Por Rivelino Rueda
Me deja atónito; me deja atónito.
Lo tomaba a usted
por un hombre sereno y razonable.
El jefe me sugirió esta mañana
una posible explicación por su falta,
concerniente al cobro que se le encargó
hace poco,
y yo casi empeñé mi palabra de honor
por usted
diciendo que esa explicación
no podía ser cierta.
Franz Kafka/La metamorfosis
A Don Melitón Ramírez ya lo andan cazando los de Recursos Humanos. Primero fue el descuento gandalla de tres días de su salario quincenal, aunque se haya ausentado sólo un día porque se sentía “del carajo” debido a un síncope irisado de delirios.
Luego vino otro sablazo de dos días sin sueldo por no traer cubrebocas. Y ahora otros dos días por no “cumplir la cuota” de latas de aluminio, vidrio y botellas de plástico.
“¡Esos cabrones del camión, sobre todo el pinche “Marrano”, fueron a chivatear de lo del puto tapabocas! ¡Como si los hijos de la chingada lo trajeran puesto!” Don Melitón saca chispas y apenas son las ocho de la mañana. Nico lo trata de tranquilizar.
Carmen, su hija de unos treinta años que siempre lo acompaña en sus faenas diarias, también intenta controlarlo. La plática ya se ha extendido por diez minutos. Las moscas gordiflonas, torpes y de trazos cada vez más extraños tienen que ser alejadas con las escobas de ramas secas.
“¡Es que ya ni pinches basura buena hay! ¡Pura chingada rama y hoja seca! ¡Pura chingada cucaracha, botellas con meados, bolsas de caca de perro y comida echada a perder!” Carmen le recuerda que hace poco se puso mal de su corazón. Don Melitón manotea y manda a todos a la chingada.
Hay un tufillo de boxeador cincuentero en el aspecto de Don Melitón. La baja estatura, la delgadez ágil de perro famélico, los puños ponzoñosos, los nudillos reventados, el bigote pulcro de laca brillosa, el tabique de la nariz desviado, las cicatrices milimétricas en las cejas henchidas de jabs bien conectados.
Nico le ofrece interceder. Conoce al director del Servicio de Limpia de la Alcaldía Benito Juárez. Es hijo y nieto de barrenderos. Fue cincelado entre tambos oxidados de desperdicios remotos, en el núcleo del núcleo de los olores más nauseabundos, en las entrañas de las madrigueras de millones de ratas, en el tuétano de la descomposición universal, la que empuja a las abismales y punzantes rinorreas bíblicas.
Nico tranquiliza. Nico es placebo en la desesperación.
“¡Es que son unos hijos de la chingada! ¡Están viendo cómo están las cosas con este pinche virus! ¡Tengo que andar ahí como pepenador buscando latas y botellas en la basura del parque!”
Melitón expulsa todo la rabia acumulada. La impotencia sube por la espalda del hombre como un animal invertebrado… “¡Ochocientos pinches pesos! ¡Ochocientos pinches pesos para toda la quincena!”
Carmen baja la vista y solloza. Las aves comienzan la cagadera de todo lo que está allá abajo. La asquerosa pasta de insectos triturados se seca en minutos sobre el asfalto hirviendo. Nico promete interceder. Carmen se atraganta en mocos y lágrimas. Don Melitón gime como animal desahuciado. Luego se apacigua y agradece a Nico.
“Si quiere le dejo unos días mi zona para que se aliviane; usted llévesela tranquilo”. Melitón acepta. Nico sonríe. Carmen agradece con movimientos de cabeza. Los pájaros continúan tapizando la mañana con sus heces blanquecinas.
Se despiden sólo levantando la mano. Cada quien jala por su lado.
La peste se queda, invisible, pero se queda.
Día 42 de la plaga. México tiene su segunda jornada más letal por Covid-19, luego de que la Secretaría de Salud reporta 135 decesos en las últimas 24 horas, al pasar de 1 mil 434 fallecimientos registrados el lunes en la noche, a 1 mil 569 defunciones reportadas ayer. El registro de decesos reportado sólo es superado por el que se reportó el viernes 24 de abril, donde se informó sobre el deceso de 152 personas por coronavirus.