Día 13: Un epidemiólogo en cada hijo te dio

Melquíades era un fugitivo de cuantas plagas

y catástrofes habían flagelado al género humano.

Sobrevivió a la pelagra en Persia,

al escorbuto en el archipiélago de Malasia,

a la lepra en Alejandría,

al beriberi en el Japón,

a la peste bubónica en Madagascar,

al terremoto en Sicilia

y a un naufragio multitudinario

en el estrecho de Magallanes.

Gabriel García Márquez/Cien años de soledad

 

Por Rivelino Rueda

Foto: Camila Rueda Loya

Doña Cuquita tomó por los hombros a Luisa Gabriela, su hija de 17 años. Era la víspera del gran eclipse total de sol del 11 de julio de 1991 en México. Con lágrimas en los ojos y el llanto atragantado en la panza, Doña Cuquita rogó a la niña no salir al día siguiente para no perder al niño que llevaba en el vientre.

Luisita se fue a la mañana siguiente y no regresó hasta dos días después. La enorme panza había desaparecido. Dijo que había sido por el eclipse. Todos le creyeron.

Es la hora del fervor ciego ante la tragedia. El momento de la pócima mágica y del hilo rojo en la frente para quitar el hipo. Es la hora del “detente” en la cartera y la de la inmunidad por el escapulario. La del jabón “Ven a mi” y la de los tés con sangre de menstruación para el “amarre”.

Todos sacan, hoy, al epidemiólogo que trae dentro. Hace unos meses éramos expertos en estrategias de seguridad nacional, cuando lo de la liberación de “El Chapito”. Luego todos fuimos la voz cantante en asuntos de aeronáutica, cuando lo del avión presidencial, y hace unas semanas todos fuimos feministas y feministos progres.

 Ahora es tiempo de lo místico. De los brebajes sanadores y de las limpias de protección. Del cloro con lejía y del oscurantismo medieval.

 

 

“Dicen que untándote jabón Zote en las fosas nasales el coronavirus se muere”, recomienda un muchacho de unos 28 años a la señora con su bolsa de mandado afuera de una tienda de abarrotes.

 

Por allá un periódico del Norte llama a sus lectores a llevar un “conteo paralelo” al del gobierno en los casos de Covid-19. Acá, más para el Sur, el obispo de la diócesis de Cuernavaca, Ramón Castro Castro, advierte que “la pandemia es un grito de dios a la humanidad ante el desorden social, el aborto, la violencia, la corrupción, la eutanasia y la homosexualidad”.

Eduardo Fernández Garza, presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) saca conclusiones de raza. Por todos lados se cuecen habas. Los estratos sociales no importan para difundir “opiniones propias”, “rumores”, “fenomenología”. “Probablemente el clima y las condiciones en las que hemos vivido la mayoría, ha generado sistemas inmunológicos más fuertes”.

La infusión de ruda con canela. Las gárgaras de miel de abeja con orín de gato. La veladora que todo lo puede. El “periodista” que se inventa la historia de los casos de “neumonía atípica”, los otros periodistas que lo siguen. El ridículo ante la evidencia científica.

Todos somos epidemiólogos. Las y los que después de los terremotos de 1985 y 2017 concibieron que la energía liberada nos había bendecido. Los que buscan desquiciados que el reloj marque las 11:11. El periódico El Horizonte, de Monterrey, que cabecea en su primera plana: “No te asustes: Coronavirus ¡no es letal!” “Estudio en Italia demuestra que 99% de los fallecidos por Covid-19 tenían otras enfermedades”.

Mercaderes y mercachifles en desbandada. La búsqueda del miedo, la ignorancia y la superstición. También de la fe. El padre Alejandro Solalinde lanzando amenazas apocalípticas en redes sociales: “Quien quiera, persona física o moral, que haya provocado esta pandemia es un criminal de lesa humanidad. Debe investigar y castigarse al culpable. Una voluntad, una decisión humana está ocasionando esta destrucción de nuestro género.  Urge generar legislaciones que impidan esto”.

La lucha a vida o muerte. Las compras de pánico de papel higiénico. Escases de cubrebocas y gel antibacterial. Saqueo de tiendas para llevarse pantallas de televisión, hornos de microondas y teléfonos móvil.

 

La especie de que el medicamento Plaquenil (hidroxicloroquina), para el tratamiento de lupus, cura el Covid-19. “¡Que se chinguen los que tienen lupus, primero está mi privilegio de ser yo!”

¡Faltaba más!

 

Azúcar con baba para el chipote del escuincle. Gallos y colibríes decapitados en calles y avenidas para “el trabajito” al ser más odiado, o al más amado. Fotos con alfileres. Chicles para sacar astillas enterradas en la piel. Imágenes de miles de santos para ahuyentar la mala suerte. La Santa Muerte. Jesús Malverde. San Judas Tadeo. La Triple Entente para vencer la plaga.

“El calor es bueno contra el coronavirus y hoy amaneció especialmente caliente. Ojalá y así siga porque ayuda a destruirlo”, anota desde su casa en el Pedregal, en su cuenta de Twitter, la escritora Elena Poniatowska.

“¡Échale más cloro en la cabeza al pinche Iván! ¡Si le mató los piojos, que no le mate ese pinche virus!”, grita Doña Marisol a su hijo mayor, frente a su casa en la colonia Obrera, cuando está a punto de echarle otro cubetazo de agua al pequeñín que tiembla de frío.

 

Día 12: El rumor de piedra y leche; el rumor de la plaga

Related posts