El «Don» abusó de mí en el cine Teresa

Por Eduardo Magaña

Fotos: Eladio Ortiz

Siempre lo vi sentado, jamás de otra forma. A veces recargado, a veces estirando las piernas, pero siempre se encontraba sentado. Su gesto cansado. Ropa siempre limpia, un bigote apenas creciente y acné como si aún fuera un adolescente. De vez en cuando se le escucha repetir algunas oraciones, jamás deja a sus santos detrás. Es muy creyente.

Alejandro es guardia de seguridad en un estacionamiento cercano al antiguo Cine Teresa, en la colonia Centro. Ahora es una plaza de tecnología, sin embargo, hace muchos años fue un famoso cine para adultos. Lo conocí mientras hacía algunas fotos en unas oficinas cercanas de gobierno. Frecuentemente lo saludaba

–¡Qué paso Jefe!– siempre me decía. Era curioso. Podría ser mi padre, pero él me veía como superior. Es increíble lo que un auto y corbata hacen por un joven.

Esa tarde Alejandro se veía más nervioso de lo normal. Ya no estaba sentado. Caminaba de un lado a otro, tocándose la frente. Parecía sudado, de ese sudor frío que te cala hasta los huesos, dónde una cobija te eleva la temperatura, pero quitarla tan sólo te haría sentir peor.

–¡Qué pas…– Ya no terminó la frase. Normalmente hubiera continuado mi camino, pero me acerqué. Un ¿cómo estás? jamás ha dañado a nadie. Ese día tenía tiempo para una plática.

“Hoy me pidieron de favor ir al Cine Teresa. Saben que no me gusta ese lugar. Ellos lo saben”, me dijo. Pero no mencionó quién lo mandó. No dio nombres. Se refería siempre “a ellos”. “Esos los de allá”. No vi a nadie. Le pedí que continuara con su relato.

–Tengo tiempo, tú habla.

Fue una tarde ahí por los ochenta. Acudí al Cine Teresa. Tenía alrededor de 15 años. Tuvo libre acceso por que mis padres cuidaban este mismo estacionamiento que ahora yo cuido. Si lo pienso no ha cambiado mucho. Bueno, la plaza sí, pero la calle no. En fin, te decía… Iba yo caminando y la gente ya me conocía. Cuando creces en el barrio del Centro todo mundo se conoce. También debes entender que las pequeñas plazas y edificios son otras ciudades, también ahí me conocían.

Mientras continuaba hablando su gesto se fue suavizando. Ahora ya no sudaba, incluso se sentía bastante cómodo al hablar. Era como un hombre nuevo. Lo interrumpí cuestionándole sobre su actitud anterior y volvió a sentirse nervioso. Pero tranquilo, le dije. Continúa con tu historia.

Entré como Pedro con por mi casa… o por su casa. No recuerdo muy bien como se dice, pero entre fácil, pues. Y después de hablar con un rato con la persona que checaba las identificaciones, el de la taquilla me roló un boleto para la función más cercana. Estaba emocionado. Jamás había visto una de esas películas picantes (risas). Mis padres siempre fueron muy conservadores. La historia de ellos es muy curiosa, pero luego te la contaré. El chiste es que mi papá siempre quiso ser sacerdote, pero no pudo y por eso es muy cuidado, muy recatado.

La película comenzó y yo estaba algo nervioso, varias personas me veían extraño, era sólo un niño… Un señor mucho más grande de lo que soy yo ahora se me acercó y me ofreció palomitas. Accedí. A esa edad si alguien te ofrece algo gratis lo aceptas. Son de esas señales que para un niño le hacen pensar que está teniendo el mejor día de su vida.

Continué viendo la película. Era una de ficheras. En sí no era de esas películas pornográficas de ahora, ahora están más producidas. Las muchachas ahora están más guapas, incluso me gustan unas que venden celulares ahí en la plaza…

FA-LaCanallada

Alejandro prendió un cigarro y después lo apagó. –No más un toquecito – continuó con su historia.

Te estaba hablando de las ficheras, de esas gordas y feas que a todos nos gustan… ¿Me vas a decir que no te calientan unas buenas carnes?

Cada que hacía este tipo de comentarios reía nervioso, se limpiaba el sudor, de vez en cuando se pellizcaba el acné. Para no hacértela del cuento largo… después de un rato de ver a las ficheras mover sus carnes, el señor me tomó de la mano o la tocó o la rozó. No recuerdo. Pero me generó cierta desconfianza. Salí de la sala corriendo y me metí al baño. No sé porqué lo hice, pero en ese momento parecía seguro.

Cuando pensé que el peligro había pasado salí a mojarme la cabeza, pero ahí estaba el culero que me agarró la mano. “No se me espante, si bien que quiere, usted nomás déjese”. Traté de correr, pero pues no se pudo hacer nada… El Don abusó de mí.

Y eso continuó por años, con distintos hombres, a veces compañeros de la escuela… Siempre pensaba en él y cómo me hizo como quiso. Siempre lo tengo en mi cabeza. Por eso ando nervioso, no es por otra cosa. Por eso ando nervioso. Uno de los que me chingó hace unos años anda por ahí por el Teresa. Chale. Se frotó la cabeza y  reprimió algunas lágrimas

–Luego hablamos jefe—Y se fue.

Me sorprendió la naturalidad con la que lo comentaba. Se me hizo tarde en la conversación y regresé a la editorial. Durante mi trayecto no podía dejar de pensar lo que había detrás de esa persona que veía diario.

¿Cómo en momentos parecía no ser importante su historia de vida? ¿Cómo no era algo más que “El Don” raro del estacionamiento? Ahora lo entiendo. Siempre sentado. Siempre atado al recuerdo. Siempre odiando al Teresa y al Don Culero que, aún después de muchos años, no abandona su cabeza.

Related posts