Por Rivelino Rueda
No me prendan veladoras,
levanten barricadas
Óscar Chávez
Al niño que creyó ser adulto hoy le brotan lágrimas. Al adulto que quiso ser niño hoy lo carcomen animalitos letales por dentro. Día del Niño. Día 44 de la plaga asesina. Día de noticias devastadoras, aciagas, miserables.
Miguel Ángel Hurtado Frías, primo materno. Patricia Rueda De la Peña, prima paterna. Gustavo Pedroza, amigo de la infancia. Gloria, la vecina de la tiendita que despachaba y regalaba dulces en la niñez.
Hoy todos murieron en medio de la peste. Sólo Gustavo por la pandemia. Todos los demás por padecimientos distintos al Covid-19. Todos inhumados. Sin despedida. En silencio. Nomás atragantándonos el dolor y la miseria de un duelo ruin, artero.
A los familiares les piden paciencia. Las funerarias y los centros de cremación hoy están al tope por los decesos que ha arrojado la epidemia. La espera tiene que ser larga y en silencio. Sin chistar nada. No se puede. No es el momento. Velorios de tres horas con máximo cinco personas en los salones mortuorios.
Hoy hay rabia, desesperación e impotencia. Hoy, como decía nuestro gran Óscar Chávez, hoy adelantándose también a todos: “Me ha dado por llorar como el mar/ Me he puesto a sollozar como el cielo/ Me ha dado por llorar…”.
“El Güero Maleno”, como le decíamos a Miguel Ángel Hurtado Frías, tercer hijo de los cinco que tuvo mi tía María Magdalena Frías Luna, segunda hija de las cuatro que tuvieron mis abuelos María Luisa Luna y Manuel Frías Frías, oriundos de Torreón, Coahuila, era de esas personas que irradiaban alegría, que hipnotizaban con sus profundos ojos verdes.
Nunca nos despedíamos de niños cuando íbamos a la ciudad que venció al desierto. Sabíamos que al siguiente verano nos volveríamos a ver, como todos los años, para alargar las historias que sólo se pueden construir cuando uno es menor de edad. Pero la adolescencia nos alejó. Nos distanció esa absurda madurez. Esa que equivocadamente pensamos alcanzar en la supuesta plenitud de la vida.
En la campaña presidencial de 2018 me escribió un mensaje de WhatsApp cuando iba de Parral, Chihuahua, a Torreón. “¿Dónde te veo primazo? Tengo muchas ganas de verte. Yo voy a andar por la tarima central porque ando en el equipo de organización del mitin de AMLO”. No pude verlo. Tenía mi vuelo a la misma hora del mitin de Torreón a la Ciudad de México.
Quedamos de vernos cuando estuviera de vuelta el tabasqueño por La Laguna. Ya no hubo mitin ni en Torreón, ni en Gómez Palacio, ni en Lerdo. Nos debemos ese abrazo, esas ganas de vernos y ese nunca despedirnos porque siempre habrá otros veranos.
Y sí. Cada verano de la infancia era un ir y venir del norte al centro del país. Eran dos días de camino porque mi padre siempre hacía parada obligatoria en San Luis Potosí, y de ahí a la Comarca Lagunera en el segundo tramo.
Ese era el más espectacular, el que más está grabado y tatuado en la memoria. El de la emoción por ver de nuevo a los primos y el de imbuirse milimétricamente en la infinita carretera recta y en el desierto a los dos lados. El de los nómadas a la orilla del camino, como estatuas de argamasa y barro, ofreciendo águilas, serpientes, correcaminos, búhos, escorpiones, reptiles. Era un tiempo de preguntas, preguntas y preguntas.
La relación más fuerte fue con mi primo Juan Antonio Mesta Frías, “El Pato”, hijo de tía Blanca, la menor de las hermanas de mamá. “Pato” es diez días mayor que yo. Pero siempre buscábamos a los primos de nuestra edad, “El Güero Maleno” e Ismael Galván Frías, el tercer hijo de tía María Luisa, la más grande de las hermanas Frías Luna.
Los días se iban en cruzar el Río Nazas, donde se unen dos estados, Durango y Coahuila, y tres municipios, Torreón, Lerdo y Gómez Palacio, para ir a visitar al abuelo Juan Manuel.
Y ahí iban esos escuincles de siete u ocho años arrastrando ramas de madera vieja en medio del lecho disecado de un río de arena. Y ahí iban persiguiendo alacranes, hormigas gigantes y camaleones. Y ahí iban perseguidos por serpientes y por perros famélicos con colmillos de obsidiana.
“El Güero”, “Pato”, Ismael y el primo chilango trepaban como primates los árboles del Parque del Eco. Se atragantaban de “ladrillos” (sándwich de galleta de helado) y aguas celis (agua mineral, limón, sal y harto, harto hielo) en la Plaza Central de Torreón.
Practicaban box con el abuelo. Aporreban con sus puños de niños el costal de arena que tenía en el jardín trasero de su casa. Se paseaban impunes en calzoncillos por las calles ante el desquiciante calor. Lloraban a gritos y carcajadas con las picaduras de abejas y mordeduras de hormigas de panzas venenosas.
Se fundían en abrazos en las funciones de lucha libre en Gómez Palacio cuando ganaba King Kong, su gladiador favorito, un vato que se enfundaba en un espantoso disfraz de gorila y al que se le convertía el traje en sopa salada a medio combate por los maremotos de sudor que desprendía debido al infernal calor de desierto.
“El Güero” y “Pato” también eran el gancho para el ligue de la niñez con las morrillas de la Comarca.
“El Güero” falleció de un infarto fulminante al miocardio en Torreón. El miércoles en la noche se sintió mal. Había tenido un paro cardiaco. En el hospital todo estaba enfocado a la atención de pacientes con coronavirus. Las horas pasaron y tuvo el desenlace fatal en las primeras horas del jueves. Estoy seguro que mi primo se fue con esa enorme sonrisa que siempre lo caracterizó.
Día 44 de la peste. El Día más miserable de la pandemia. México reporta 127 nuevos decesos por la pandemia del Covid-19, al pasar de 1 mil 732 fallecimientos el miércoles en la noche a 1 mil 859 defunciones al corte del jueves. Hugo López-Gatell, vocero único del gobierno federal para la pandemia del coronavirus, anota que entre los decesos acumulados se encuentran la de 61 médicos, enfermeras y personal de salud con otras actividades.
El “Gran Caifán”, el enorme Óscar Chávez, rasga la guitarra en estos días dolorosos, en estos días que serán imborrables, como cuando éramos niños:
Eres, epopeya de un pueblo olvidado,
Forjado en cien años de amores e historia,
Eres epopeya de un pueblo olvidado,
Forjado en cien años de amores e historia,
Que padre y bellos recuerdos.de la.infancia Ribe, gracias por compartir cuidate mucho Saludos Primazo!
Hola mi nombre es Patricia Lara, amiga de Marifer, asi le llamabamos en IBM, la conoci cuando las dos estabamos haciendo examen para ingresar a IBM. Una gran amiga, mujer, madre, gran compañera en el trabajo…
Me han encantado tus narrativas… Gracias por compartir.. Bendiciones