Por Rivelino Rueda
Tuvo que ser así. No podía ser de otra forma. Como en las tragedias de los 19 de septiembre de 1985 y 2017, luego de los terremotos que devastaron la Ciudad de México, la sociedad civil organizada toma de nuevo las riendas en la crisis epidemiológica por el coronavirus (Covid-19).
La anticipación ante la insolencia y la minimización de las autoridades. El mesero con el cubrebocas y el barrendero untando gel antibacterial en las porosas manos. Las madres insistiendo en las calles y avenidas de la capital a sus hijas e hijos “lavarse bien las manos” cuando lleguen a casa. Las universidades públicas y privadas que toman medidas antes de decretarse la eventual Fase Dos de contingencia.
Son días que se guardarán en la memoria por mucho tiempo. Imágenes de solidaridad entre mujeres y hombres. Los negocios comparten gratuitamente gel antibacterial. La ciudadanía comienza a mostrar cada vez más sus rostros cubiertos de telas blancas, azul esmeralda o verde turquesa. Se trata de días que ya se habían experimentado en 2009, durante la pandemia por la influenza AH1N1.
Nada detiene a empresas, centros escolares, pequeños comercios, taxistas, choferes de transporte público. Las sucursales bancarias determinan que los clientes ingresen en grupos de cinco o diez personas para evitar aglomeraciones. Hasta el momento no hay histeria ni escenas de pánico. Se saben los protocolos por la experiencia de hace 11 años y por comunicarla de boca en boca o a través de redes sociales.
“Si el presidente (Andrés Manuel López Obrador) decide seguir sus giras, besar a niños, abrazar a la gente y no usar gel, allá él. Mi familia no está para juegos. Nos guardaremos lo que sea necesario”, comenta Adolfo Morales, dueño de una tienda de abarrotes en la Colonia Doctores.
Las empresas toman la iniciativa. Llaman a sus empleados a no asistir a sus sitios de trabajo y hacer home office (trabajo e casa). La UNAM determina tomar acciones inmediatas y suspende clases desde ayer. Escuelas particulares de educación básica, primaria, secundaria y preparatoria no esperan que las cosas empeoren y cierran sus puertas hasta el 21 de abril.
Y sí. La ciudadanía advierte con anticipación que en 2019 la representación de La Pasión de Cristo de Semana Santa, en Iztapalapa, generó el aumento en los contagios del virus de la influenza AH1N1. Y sí. Clara Brugada, titular de esa alcaldía, opta por cancelar la tradicional puesta en escena callejera. Que se realizará “de manera simbólica y a puerta cerrada”.
Hay de todo. No falta el hombre que escupe en el andén del Metro Niños Héroes. Tampoco los que tosen o estornudan sin hacer “la etiqueta” que marca el protocolo sanitario. En el Parque Río de Janeiro, en la Roma Norte, una pareja de muchachitos de unos veinte años se plantan tremendos arrumacos y se sonrojan cuando alguien les grita “¡no se estén pasando el coronavirus!”.
Llega la cuarentena obligada a la CDMX. ¿Quién dice aburrimiento? La Liga MX de futbol cancela todos los partidos programados. Eso no impide la cascarita callejera de seis adolescentes en una calle de la Colonia Narvarte. Eso sí. Todos con cubrebocas. ¿Y en la tortillería? Los clientes se hacen su tradicional taco con salsa y sal, con gel antibacterial de por medio.
En las horas decisivas para enfrentar la pandemia por el Covid-19, la sociedad civil organizada tiene recuerdos. Tiene memoria.
No quiere a un presidente que quede pasmado ante la emergencia, como ocurrió en el terremoto de 1985 con Miguel de la Madrid, ni a un mandatario que se encierre en un búnker para seguir desde ahí la tragedia, como sucedió con Enrique Peña Nieto luego del sismo de 2017. No. De nuevo la ciudadanía toma las riendas.