Por Rivelino Rueda
«Creo que el mejor jugador del mundo
no ha nacido.
Tendría que ser el mejor
en cada puesto:
como arquero,
como defensa,
como delantero»
Eduardo Galeano/Pelé y los suburbios de Pelé
Puede que haya sido una de esas jugadas –que terminaron en gol– más maravillosas que hayan visto ojos humanos. Carlos mató el balón con el empeine izquierdo. Ahí se quedó cosido milésimas de segundo. Dominó una vez el esférico. Tomó impulso y disparó el zurdazo al arco.
A partir de ese momento, en el que se abría el marcador para el equipo de los “sin camisa”, los compas lo bautizaron como “El Covid”. ¿Por qué? “Por su letalidad”, respondió Abraham entre carcajadas.
La “cáscara” reparadora. Disipar el aburrimiento en media hora. Desentumir los huesos hartos de encierro. Saberse todavía con “magia” en los pies.
Y es que en eso del balompié todo se detuvo. El balón hoy no rueda. Salvo que se quiera ver las ligas de Nepal, Mongolia o Siberia. El futbol está paralizado, encerrado como animal malherido.
Son chamacos de prepa que, a falta de futbol en calles, canchas, parques y estadios, por la plaga que recorre el planeta, acuerdan verse en la “canchita” de básquet del Parque de las Américas, en la Narvarte, para “cascarear” treinta minutos. No más.
Todos llegan puntuales a la cita. Seis mocosos todavía con cara de niños. Algunos con el bigotito incipiente de la adolescencia y otros con las huellas de acné en rostros y cuellos.
Es una “cáscara” de tres y tres. Portero (sin meter las manos), defensa, delantero. Julio llevó las porterías en miniatura, que se colocan en la base de la canasta de básquet.
Volado para definir uniforme y saque. Los “descamisados” patean primero. Los “emplayerados” escogen cancha. Todos llevan cubrebocas. El primer toque al balón lo da Carlos. Todavía no sabe que en los próximos minutos será bautizado con un apodo nuevo.
“¡Treinta minutos nomás chavos! ¡Treinta!”, grita Toño, el arquero de los “descamisados”.
Los morros despiertan el interés de los que pasan por ahí. Tocan bien el esférico. Juegan bonito. Tienen clase y técnica.
Lo sentimos, pero aquí no aplica la recomendación del doctor López-Gatell, ni el “Quédate en casa”, ni el “Susana Distancia”. Quizá en muchas semanas se vuelva a tener otra vez la oportunidad. Hoy la peste tendrá que esperar en el banquillo.
A los siete minutos se da la genialidad de Carlos. A los ocho minutos Carlos no existe más. Ahora es “El Covid”.
El muchachito de diecisiete años hace un gol más, da una asistencia para gol, se coloca en la defensa y luego como arquero en los últimos cinco minutos del encuentro. En todas las posiciones muestra grandes dotes. El marcador final es cuatro a dos a favor de los “descamisados”.
No hay abrazos. No hay diálogos. No hay cerveza o refresco de por medio. Cada quien agarra para su casa. Tampoco hay apretones de mano, sólo sudores intensos en el cuerpo de los adolescentes y en sus cubrebocas.
“¡Ahí nos ponemos de acuerdo! A ver si no se pone más cabrón esto”. ¡Ahí te ves pinche ‘Covid’, bien jugado!” Toño se despide con el brazo en alto. Fue un gran partido. Todos lo saben.
Carlos, “El Covid”, agarra para la Avenida Doctor Vértiz. Nadie sabe cuándo será la siguiente “cascarita”. Parece que esto de la peste se extenderá más allá de mayo o junio”. El muchachito, con apodo de virus letal, no quiere que se apague la llama.
Por lo pronto, seguirá jugando videojuegos de futbol u observando partidos viejos que transmiten por canales de paga. ¡Ah! Y esperando con fervor que se reanude la liga de balompié en México para, ahora sí, ver campeonar a su Cruz Azul, el equipo de sus amores.