Por Begoña Iturribarría
Sé que me deseas. No te culpo. No eres el único. Sé que entre tantas cosas que podrías anhelar en la vida me prefieres a mí. Tengo experiencia en seducir. A ti o a cualquiera que se encuentre conmigo. Me ansías y cuando me obtienes no quieres soltarme. Me atesoras y no quieres compartirme.
Tu ambición de tenerme nos empodera a ambos. Te apoderas de mí, me enalteces, me elogias, me engrandeces. Te pierdes el respeto al ligar tu concepción axiológica con mi presencia y de depender de mí para desenvolverte.
Mientras tú me engrandeces yo me burlo de ti. De tu fragilidad, de tu debilidad ante mí. Lo fácil que caes cuando me entrego.
He llegado, me has ofrecido, me han aceptado, y en escasas ocasiones me han rechazado. Cualquiera ha llegado a desearme.

La idea de estar conmigo te lleva a competir, a tolerar insultos y ofensas laborales por parte de tus superiores, a reducir tus horas de descanso, a tomar café y comer mal para algún día llegar a tocarme con tus manos cansadas.
Soy la causa de tus desvelos. Quieres disfrutarme y hacer lo que te dé la gana conmigo, y cuando me encuentras me encierras, valoras, atesoras, me arrojas.
Nuestra relación va más allá de la reciprocidad. Yo disfruto de humillarte, denigrarte, pisarte sin que lo notes.
Te vuelves insignificante al convertirme en intocable. Tengo encuentros casuales con todos. No me quedo con nadie, no le pertenezco a ninguno. Tú no eres el único. Hombres y mujeres, casados y divorciados, solteros, jubilados y empresarios. Todos me tomaron. Me gozaron, me presumieron y me disputaron. Todos hicieron lo mismo. Todos se doblegaron. Sabían quién era yo.
Siempre he sostenido una imagen cautivadora, fama inigualable. A donde voy me conocen. Fui partícipe y causante de desacuerdos, pero siempre resulté aparentemente inocente. Causé problemas familiares, desacuerdos entre amigos, escándalos con políticos, malentendidos con empresarios. También indigentes y pordioseros se vieron envueltos en mis caricias, atraídos por mi prestigio precedente.
De mí sólo se ha burlado la honradez de los cobardes que temieron desearme, quienes no sucumbieron ante mi dominio a cambio del poder que de mí pudieron haber obtenido.
Yo no me meto con gente honesta, no. Ellos me desvirtúan y le dan más importancia a ideales absurdos y juicios inmateriales. Pero yo existo, yo soy real. Yo te cautivo sin crearte culpas. Nunca te di razones para dudar si verdaderamente necesitas. Tú lo has dicho, claro que me necesitas. Siempre me has deseado.
A aquellos hombres que reprochan mi versatilidad y dudan de mi pureza y lealtad, les tengo noticias: Yo soy real. Mientras me poseían, dominé. Conquisté y dejé almas huecas, fui brújula de decisiones, justifiqué guerras y determiné la dirección de las sociedades, de sus estatutos y principios.
Para quienes consideran que mi naturaleza vuelve frívolos a los hombres, los separa y genera discrepancias entre ellos, para quienes argumentan que provoco rivalidad y que mi figura se limita a una minoría que me alaba y presume, les tengo noticias: Yo soy todo lo que hicieron de mí. Me crearon, me honraron y después me ultrajaron. Me hicieron intocable, irreversible y triunfante.
Llegué con carácter servil que se transformó en cualidad inmanente y medular que los hombres manejaron a su conveniencia.
Porque no, yo no instauré jerarquías, no impulsé la división de clases sociales.
No llegué a las minorías por beneficio propio. Yo no pretendí seducirte, yo no quise demeritarte. Ellos me ayudaron. Yo nunca ambicioné la supremacía que me asignaron. No busqué poder: ellos me lo adjudicaron. Ellos, los hombres. Hoy ellos son los dominados.
