Por Rivelino Rueda
El 17 de junio de 1972,
un sábado por la mañana.
Hora: las nueve.
Demasiado temprano
para telefonear.
Woodward tomó el receptor
de manera vacilante
y acabó de despertarse.
El redactor-jefe local del Washington Post
estaba al otro lado de la línea.
Cinco hombres habían sido
detenidos esa madrugada
cuando trataban de penetrar
ilegalmente en el Centro General
del Partido Demócrata,
en el edificio Whatergate;
llevaban consigo un completo
equipo fotográfico y una serie
de instrumentos electrónicos.
¿Podría presentarse para
hacerse cargo del asunto?
Bob Woodward/Carl Berstein/
Todos los hombres del presidente
¿Apostar a la grandeza o a la ruindad? Hay niveles. Claro que hay niveles. O ‘Globo y The New York Times apuestan a la grandeza, a pasar a la historia como gigantes del periodismo, porque esos rotativos los hacen grandes periodistas.
Ricardo Benjamín Salinas Pliego, dueño de la televisora mexicana Tv Azteca, de Banco Azteca y de las tiendas de muebles Elektra, entre otros negocios altamente lucrativos y ventajosos, apuesta a la miseria humana, a pasar a la historia como un miserable de los negocios.
Es originalmente un mueblero al que nuca le ha interesado el periodismo, le ha interesado el lucro a toda costa, incluso, por encima de vidas humanas. Lo hizo en abril. Lo hace en mayo.
Salinas Pliego es el buscapleitos de barriada, el que se las sabe de todas, todas. El protegido de gobiernos priistas, panistas y hoy morenistas. Es el clásico empresario de tintes fascistas que no sólo amenaza y reta, sino que intenta a toda costa imponer sus ideas rancias. Ah. También se dice altruista, una característica singular de los hombres de inmensa hipocresía.
Es “amigo” del presidente Andrés Manuel López Obrador. Su aliado, su camarada, incluso uno de sus asesores en materia económica. Se siente inmune e impune. Se jacta de su poder económico con acciones desafiantes… “¿A ver, háganme algo?”, parece ser su frase favorita. Es también medieval y arcaico.
Y sí, actúa como sicario. Los matones del crimen organizado dejan mensajes tras sus monstruosidades. Cada quién a su modo, pero los dejan para la posteridad.
Unos se jactan con hacer gala de su sadismo, de su próximo objetivo, de amenazar abiertamente, de decir “sigues tú”.
Otros prefieren la red social, el exhibicionismo, sentirse orgullosos de su supina ignorancia. R.B. Salinas Pliego escribe (o le escriben) en su cuenta de Twitter:
“Preguntas básicas! Le pregunto a mis amigos en «cuarentena» en Valle… o donde quiera que estén recluidos…
“1.- ¿Quedarse encerrados hasta que haya cura o vacuna?
“2.- ¿Quedarse encerrados hasta que el gobierno les diga que pueden salir?
“3.- ¿O quedarse encerrados hasta que un buen día se desapendejen y decidan salir a vivir la vida con todo y sus riesgos?
“¿O hay algo que no veo, algo que se me escapa?
“¡Abrazos cariñosos!”
Ryszard Kapuściński, el gran maestro del periodismo, describió como pocos, en su libro Los cínicos no sirven para este oficio (Anagrama, 2000) esta situación de los empresarios que son dueños de grandes medios de comunicación y que sólo buscan el lucro:
“Yo nunca he sido director, pero sé que hoy no es necesario ser periodista para estar al frente de los medios de comunicación. En efecto, la mayoría de los directores y de los presidentes de las grandes cabeceras y de los grandes grupos de comunicación no son, en modo alguno, periodistas. Son grandes ejecutivos.
“La situación empezó a cambiar en el momento en que el mundo comprendió, no hace mucho tiempo, que la información es un gran negocio.
“(…) En la segunda mitad del Siglo XX, especialmente en estos últimos años, tras el fin de la guerra fría, con la revolución de la electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre de repente que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta, en la información, es el espectáculo. Y, una vez que hemos creado la información la información-espectáculo, podemos vender esta información en cualquier parte. Cuanto más espectacular es la información, más dinero podemos ganar con ella.
“Y éste es el motivo por el que, de pronto, al frente de los más grandes grupos televisivos encontramos a gente que no tiene nada que ver con el periodismo, que sólo son grandes hombres de negocios, vinculados a grandes bancos o compañías de seguros o cualquier otro ente provisto de mucho dinero. La información ha empezado a ‘rendir’, y a rendir a gran velocidad”.
The New York Times y O’ Globo apostaron en sus portadas a la grandeza, al periodismo de dimensión histórica, a recordar y homenajear una a una de las víctimas de la pandemia de coronavirus en sus respectivos países, tanto en Estados Unidos como en Brasil, pero de paso a realizar una crítica implacable a sus presidentes, Donald Trump y Jair Bolsonaro, con su irresponsabilidad de no tomarse en serio a la peste.
El señor de los “pagos chiquitos” le apuesta a la muerte, a la irresponsabilidad, a refrendar su histórica condición de miserable al llamar a romper la cuarentena, a salir a las calles, a llamar “pendejos” a quienes cumplan las medidas para la crisis epidemiológica. De ese tamaño es la obsesión por “su” dinero, por “sus” ganancias, por “sus” negocios, incluso por encima de la vida humana.
Día 69 de la peste: Cuatro días para que termine la cuarentena de dos meses y medio. Nada cambia. Las medidas sanitarias continúan, sobre todo el encierro, por más que un miserable nos llame “pendejos”.
El registro es de 7,633 decesos y 71,105 casos confirmados acumulados, pero 14,020 casos activos de contagio. Los “medios” hoy hablan de cosas tan importantes como el cubrebocas del vocero de la pandemia, Hugo López-Gatell. La información-espectáculo, como dice el gran Kapuściński.
En el Día 68 de la peste, Doña Encarnación, la viejecilla de la colmena para eliminar el virus, decía que esas muertes y contagios (por Covid-19) se pudieron haber evitado “si la gente no fuera tan pendeja”.
Y R. B. Salinas Pliego prepara su próximo tuit desde la miserabilidad.
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