Tlön será un laberinto,
pero es un laberinto urdido por hombres,
un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.
Jorge Luis Borges/Tlön, Uqbar, Orbis Tertius
Por Rivelino Rueda
Foto: Camila Rueda Loya
Es un rumor de piedra y leche. El vaho de la olla de café revolotea entre los trabajadores de la obra vecina. Gerardo, Aparicio y Wenceslao se bajan el cubrebocas al mentón para morder la concha de azúcar o la oreja hojaldrada.
La melodía del idioma náhuatl apacigua. La peste y su vorágine. El canto del colibrí hipnótico en días de histeria.
Varillas que van y vienen. Botas saturadas de mezcla fresquecita y añeja. ¿Tlein tikneki titlakuas? Los pincelazos de solidaridad. La chamba sí porque sí. El vaso de café y el cigarro mañanero. El nāhuatlahtōlli, el “sonido claro o agradable” merodeando en la epidemia. Un entorno de diglosia. La ignorancia de asumir que gozar de un idioma da mayor prestigio social que el otro.
“Pero tú/¿Qué me has dado?/Falsas promesas de amor”… La radio de baterías. El teléfono celular entonan notas de apapachan a los trabajadores de rostros cenizos, de manos agrietadas, ampolladas, percutidas de labrar con cincel, martillo y espátula.
Son los mismos que hace dos años y medio dieron la cara luego del terremoto del 19 de septiembre de 2017. Los que arañaron escombros y salvaron vidas ante el pasmo de las autoridades. De nuevo en la emergencia dan la cara. No paran. No se puede. Los costales de cemento se apilan a la entrada de la obra y ellos no paran.
Confinamiento silencioso, invisible. La salida relámpago a la tienda. La Coca-Cola. El Jarrito de Piña. La Fanta y el Delawere Punch. El kilo de tortillas y el chicharrón grasoso. Las formas milenarias de formar solidaridad, cooperativismo, empatía. ¿Tlein tikneki titlakuas?
La “papa” para continuar la faena. Cal y tabique. Peste y partícula. Wenceslao aplana. Aparicio pide tregua para comer. Gerardo, Amílcar y Tavo apuran los amarres de varilla. La peste acecha. La necesidad apremia. El hambre aprieta.
Todos llegan y se van con una mochila enorme a cuestas. Adentro de los morrales llevan de todo. Ropa. Herramienta. Sueños. Zapatos. El uniforme y los tacos del equipo de fut. Desodorante. Gel antibacterial y para peinarse. Una botella refresco. Toalla por si se ofrece. Las carteras con fotos de su familia. Unas de Hidalgo, otras de Guerrero, otras de Puebla. Las más del Estado de México.
Cargan olvidos y recuerdos. Respiran aires hostiles. Padecen las plagas de individuos que se sienten “superiores”. Preocupan los contagios de las nuevas pestes. Lo platican entre ellos. Y lo de siempre. El comentario desgarrador de siempre: “¿Y qué hacemos?”
Don Adrián se encarga de despedirlos, de barrer la banqueta, de cerrar el tapiado de madera. De echar llave a los candados. De cuidar la obra. De fungir también como velador.
Todas las noches se para en el balcón izquierdo del primer piso. Todas las noches a las diez. Desde ahí habla con su familia. Ahí la agarra mejor la señal. Y la melodía de piedra y lecha revolotea noctámbula. Preocupa la plaga. Preocupa la peste.
— ¿Kenin otimopanolti coronavirus?
Es el viernes 27 de marzo de 2020. Es el Día 12 de la plaga en México.