan que “los zapatistas aterrizaron a las 19:00 horas, por lo que a las 19:30 ya deben estar por aquí”.
Todos están a la expectativa. Se forma una media luna alrededor de las pantallas que marcan los arribos y despegues, y otra valla en la puerta de salida. Los medios de comunicación agarran los que ellos piensan que son los mejores lugares para sus fotos y videos.
Rulfo toma más y más imágenes. En algunas, hasta se sienta en el suelo para lograrlo. Una mujer que lo acompaña dice que está haciendo un documental sobre el tema. El organizador de la logística acomoda y reacomoda la valla. No quiere ningún error. Da indicaciones claras y todos las cumplen.
Se dice que saldrán por la puerta indicada y, luego, que por otra. Nadie sabe lo que pasa. Los minutos pasan y la batucada no deja de tocar, aunque ahora lo hacen con menor intensidad. Todos se asoman a la distancia, por las pequeñas rendijas de las puertas de cristal. Los policías hacen unas vallas para cubrir las mismas.
Hay emoción por ver a esos mexicanos viajeros.

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Son las 20:45 y unas mujeres indígenas llegan por el lado izquierdo. Las vallas se rompen y los medios de comunicación y los simpatizantes se arremolinan ante ellos. La mayoría muerde el anzuelo, pero los viajeros salen por otra puerta que está del lado derecho.
Caminan lo más rápido que pueden para no ser vistos, pero todos los ven y se crea el bullicio. Todos los tratan de seguirlos, pero una valla los trata proteger, para que lleguen al elevador que los sacará del aeropuerto.
Los reporteros buscan las mejores tomas y los simpatizantes del movimiento también. Todos los ven, aunque sea un instante.
Así, en quince minutos desaparece el Escuadrón 421 y los que vinieron a recibirlos. Todos se quedan con las ganas de saber ¿qué vieron? ¿cómo los trataron?
Y sí. Sus historias que tendrán que ser contadas y escuchadas con mucha atención.
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