Por Argel Jiménez
El Metro San Lázaro y sus alrededores lucen abarrotados como siempre. La gente con maletas grandes y pequeñas tratan de huir de una caótica Ciudad de México para ir a un destino más tranquilo de la República. Caminan lo más rápido posible sin importar si en su paso arrollan a alguien.
Los que se quedan aguantan como siempre la rutina del día a día. El camino para salir a la avenida que da a uno de los Poderes de la Unión en México lo acompañan unos acordes de rock urbano, ya que un concierto se lleva acabo en un patio al aire libre propiedad del Sistema de Transporte Colectivo.
Los asistentes al toquín pasan de los treinta años. Visten en su mayoría chamarras de piel color negro y bailan en grupo al ritmo de la melodía.
Ya en la avenida, la terminal de Metrobús San Lázaro es asediada por el ir y venir de los camiones rojos articulados. La gente camina rápido o corre para ganarle al semáforo peatonal que en cualquier momento se pondrá en color rojo.
Los microbuseros improvisan una pequeña base a un costado de la Cámara de diputados. Se cierran el paso entre ellos para ganar pasaje.
Con el rugir del motor un conductor le hace saber al otro que lo deje pasar. El chofer que le obstruye el paso grita: “¿¡Qué te traes perro!? ¿Es personal?”. El otro chafirete no le dice nada y esto hace que se enoje más el bravucón.
Amaga con bajarse para retarlo a golpes, pero su hijo de nueve años que lo acompaña lo para con tan solo una mano, marcándole el alto. Vuelve a su asiento y acelera lo suficiente para asustar a los pasajeros y alcanzar a su contrincante del volante. Se dan unos cerrones y al término de éstos, los dos parecen quedar satisfechos con su pericia al volante, siguiendo cada quien su ruta.
Después de siete minutos de camino se llega “a la tierra prometida”. El aterrizaje y despegue de aviones acompaña la panorámica del lugar. Es la explanada de la delegación Venustiano Carranza, sede de la Novena Feria de la Torta.
Los juegos mecánicos ya están abiertos al público. Es mediodía y la gente no deja de llegar. Los niños son fotografiados por sus papás, que también parecen divertirse, mientras disfrutan de alguno de los juegos.
La enorme carpa blanca que resguarda a los puestos espera a sus comensales que gustan de llevar sus cuerpos al límite (con el colesterol y triglicéridos altos), pero que en este día se trataran de ignorar.
El humo de las parrillas argentinas, mexicanas y venezolanas dan la bienvenida. Un chancho asado a las brazas en esta última llama la atención de la gente y buscan fotografiarse con él.
Predominan las familias enteras con hijos de todas las edades y jóvenes en grupo. Ya adentro, un mar de gente impide un caminar rápido. Todos observan lo que ofrecen los expositores que los tratan de convencer de que ellos tienen la mejor opción para llevarse al estómago.
La decisión no es fácil si solo se cuenta con el presupuesto para una torta por persona. Algunas familias recorren dos veces todos los puestos para poder elegir entre choripanes, cemitas, tortas de mariscos, al pastor, milanesa, pierna horneada, baguetts y hasta las “tortas exóticas” que se preparan en uno que otro changarro. La panza en estos momentos no admite una mala elección.
Los que vienen con más presupuesto se dan el lujo de repetir o probar otra variedad, tantas como las que aguante el cuerpo.
Colocadas en un punto estratégico, dos edecanes de uno de los locales ponen calcomanías de su marca de manera compulsiva. Los asistentes aceptan el pegote. Al final todos los ahí presentes traerán una.
Cada puesto muestra por lo general el tamaño de torta que puede llegar a servir “¡Ahhhh! ¡No manches! ¡Ve el tamaño de esa torta!” “¡Mira papá, pídete una de ese tamaño!”, para inmediatamente fotografiar con sus celulares aquellos manjares.
Después de la elección de cada integrante de la familia, cargan en bolsa de estraza, plástico, en un plato de unicel o de cartón lo que eligieron y (con su respectiva cerveza en mano) buscan un lugar para comer.
La organización puso a disposición de los comensales un escenario en donde tocan grupos de salsa, mariachi, cumbia, rockabilly; una pista de baile y mesas que rodean a la misma (como se suelen poner en los XV años y bodas), que resultan insuficientes ante la multitud de gente que la feria convoca año con año. Los que no alcanzan lugar buscan las escaleras cercanas para saborear los alimentos.
Los tamaños y combinaciones son diversas. A la mayoría no les importa romper la dieta, la ocasión lo vale. Sin embargo, una familia de cuatro mujeres que al parecer buscan resguardar su silueta a como dé lugar, comen unas tortas insípidas, pero que parecen disfrutar: un bolillo de mediano tamaño con un aderezo color rojo, una rebanada de jamón y una hoja de lechuga parecen conformar a sus paladares.
Mientras las familias comen escuchan un espectáculo de un mariachi que en la parte final de su intervención (uno de ellos) imita a Juan Gabriel. Los asistentes se ríen de sus ocurrencias y otros sólo se concentran en comer y no les importa lo demás.
Los mercadólogos de una industria farmacéutica pensaron que era buena idea promocionar su producto aquí y no se equivocaron. Los tres individuos que reparten entre las mesas un sobre con sal de uvas y un vaso de agua son bien recibidos por los asistentes. Algunos lo toman de inmediato, otros lo guardan para más al rato.
En una mesa, una familia que acaba de llegar le indica a la muchacha que entrega el sal de uvas que uno de sus integrantes, de aproximadamente veinte años (el cual hace gestos de dolor) es el que requiere el producto. Inmediatamente se lo toma, pero al paso de los minutos parece no hacerle efecto. Mal día para enfermarse.
Los reporteros gráficos que cubren el evento lanzan los flashazos para la nota del día. Algunos de ellos son indiscretos. La policía, que en ese momento se lleva su torta a la boca, es captada por uno de ellos. La luz relampagueante le hace saber que fue victima de la cámara. Con cara asustada le dice al reportero: “¡No sea así, no me tome fotos!” El reportero le dibuja una sonrisa y se va para otro lado.
Un matrimonio joven con sus dos hijos pequeños termina de comer. Parecen haber disfrutado del día. El papá propone que se tomen una foto. La mamá quiere que salga a la perfección. Les limpia la boca a sus dos niños y le arregla el peinado a su esposo.
Así, entre tortas, estómagos llenos, indigestiones, sal de uvas, juegos y risas, durante cinco días los capitalinos que no salieron de la capirucha y que asistieron a la Feria de la Torta tendrán calorías de más. Pero ya habrá tiempo para bajarlas.